¿Qué nos hicieron? ¿Quién puede acusar y juzgar? Esta nota refleja hasta dónde llegó la dictadura militar: a la desaparición, lisa y llanamente, de los límites entre lo que es justo e injusto, dejando en este caso abierto un debate en el que será muy difícil llegar a conclusiones.
La posición de los organismos de derechos humanos, especialmente de HIJOS de Rosario, parece la más humana. Dejan como siempre abierta la puerta a la esperanza de una refundación de la sociedad basada en la Moral y en la Ética.
La posición de los organismos de derechos humanos, especialmente de HIJOS de Rosario, parece la más humana. Dejan como siempre abierta la puerta a la esperanza de una refundación de la sociedad basada en la Moral y en la Ética.
UN EX DESAPARECIDO ACUSADO DE COLABORAR CON LA DICTADURA SE SUICIDO ANTES DE SER DETENIDO
José Baravalle fue hallado por Interpol junto con su mujer en Italia. Ella enfrenta un pedido de extradición. Algunos de sus ex compañeros los condenan, otros creen que ante todo fueron víctimas.
Por José Maggi y Victoria Ginzberg para Página12-07-09-08
José Baravalle, “El Pollo”, tenía 55 años y había militado en Montoneros. Lo secuestraron a mediados de 1976 y luego de cinco días de brutal tortura comenzó a colaborar con la patota de Agustín Feced, jefe de policía de Rosario durante la última dictadura. Junto a Graciela Porta formaron una de las parejas más condenadas por sus propios compañeros: los acusaron de participar directamente en torturas y otros vejámenes. Estaba siendo buscado por la Justicia federal, que había librado una orden de captura internacional. Hace diez días, Interpol ubicó al matrimonio en Biella, un pueblo del norte de Italia, cuando la Corcho Porta fue a hacer un trámite bancario. El Pollo no resistió el cerco policial y se tiró de un puente. “No sé lo que ellos creen que yo sepa. Esta historia nunca terminará. Es tremendo pasar de víctima a verdugo. Alguien celebrará: los verdaderos culpables”, escribió en una carta a sus familiares.
La Corcho fue a un concretar un trámite bancario con su pasaporte argentino y saltó en los registros un pedido de captura internacional. De inmediato fue detenida. Baravalle supo entonces que tenía las horas contadas. Fue al puente de Chiavazza y se arrojó al vacío. Porta está ahora a la espera de un trámite de extradición.
Desde el Colectivo de ex presos políticos Hugo Papalardo recordó a Baravalle: “Era un pibe que militaba con alegría, aunque era un poco irresponsable. Conocí a su señora en el año ‘75 en Medicina, donde venía porque era la compañera de Santiago ‘Guito’ Wherle, con quien tuvo un hijo, Andrés, que crió El Pollo. La Corcho fue la que me apuntó para que me buscaran, y estaba en el auto con el que me fue a buscar el Cura Marcote, a mi trabajo en Maipú y San Luis. Con ella estuvimos seis meses en el sótano de El Pozo, de San Lorenzo y Dorrego, donde estaba con su hijo, que era muy chiquito, no sé si tenía dos años”.
En este sentido, Papalardo explica que “no es como los juzgamos a la Corcho y al Pollo, sino tratar de entender en qué proceso político-social y en qué proceso de fractura moral se dan esos casos, porque no son todos iguales. Lo que puedo decir es que gente como Baravalle y como Porta han pasado por una tortura previa: no fueron a las puerta de la Jefatura a ofrecerse para torturar a sus compañeros. Esto no intenta justificar lo que hicieron, sino que busca que quienes los juzgan intenten comprender los tiempos en que ocurrió. La tortura durante un solo día nos transforma en un animalito, en alguien que responde con su espíritu de supervivencia. Los que hemos pasado por algo menos grave que esto en esos momentos, cuando somos llevados al límite de la condición humana, sabemos que surge de nuestro interior lo mejor y lo peor que tenemos. La razón ya no existe, y respondemos con nuestro espíritu primario. Cuando El Pollo decidió después de todo eso colaborar con los militares ya no era El Pollo. Al Pollo que yo conocí lo mataron, al igual que la Corcho, ya no fueron las personas que yo conocí”.
En 1979 Baravalle declaró en un juicio sumario que Montoneros le hizo en España. En esa entrevista describió con una frase su accionar: “No canté más porque era al pedo, y no canté menos porque me mataban”. “Le jodí la vida a mucha gente, pero no a tantos como hubiese podido.” Esas declaraciones grabadas en algunos cassettes habrían sido llevadas al museo que la organización tenía en Cuba. En esa charla, Baravalle se habría mostrado arrepentido de lo que había hecho.
Angel Florindo Ruani, ex oficial montonero, es menos contemplativo con Baravalle. “Lo torturaron como a todos los que caímos, pero El Pollo tomó un camino que pocos tomaron, que es el de colaborar, y participar en el terrorismo de Estado. Lo que más le achacamos a Baravalle es no hablar en determinado momento de la democracia, haber contado lo que hizo y lo que vio, porque él sabe perfectamente cómo se torturaba, cómo se violaba y quiénes lo hacían. Estuvo un año y medio en el Servicio de Informaciones, conviviendo con la patota de Feced, por lo que tiene conocimiento de los que pasaron entre junio de 1976 y diciembre de 1977, y qué pasó con los cuerpos de los compañeros que no han sido encontrados. Eso Baravalle lo sabía y se lo llevó a la tumba.”
Luego del retorno de la democracia, Baravalle se había comprometido a declarar ante la Justicia, pero cuando llegó al país lo estaban esperando para detenerlo. Eso desactivó su participación como testigo. Estuvo preso y en 1984 le dictaron falta de mérito. Con la reapertura de las causas, luego de la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, se reflotaron en Rosario las acusaciones en contra de Baravalle, Porta y otras tres personas que estuvieron secuestradas.
Más allá de los juicios morales, muchos dentro de los organismos de derechos humanos y en el Poder Judicial creen que los detenidos que colaboraron después de haber sido torturados no deben ser enjuiciados. La organización HIJOS de Rosario, por ejemplo, tomó la decisión de no impulsar ninguna querella contra ellos. “Tenemos una postura muy clara. Todas las personas que entraron a la fuerza a un centro clandestino de detención son víctimas. No importa en qué se convirtieron después, porque una de los objetivos de la represión era ese: doblegar la voluntad de las personas. Yo no me juntaría a comer un asado con ellos, pero hay que ser muy claros y saber quién es el enemigo. Creo que esta persecución judicial es funcional a los represores. Es un error político y humano”, dijo a PáginaI12 Ana Oberling, abogada de HIJOS.
Desde la Procuración General de la Nación, la Unidad Fiscal de Coordinación y Seguimiento de las causas por violaciones a los Derechos Humanos cometidas durante el terrorismo de Estado elaboró un informe en el que analizó en términos genéricos los casos –son muy pocos– en los que podría achacárseles responsabilidad penal a personas que estuvieron desaparecidas. Con citas al Nunca Más, el informe elaborado por la Conadep, se sostiene que “uno de los grandes objetivos del sistema de los centros clandestinos de detención es la destrucción de la personalidad y la desestructuración de la identidad del detenido”. En dicho documento, que tiene el objetivo de servir como guía a los fiscales de todo el país que impulsan expedientes vinculados con los crímenes de la última dictadura, se sugiere que antes de acusar a un persona debe tenerse en cuenta “el contexto de acción en el que tuvieron lugar las conductas imputadas a personas que se encontraban detenidas en los centros clandestinos utilizados por el terrorismo de Estado” y que se debe evaluar “las herramientas normativas que el derecho penal prevé específicamente para contextos opresivos para el autor de la conducta, en los que existe un riesgo cierto de pérdida de bienes esenciales como la vida y la integridad física”.
La carta que dejó El Pollo
“No sé lo que ellos creen que yo sepa. Esta historia nunca terminará. Lamento mucho, pero creo que ésta es la única manera de detenerla (...). Es tremendo pasar de ser víctima a verdugo. Alguien celebrará: los verdaderos culpables. Espero ser la última víctima de tanta barbarie.(...).
Mi única culpa es que no he podido resistir la tortura. ¿Cuál es el límite humano?. Pido disculpas a todos los amigos y familiares. Ya he pasado por esto, y fui absuelto. No voy a cruzar de nuevo. Me voy porque esto tiene que acabar. Adiós.”
Incomprensión
Por Ana Longoni *
“Cuando un hombre con buena salud se suicida es porque, a fin de cuentas, no hay nadie que lo comprenda. Tras la muerte, la incomprensión no desaparece, porque los vivos insisten en interpretar y utilizar su historia adecuándola a sus propios fines.” Así empieza John Berger un lúcido ensayo sobre Maiakovski. Lo invoco para aproximarme a otro suicidio, en coordenadas históricas muy distintas aunque también atroces. Ante la certidumbre de una pronta captura por la policía internacional, la decisión de José Baravalle de quitarse la vida, su acto de desesperación extrema, nos arroja a un territorio ensombrecido que sospecho que no puede transitarse sin dolor. Esta muerte me duele, aunque no conocí a ese hombre ni sé de él más que lo que se escribió en los últimos días: que fue un joven militante montonero en los años setenta en Rosario, que fue secuestrado ilegalmente en 1976 por el terrorismo de Estado, salvajemente torturado durante días, tras lo que se convirtió en un activo colaborador de la represión –según señalan los testimonios de otros sobrevivientes–. No soy quién para ejercer un juicio condenatorio o exculpatorio sobre él y su vida arrasada por la experiencia límite del terror concentracionario, como lo nombra Pilar Calveiro. Apenas me atrevo a preguntar(me) algunas cuestiones en la medida en que lo ocurrido, como en otros casos recientes de instancias judiciales contra sobrevivientes acusados de colaboración (en Tucumán, en Rosario), precipita al primer plano dilemas éticos y políticos irresueltos que atraviesan la sociedad argentina.
Los sobrevivientes, aquellos poquísimos desaparecidos que reaparecieron con vida, resultan hoy piezas cruciales en la medida en que son los testigos necesarios en los juicios contra los represores. Fuera de los ámbitos judiciales, su aislamiento sigue siendo enorme. Están sospechados por su sobre(vida), estigmatizados como traidores, contaminados por el contacto con el enemigo. Héctor Schmucler señaló, pensando esta cuestión: “La traición señalada en el otro nos protege: quedamos resguardados en un bando unificado por el miedo y la vergüenza”.
Quizá porque los relatos de los sobrevivientes estorban –en ciertos ámbitos militantes– la construcción del mito incólume del desaparecido como mártir y como héroe, frente al que no parece tener cabida ninguna crítica de las formas y las prácticas de la militancia armada de los ‘70 sin poner en cuestión la dimensión del sacrificio de los ausentes. Los sobrevivientes –aun habiendo salido del centro de detención– continuaron atrapados en un doble fuego, víctimas de sus captores y condenados por sus antiguas organizaciones políticas. En el persistente aislamiento, sospechados y juzgados desde escalafones morales y grados de valentías que los separan de los que no regresaron se percibe otro efecto pavoroso de la represión.
La instalada asociación entre sobreviviente y traidor (delator, colaborador) impide pensar que la decisión de quiénes fueron los que sobrevivieron (salvo en las muy excepcionales fugas) fue de las fuerzas represivas. Lo que es común a la gran mayoría de los relatos de sobrevivientes es que aquello que los salva no es –ni exclusivamente ni en primer término– la habilidad del prisionero para ser o parecer útil, sino su aleatoria condición de “elegido” por los represores para sobrevivir. La supervivencia de algunos pocos dentro de las decenas de miles de desaparecidos obedece a patrones múltiples, entre los que no tiene poco peso el azar. Si se puede hablar de una lógica, ésta respondía en todo caso a criterios muy diversos: los represores podían seleccionar a sujetos que resultaran útiles al funcionamiento del aparato represivo, en el sostenimiento de la maquinaria cotidiana del campo, en sus proyectos políticos o haciendo público su arrepentimiento. Podía también mantenerse con vida a algunos prisioneros dignos de ser exhibidos en cautiverio como trofeos de guerra: dirigentes reconocidos o sus viudas. Las “elecciones” podían asimismo responder a una lógica no corporativa: los vínculos entre represores y prisioneros a veces traspasaban el anonimato masivo y se personalizaban, dando lugar a la “salvación” de algunos sobrevivientes por parte de determinados represores.
Quizá debamos detenernos en algunos tramos de la rápida nota que garabateó Baravalle a su familia antes de tirarse al vacío. Allí dice: "Es tremendo pasar de ser víctima a verdugo..." Está claro que no todas las conductas de los detenidos sobrevivientes fueron iguales, pero tampoco se puede obviar que ellos estaban ilegalmente secuestrados, que fueron salvajemente torturados, arrasados sus cuerpos y su humanidad. Las restringidas estrategias que pudieron elaborar los prisioneros “elegidos” por sus captores para integrarse al “proceso de recuperación” van desde la abierta (a veces, momentánea; otras veces, permanente) colaboración con la represión para que sean detenidos otros militantes, hasta hacerse cargo de tareas inocuas, que no implicasen mayores riesgos para los militantes libres ni para los prisioneros. También fue posible la simulación de la colaboración, que incluso entorpeció la actividad represiva o, en algún momento, la desplazó a un segundo plano.
Baravalle escribió también "Mi única culpa es que no he podido resistir la tortura". Instala así otro asunto que nos cuesta enormemente encarar: el reconocimiento de la efectividad de la tortura irrestricta e ilimitada como cruento y sistemático método para arrancar información a los prisioneros (hayan éstos sobrevivido o no), aterrorizar y arrasar su condición humana, y como modalidad efectiva y atroz en la tarea de desmantelar rápidamente la estructura de las organizaciones armadas. La tortura enfrenta al prisionero a extremos insospechados de dolor y vejación, y lo obliga a enfrentarse solo e inerme a sus propios límites. En medio de las interminables sesiones de tortura, la frontera borrosa de qué información se puede dar sin poner en riesgo a nadie, cuál es comprometedora, cuál es ya caduca o conocida para los represores, es difícil de definir. ¿Cómo calcular en esas circunstancias desgarradoras cuánto tiempo pasó desde la detención? ¿Cómo saber, entonces, si ya estarán alertados y a resguardo los compañeros? Son límites peligrosos. Y los torturadores lo saben.
"...Espero ser la última víctima de tanta barbarie". Fue lo último que deseó José Baravalle.
* Escritora e investigadora de la UBA. Autora de “Traiciones. La figura del traidor en los relatos acerca de los sobrevivientes de la represión”.
----------------------------
Para Alfredo Vivono la situación de Baravalle es distinta. "Cuando lo detuvieron no estaba convencido del proyecto político que tenía que encarar, asi que cuando lo llevan al Servicio de Informaciones después de varios días de tortura, se quiebra, habla, les da información al grupo de tareas de Feced, al que se suma para cometer los mismos delitos que los represores". Para Vivono el análisis de los quebrados es distinta: en Rosario hubo cinco casos, además de Folch y Chomicky, y Porta-Baravalle, esta "Tu Sam" Brunato, que usaba uniforme y cobraba sueldo. "Es verdad que el Pollo torturó y violó y bajo ninguna excusa puede ser comprendido -agrega el ex subsecretario de derechos humanos. "A mí me causa mucho dolor, y siento que por un lado es una víctima más, y por otro lado sé que también cometió los mismos delitos que los represores. Cuando escucho a sus víctimas denunciarlo, los respeto. No le podemos escapar a la verdad, más allá de lo que nos genere. No podemos esquivar la memoria y la justicia y si cometió delitos, deben ser enjuiciados igual que el resto".
---------------------------------------------------
En la Causa Feced, figuran varias denuncias en las que está involucrado José Baravalle y en las que se basaba la orden de detención en su contra:
* Félix Manuel López denuncia ante la justicia provincial que fue detenido el 13 de agosto de 1976 por cuatro policías uniformados. Afirma que entre los torturadores, podría reconocer con seguridad la voz de "El Ciego" Lofiego, quien manejaba la picana eléctrica y se la aplicó en los testículos, en el pene, en el ano, por el vientre, en los labios, en el párpado, mientras estaba vendado, maniatado y totalmente desnudo. También señala que lo golpeó el "Pollo" Baravalle, a quien podría reconocerle la voz, y sindica como otros torturadores a "Tu Sam", "Kuriaki" y "El Cura".
* Carmen Lucero: el día 22 de febrero de 1977 fue secuestrada y llevada al Servicio de Informaciones ubicado en la Jefatura de Policía de Rosario. La trasladaron a una pieza, en la que había una escalera que comunicaba con "la favela", donde se encontraban los demás torturados. De allí la llevaron al sótano, siendo esto fue a los diez días posteriores a su detención, lo que significaba que dejaba de estar desaparecida; en este lugar pudo ver también a Analía Minetti un día que la bajaron a bañar, subiéndola inmediatamente después del baño. Manifiesta que la persona que acompañó a Analía para que se bañara fue José Baravalle ("El Pollo"), uno de los civiles que colaboraban en la detención y torturas de personas.
* Azucena Solana declaró ante la justicia provincial que fue detenida en agosto de 1976 junto con su novio y un amigo, Alfredo Fernández. Que en un primer momento la llevaron a Robos y Hurtos y luego al Servicio de Informaciones, donde pudo reconocer a "Tu Sam", de apellido Brunatto; "El Pollo" Baravalle, "El Ciego" Lofiego, "El Cura" Moore y a "La Pirincha". Señala que fue torturada con picana eléctrica, estando desnuda y atada a una camilla, en varias oportunidades, mientras la insultaban y la interrogaban. Que era "El Ciego" quien le aplicaba la picana. Agrega que pudo ver a su novio atado a una camilla en la oficina de Lofiego, y que escuchó los gritos de dolor y los golpes que le propinaron. Igualmente, declara que escuchó una discusión entre "El Ciego", "El Cura" y "El Pollo" respecto al destino de su novio, y si lo matarían o no.
* María Inés Lucheti de Betanín declara que estando detenida en el servicio de informaciones participa en su interrogatorio mediante la aplicación de tormentos una mujer que llamaban "Victoria" o "la polaca" y que fue golpeada por ésta al igual que por Baravalle.
------------------------------------------------------------------------
Nessun commento:
Posta un commento