7 settembre 2008

Cachilo


La saga del chanchito Cachilo nació en los turbulentos días que van del 3 de Diciembre del 2001, con el nacimiento del "corralito" hasta fines de Enero del 2002. Fue una colaboración para el diario "Ecos", de Santa Elena, Entre Ríos.

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Altas Finanzas

El sol pendìa casi vertical en el cielo azul. El hombre se sacò el sombrero apenas entrò en la casa. La frescura de la penumbra en el comedor lo gratificò. Se sentò en su sillòn preferido y mirò afuera, hacia el campo amarillo que se extendìa hasta el Paranà como un mar de oro.
La hija apareciò silenciosamente en la pieza y viò en su padre todas las arrugas de una vida de trabajo. Pero tambièn notò en sus ojos ese cansancio, esa fatiga pegajosa, que muestran todos aquellos que en estos dìas arrastran detràs de sì un montòn de problemas banales, pero irresolvibles a pesar de su simplicidad.

“-- ¿Y, papà ? ¿Arreglaste ya el diafragma del motobombeador ? Dale, que hace calor y no hay agua.”
“-- No, nena. No arreglè nada todavìa. El ferretero me tuvo toda la mañana hacièndome escuchar el noticiero econòmico por la radio. Vos sabès que por el corralito, no tengo un peso; y èl, cheques no quiere aceptar. Asì, empezamos tratando de llegar a un acuerdo para hacer un trueque. Empezamos con cosas chiquitas, imaginate vos, por un pedazo redondo de goma con agujeritos ! Pero la radio empezò a decir que el dòlar subìa y ahì nomàs se puso como loco. Quiso un pollo ! Imaginate, un pollo ! Y la radio que cada cinco minutos daba la cotizaciòn del dòlar. Cada vez màs alto.
El ferretero empezò a hacer càlculos raros con la calculadora y me dijo que como el motobombeador es japonès, los repuestos van en dòlares. Despuès de media hora, me viene con el asunto de que el pollo es argentino y por lo tanto està devaluado. Ahì cambiò y quiso un lechoncito. Yo me quedè helado, no tenìa palabras ! ¿Me entendès, no ?
Para hacèrtela corta, cerca del mediodìa me largò la ùltima propuesta: ahora quiere tres lechones gordos. Y tengo que cerrar trato hoy a la tarde porque mañana el dòlar puede subir todavìa màs. Y yo, ¿de dònde cornos saco tres lechones ahora ?. Al Cachilo, pobre huerfano, lo puedo sacrificar, pero es lo ùnico que nos queda. Eh, mijita, decime, ¿de dònde saco yo tres lechones gordos para pagar ese maldito diafragma japonès ?”

La hija le mirò con ternura las manos callosas que ahora, en la penumbra fresca de la sala, brillaban doradas como si pertenecieran a una estatua relegada en un rincòn, orgullosa de su origen, pero inùtil en estos tiempos prosaicos
.
“-- Mirà, papà, yo soy perito mercantil y de estas cosas algo entiendo. Es una cuestiòn de mercados. Debemos mirar la cosa desde otro àngulo. Digo yo, …¿y si mandàramos al Cachilo al exterior ? Allà, los lechones se cotizan en dòlares y con lo que cobremos podremos comprar el diafragma y hasta quien te dice, quizàs hasta nos sobre plata para algo màs.”

Sin esperar respuesta, se puso en contacto con un amigo que viajaba a España y le puso el lechòn bajo el brazo.

“Por la aduana pasò como una alcancìa un poco grande y en el viaje se portò decentemente. En Barcelona un amigo tuvo que dejarlo en el mercado de chanchos que abre recièn el Lunes.”
Estas fueron las primeras noticias que padre e hija tuvieron del lechòn. Mientras seguìan bombeando a mano el agua que necesitaban.
El Martes llegò una llamada de España, desde el otro lado del mar llegaba a los gritos una voz temblorosa:
“-- No, sentime bien, no puedo hacer nada. Los otros chanchos vienen de Alemania, de Italia, todos con documentos. Se sabe quiènes son los padres, cuàntas vacunas les pusieron, si fueron a la escuela para chanchos, etc. Yo les mostrè la marca de la granja de tu padre. Ese firulete en el anca, les dije. Pero los gallegos se largaron a reir. Aparte, el Cachilo, el fin de semana se largò a compadrear y los demàs lo apartaron por sudaca. Te digo la verdad, creeme, acà hay una discriminaciòn tremenda. Ahora lo tengo aquì conmigo; me lo devolvieron todo cagado. Lo lavo y lo vendo para la celebraciòn del Dìa de la Independencia que hace la colectividad argentina aquì. Què decìs ?... No, dòlares no, si recibo algo serà en euros. Te los mando apenas pueda... Sì, sì, tenès razòn; quizàs se pueda hacer una colecta o algo asì entre los compatriotas que estàn por estos pagos. Son muy solidarios los argentinos en el exterior. Chau, despuès te cuento.”

La hija volvìa del banco caminando con rabia. Los euros quedaron en el corralito, previa pesificaciòn y deducciòn del 20% por la retenciòn a las exportaciones agropecuarias y del 15 % por comisiones bancarias no muy bien comprendidas, pero que tenìan olor a estafa. En vez de plata, arrugaba entre sus dedos un papel membretado en idioma foràneo. Cuando dio la vuelta a la esquina, viò el camiòn que descargaba frente a su casa una enorme caja de cartòn grueso con sellos, sìmbolos y escritas de ultramar. El padre la llamaba, contento.
Ahora, padre e hija reciben indiferentes y con una sonrisa las acusaciones que cada domingo les lanza desde el pùlpito el cura. Los solidarios residentes argentinos en España enviaron millares de diafragmas uterinos, transformàndolos en los promotores de la anticoncepciòn masiva en el pueblo.
La Nena y el viejo pusieron un cartel en la puerta donde los reparten gratis: “YA QUE NO TIENE FUTURO, GOCE EL PRESENTE”, dice.
Por suerte, entre tanto sudaca distraido, alguno se mostrò interesado y mandò tambièn, por las dudas, algunos disquitos de goma que servìan para el motobombeador.

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Un lechón en Barcelona

“No, nena, no te preocupes màs. Te lo digo otra vez, el Cachilo està conmigo. Vivito y coleando. Los muchachos, el 25 de Mayo querìan hacer un asado y el lechòn les venìa de perilla. Pero no ocurriò nada. Comimos otra cosa. Te lo repito, està conmigo; jodiendo todo el tiempo.”

La voz llegaba con ese timbre especial que toma cuando atraviesa los ocèanos y los cables de fibra òptica. Desde Barcelona, el amigo informaba a la nena de los ùltimos eventos en la madre patria. Era una voz distinta de la que partiò desde Santa Elena: se notaban màs las eses, y las zetas venìan remarcadas con un cierto esfuerzo.

“¿Sabès, nena ? Por estos pagos europeos, a las vacas y a los chanchos les dan hormonas para que retengan lìquido y pesen màs cuando van al matadero. Y cuando metès un bife en la plancha, se hace chiquito; y en vez de asado, te sale hervido por tanta agua que larga. Se corre la voz que si un hombre come mucha carne, es casi seguro que le crecen las tetas y se le hace la voz finita finita.
Sì, sì, esperà. Te cuento del Cachilo. El Dìa de la Independencia, el Cachilo fue recibido con algarabìa: venìa de Entre Rìos, habìa sido criado a mamadera y traìa todavìa los olores de los palmares y de las barrancas del Paranà bajo el sobaco. Te imaginaràs la alegrìa. Pero a la hora de la verdad, a pesar de las guapeadas de los compatriotas, todos empezaron a presentar excusas: uno, que tenìa una hermana vegetariana; otro, que no habìa pasado del primer año de Medicina y no aprendiò a usar el bisturì; otro, que lo descomponìa la vista de la sangre. Y el Cachilo que miraba a todos con esos ojitos celestes, tan tiernos debajo de las pestañas casi rubias. Parecìa un gringuito de esos que llegaban a nuestra tierra en el siglo pasado. Gruñìa bajito y parecìa que nos estuviera diciendo: “¿Por què me hacen esto a mì?”
En fin, para hacerla corta, ninguno se atreviò a carnearlo. Si hubieras visto a los porteños ! Tan compadritos ellos ! Fueron los primeros en escurrirle el bulto a la faena. Al final, un poco tarde por las discusiones, el canto del himno y el izar la bandera, comimos ensalada de tomates, quesillo que trajo un catamarqueño y unas empanadas tucumanas chorreantes que eran exquisitas.
Sì, sì, nena. El Cachilo se salvò y quedò atado a un poste. A las cinco de la tarde, a las cinco en punto de la tarde, con el sol dorando todo el campito que habìamos alquilado para la fiesta, se convirtiò en la mascota del equipo de futbol que formamos aquì. Le pintamos la azul y blanca en el lomo, le pusimos un collar antipulgas, una correita coqueta y nos turnamos para sacarlo a pasear por la Rambla a la nochecita.”

Unas semanas màs tarde, la nena lloraba leyendo la postal que le habìa llegado desde Barcelona. Al reverso de las lìneas escritas con la caligrafìa caracterìstica de quien està haciendo sus primeros pasos con la escritura, una foto mostraba a un Cachilo sonriente, en segundo plano la Pedrera,--- una joyita arquitectònica de Gaudì--, en una avenida soleada de Barcelona. La nena la diò vuelta y repitiò la lectura en voz alta:
“Querida nena:
Si bien aquì tengo un montòn de problemas, estoy feliz que me hayas mandado. Los muchachos me adoptaron y me dan todo el calor humano y porcino que necesito en esos tristes momentos de nostalgia que nunca faltan. Especialmente, cuando veo por televisiòn còmo Aznar trata a nuestro presidente como si todavìa fuèramos una colonia. Y ahì viene una bronca…! Y comienzo a pensar cuànto felices podrìamos haber sido todos si hubièramos tenido mayor capacidad cìvica y nos hubièramos rebelado cuando hizo falta!.
Acà somos todos “sudacas”, --“suda y caga”--, como nos dicen los españoles. Los argentinos son muy solidarios, muy fanfarrones, y con tanta alegrìa de vivir. Y con tantas nostalgias y con tantas broncas, tambièn. Muchos estàn sin trabajo, sin documentos ; y andan con miedo a que los agarre la policìa y los manden de vuelta a Argentina. Yo me salvo, porque como soy un lechòn no tengo obligaciòn de portar documentos ni de pagar impuestos. Acà, los perros y los gatos pagan un impuesto: si son de compañìa pagan màs que si son de guardia, porque no trabajan. No te rìas, es en serio.
Bueno, querida nena, se acaba el espacio. No se preocupen por mì que me las arreglo. Ya ven, estoy aprendiendo a leer y a escribir en una escuela para extranjeros. Y si todo irà bien, ¿quien les dice ?,…quizàs podrìa empezar la universidad. Economìa me gusta, y la verdad…, no serìa el primer chancho argentino que termina ministro. Al menos, yo tengo buenas intenciones.
Chau. Un beso para vos, tu papà y toda Santa Elena.
Cachilo.”

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Un cuadro de Bruegel

La carta traìa todos los olores de un verano lejano. Cuando por Santa Elena blanqueaba la escarcha en la madrugada y una niebla frìa y espesa viajaba rumbo al Sur acompañando el Paranà, la Nena leìa las ùltimas aventuras del Cachilo en Europa.
El lechòn sudaca, si bien todavìa no se habìa integrado totalmente a la sociedad española, hizo pasos de gigante en sus esfuerzos por adaptarse a su nueva realidad de migrante forzado: aprendiò a leer y escribir en una escuela para extranjeros, inventò mil trucos para zafar de las razzias contra los indocumentados y desarrollò una especie de fatalismo atàvico que le permitiò vivir con serenidad inaudita los sentimientos embrollados que crecìan en su interior. Las nostalgias, la rabia contenida, mezcladas con el estupor y la curiosidad, cambiaron profundamente su pequeña escala de valores. Se diò cuenta, al final, que la Patria es aquella en donde se encuentran los afectos. Y que, si ahora, por los avatares de la crisis argentina, los afectos se encuentran casi todos en el exterior sufriendo el exilio econòmico, la Patria entonces es todo el planeta.
La Nena, comièndose las uñas y con un mate enfriàndose sobre la mesa de la cocina, leìa con atenciòn:
“QUERIDA NENA:
Aprovecho la amabilidad de este amigo que se vuelve deportado para enviarte unas pocas lìneas. Espero que estèn bien de salud y que las cosas no se hayan deteriorado màs de cuando me mandaste al exilio. Yo estoy bien, dentro de todo, acostumbràndome a las nuevas cosas que aquì ocurren. La curiosidad me inunda y me paso todo el tiempo descubriendo situaciones, còdigos de conducta, y el por què de tantas cosas.
Aprovecho bien el tiempo. Tanto que me hice un viajecito de cuatro dìas a Holanda con el flaco que me tiene en su casa, disfrazado como un perrito de compañìa. Ya aprendì a ladrar por la calle cuando algùn policìa me mira con sospecha. Ahora pude entender lo que significa la frase “esta puerca vida”. En fin, no me puedo lamentar, despuès de todo.
Pero te cuento. Estuvimos en Amsterdam. Una linda ciudad, llena de canales y casas altas y delgaditas. Muy coloreadas. Todo muy pulcro, limpito. Con un cielo especial que cambia cada cinco minutos, con nubes de todos los tamaños y colores. Una joyita de serenidad, buena educaciòn y tolerancia. Lastima que soy petizo y la altura no me dà para llegar a los pedales, por lo tanto no pude aprender a andar en bicicleta. El flaco tampoco me dejò probar con una chiquita, para gurises, porque podìa despertar sospechas que un lechòn se pusiera a pedalear por la calle.
Una tarde fuimos a un museo y vi una serie de cuadros de Bruegel. No te podès imaginar qué hermosos estos cuadros que pintan de manera tan vivaz las costumbres y la vida cotidiana de la sociedad de hace no sé cuantos siglos. Son como un tratado de sociologìa.
Uno en especial me llamò la atenciòn: habìa retratado una fiesta en una hosterìa. Con las personas que se atiborraban de cerveza, comìan salchichas y verduras ; se bailaba y se cantaba. Pero un detalle me hizo reflexionar sobre la suerte nuestra, la mìa especialmente, pero tambièn la de nuestro paìs. Bajo una mesa, casi en primer plano, se veìa caminar un lechòn, gordito y rosado, con una pata de palo. Sobre la mesa, en un plato recièn servido, la pata recièn cortada. Habìan dejado vivo al lechòn para seguir comièndoselo en cuotas. Un lindo sistema para una època en la que no existìan heladeras.
Y me dejò pensando. Vi en esa escena el destino que nos toca vivir: nuestro bienestar, nuestras riquezas, son la causa de nuestra pobreza. El flaco me dijo que esto ya lo dijo Eduardo Galeano y me causò un cierto orgullo haber llegado a la misma conclusiòn sin saber quien era ese tipo.”

La Nena sorbiò un poco de mate frìo, se levantò y fue a escupir en la pileta; vaciò el contenido del poronguito en la repisa de ventana para que la yerba se secase y sirviera para otro dìa; recogiò las miguitas de las criollitas y mirò el campo yermo que se extendìa hasta las barrancas del Paranà. El friò le hizo cosquillas en la espalda y le hizo acordar de que tenìa que ir cortar un poco màs de leña para los quehaceres del dìa que empezaba de despuntar. Pensò en su padre, que ahora se levanta cada dìa màs tarde y se pasa casi todo el dìa miràndose las manos, no sabiendo donde esconder esas herramientas que ahora parecen inùtiles. Pensò en la cosecha que nadie quiere ; en los precios tan bajos que alguien decreta en algùn paìs lejano ; en los vecinos que se van a buscar una mejorìa en algùn punto desconocido del planeta ; y en los otros vecinos nuevos que llegan, escapando de una realidad angustiante y que esperan, volviendo a las fuentes, encontrar un poco de serenidad por estos parajes de sierras armoniosamente onduladas.

«Bueno, Nena, se acaba el papel y el flaco se està por ir para acompañar al expulso hasta el aeropuerto. Quedate tranquila por mì, que ya empecè una dieta. La migraciòn te abre la cabeza y te hace ser previsor. Se ven las cosas antes que sucedan. Por eso, a partir de hoy, el Cachilo va a tener un perfil bajo : nada de mostrarse como un lechòn en toda forma. Me voy a pintar ojeras y alguna mancha rosada en el lomo, por las dudas.
Ustedes traten de pasar el invierno, como dijo un chancho famoso allà por el ‘58. Despuès llega la primavera .
Un beso porcino para todos desde Barcelona.
Cachilo”.

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No más incertidumbres

El viejo se llevò la carta escondida dentro la campera pesada cuando se fue hacia las barrancas del Paranà. Con el pretexto de pescar alguna cosa para poner en la mesa, se alejò con paso cansino, con toda la intenciòn de leerla y disfrutarla en total intimidad.
Estaba confuso con todo lo que estaba pasando en el paìs; habìa vivido todas las crisis habidas y por haber: la del ’56, cuando se vaciaron los pasillos llenos de oro del Banco Central; la del ’58, cuando tuvo que apretar los dientes para aceptar que era inevitable pedir el primer prèstamo a un desconocido FMI; aquella de pasar el invierno que no terminaba nunca y se hizo casi eterno; la del ’66 y ’67, en la cual el campo se retrajo hasta casi hacer desaparecer a todos los pequeños productores como èl; la del ’77, en la cual los precios de las cosechas se cayeron tan bajo que no dejaban otra alternativa que emigrar o caer en manos de los acopiadores alargando un poco la agonìa. Y despuès, la del ’82, y la del ’83, la del ’86. Y, por fin, la del ’89, con aquella hiperinflaciòn que volatilizò todos los años de esfuerzo y sacrificio. Pero èsta es la final, aquella en la cual, cuando se mira hacia adelante, no hay otra cosa que una niebla blancuzca y frìa: un futuro de incertidumbres, pero que no presagian nada bueno.
Abriò la carta del Cachilo cuando se hubo acomodado en un rincòn soleado en la costa de ese majestuoso rìo marròn que viajaba hacia el Sur. Se acomodò los anteojos y leyò:

« QUERIDO VIEJO :
Antes que nada quiero agradecerte por tus consejos para sobrevivir en estas tierras lejanas. Tu gran sabidurìa me ahorrò los sinsabores y posibles tragedias que habrìa pasado de quedarme en Santa Elena con esta crisis que atraviesa Argentina. Un lechòn huèrfano y desdichado como yo, no hubiera podido resistir los embates y la codicia de un pueblo hambriento. De haberme quedado, mi destino estaba signado por el grosor de mis ancas y el rosado de mi lomo. Aquì, en Barcelona, donde me mandaste, no la paso tan mal. Pero eso ya lo sabès por las otras cartas que enviè.
En estos dìas, estoy descubriendo los alcances de la tecnologìa y los avances que en el campo de la comunicaciòn alcanzan. Mis pezuñas me impiden usar la computadora del flaco que me tiene como perrito de compañìa, pero igual me siento con èl cuando se pone a navegar por Internet. Nos detenemos, por supuesto, en el sitio de "Ecos" de Santa Elena y asì estamos enterados de las ùltimas novedades del pago.
Pero lo que me hace reflexionar en estas ùltimas semanas es que, si esperamos lo suficiente, pocos minutos o algunos años segùn el caso, podemos saber todo lo que hubiera sucedido si hubieramos actuado de otro modo. Esta reflexiòn se me despertò viendo los partidos del mundial. Apenas un juez de lìnea alza la banderita, ya està el director de càmaras y todos los crìticos del mundo a juzgar si fue o no fue “orsai”. La anulaciòn injusta de dos goles a Italia casi se transformaron en una cuestiòn diplomàtica. Y una simulaciòn de foull que el àrbitro transformò en penal, desencadenò iras populares que obligaron a telefonear urgentemente a Bush.
Quiero decir que, con la moviola, podemos volver el tiempo atràs y ver realmente lo què pasò minutos antes. Esta pràctica se esta poniendo tan de moda que ya estàn estudiando de aplicarla antes de sancionar tiros libres, corners y hasta goles indiscutibles. Los referees andan con miedo de cometer errores insalvables y los jueces de lìnea ya no actuan libremente, al punto tal que alzan la banderita sòlo si en la pantalla gigante pueden constatar la comisiòn de una falta.
Otra cosa que ocurriò es que los ingleses dieron a conocer un documento de la guerra de Malvinas donde reconocen que si los argentinos hubièramos aguantado una semana màs, por falta de apoyo logìstico, ellos habrìan perdido irremediablemente la guerra. Mirà si hubièramos tenido una moviola y nos hubièramos dado cuenta de sus dificultades !
Querido viejo, estos pensamientos posiblemente vengan porque hace un calor de mil demonios y el departamento es chiquito y mal ventilado, pero me imagino un escenario en donde la moviola funcione casi instantaneamente y nos haga ver que la mujer de la cual estamos enamorados, en realidad nos està gambeteando para hacernos un foull delante de un altar. Serìa interesante poseer un aparatito para poder analizar inmediatamente los discursos presidenciales y ver que nos estàn metiendo un gol con la mano (milagro sòlo permitido a Maradona). Pero, sobre todo, poder analizar si lo que nosotros mismos estamos haciendo no sea una chantada para la engañar la gilada que todos llevamos dentro.
Estas disquisiciones me vienen porque el flaco està saliendo con una gallega que estudia filosofìa y habla hasta por los codos, pero creo que el tema es interesante si usamos un poco la fantasìa. Mi temor es que si todos cayèramos en un anàlisis prolijo y desapasionado de nuestro actuar, posiblemente se llegue a una paràlisis y a la muerte de la pasiòn, motor indispensable de todo cambio. Pero tambièn podrìa llevar a un anàlisis crìtico del por què los argentinos somos y actuamos de una determinada forma.
Aunque yo sea un lechòn, creo poder incluirme en la palabra “argentinos” aunque me refiera a los humanos. Creo que con una moviola en mano podremos analizar inmediatamente todas las incongruencias que nos llevaron, y nos llevan, a recorrer tantos vericuetos històricos; a no tener màs incertidumbres. ¿Què hubiera mostrado la moviola a la salida del recinto electoral cuando metimos la boleta que nos aseguraba “Siganme, no los defraudarè”?. O cuando, ¿màs atràs en el tiempo, pedìamos “que vengan los militares a arreglar este bolonqui”?. Posiblemente si hubieramos entendido los postes que nos comimos cuando creìamos patear el gol del siglo, hubríamos desarrollado un sentido un poquitìn màs crìtico sobre nuestros actos. Posiblemente no serìamos tan fanfarrones, un poco màs solidarios, menos racistas, màs trabajadores. Tambièn habrìamos aprendido a no tragarnos tantos sapos, ni tantas verdades cortantes caìdas del alto, ni a respetar tanto la autoridad constituida, ni a esconder la cabeza. Con una moviola en mano cada uno, es posible que cuidàramos màs como nos comportamos con el otro y ganaríamos un poco de verguenza positiva. Al menos, se frenaría ese fascismo berreta de la clase media.
Chau, viejo. Otra vez la seguimos. LLegò de nuevo la filòsofa novia del flaco y tengo que fingir ser un perrito en vez de un lechòn intelectual. Mirà lo que hay que hacer para que no te coman! Cachilo”

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El surubí mutante

El viejo se despertò sobresaltado. Cerca del gallinero, se escuchò un rumor de pasos furtivos que se alejaban presurosos. “Otra vez el zorro”, pensò. Se levantò a pesar del frìo y descolgò la escopeta. A los pocos minutos, despuès de hacer un poco de batifondo por afuera, volviò a la casa con las manos vacìas. La Nena lo esperaba ansiosa:
-- ¿Lo encontraste, papà ?.
-- No. No vì nada. Andate a dormir, mañana, con luz veremos mejor.
No faltaba ninguna gallina, pero alrededor del enrejado, a la luz del sol, se veìan limpitas las huellas de unas pisadas extrañas que venìan y, despuès de haber vagado de aquì para allà, se dirigìan de nuevo hacia las barrancas del Paranà. No eran de zorro, seguro; pero tampoco eran de animal conocido. La bataraza estaba tan asustada que puso huevos cuadrados, maldiciendo al tipo aquel que habìa pronosticado: “…pariràs con dolor”. Por eso el viejo mandò al gurì a llamar con urgencia al veterinario de la calle Paranà.
Como en esos dìas el chiquilìn habìa estado leyendo revistas de ciencia ficciòn, llegò al consultorio todo agitado gritando que habìa visto huellas de marcianos frente al gallinero. Toda Santa Elena se alborotò. Las noticias que llegaban desde distintos puntos del paìs sobre animales muertos en condiciones extrañas, con ablaciòn de òrganos y sin presencia de sangre, tenìa alta la tensiòn en toda la poblaciòn. Jamàs de los jamases un Ovni se habìa dignado visitar la ciudad o sus alrededores y las noticias sobre avistamientos en otros puntos remotos de Argentina, sumìa a los habitantes de Santa Elena en una especie de complejo de inferioridad. Siempre habìan deseado tocar, o conversar con un visitante del espacio; o, al menos, ver desde lejos las lucecitas multicolores de un plato volador. Que alguien viniera desde arriba a arreglar este despelote, en estos dìas en que todo se hacìa tan difìcil, era una esperanza acariciada en secreto por muchos. Y no sòlo en estos parajes. Ya no se creìa màs en el FMI, ni en el Banco Mundial, ni siquiera en el Mundial de futbol. Asì, todos ansiaban que una mente superior, capaz de inventar màquinas que escaparan a la ley de gravedad, viniera a levantar el muerto que dejaron tantos años de corrupciòn y mal gobierno.
El veterinario llegò acompañado por el comisario y por el intendente, todo perfumado y peinado a la gomina por si se encontraba con periodistas. Dejando a la muchedumbre curioseando detràs del alambrado, el veterinario recorriò el lugar analizando las huellas que se dibujaban claritas en la tierra seca del sendero que lleva al rìo. Despuès, rascàndose la cabeza, ordenò a un ayudante que hiciera un calco en yeso de algunas.
El viejo y la Nena seguìan los movimientos del doctor y del comisario desde un poco màs lejos. Los veìan cabildear, chamuyaban bajito, secreteando. Miraban las huellas, se rascaban la cabeza y volvìan a conversar entre ellos. El intendente los alcanzò y se quedò por un rato asintiendo con la cabeza, se sacò los guantes, se acomodò la campera y se dirigiò a la gente agolpada en el alambrado :
-- Las huellas son de un anfibio. No sabemos a ciencia cierta si de caimàn o de tortuga. Eso lo vamos a analizar. Lo seguro es que no son de extraterrestres. Ahora vàyanse a casa, que aquì no hay màs nada para curiosear.
La gente se fue alejando despacio, murmurando. Las expectativas de tener un poco de notoriedad se les escurriò entre los dedos como arena. Pero algo en el tono de la voz del intendente no los convenciò del todo, asì que a la noche, en el boliche, se agruparon alrededor del veterinario y trataron de sonsacarle alguna novedad. Pero el viejo doctor no estaba en vena de confidencias. Esa noche, en muchas camas se sintieron los suspiros con los que las almas inocentes alivian los pesares que deberàn enfrentar al dìa siguiente en la realidad. No vendrìa jamàs de los jamases un marciano justiciero para abrirles las puertas del corralito, ni para impulsar aires nuevos en los mercados cerrados, ni para estimular nuevas y pròsperas actividades, ni siquiera para bajar un poco el "riesgo país". La ciudad entera, acompasada, suspiraba en la noche hùmeda y un « Ay, mi dios. » se escuchaba quedamente como una letanìa litùrgica, amplificada por el eco que provocaba al rebotar en las paredes de las casas a oscuras.
Dos noches despuès, el viejo se despertò de nuevo, sobresaltado por el ruido que hizo el tacho de la basura cayendo desde el pilarcito. Corriò afuera con una linterna y viò como, ràpidamente, se ocultaba debajo del rosal una figura alargada que plateaba a la luz de la luna. Agarrò un palo largo y se acercò con lentitud, temeroso, tratando de iluminar el hueco con la luz tenue de la linterna. Desde allà, en el fondo, lo miraban fijamente dos ojitos brillosos que le dieron miedo. LLamò a la Nena a grandes voces, pero al primer grito, el bicho se revolcò hacia alguna parte moviendo todo el arbusto. Saltò instintivamente hacia un costado cuando una especie de torpedo le pasò veloz entre las piernas. Con el rabillo del ojo alcanzò a ver dònde se escondiò ahora: el tambor de chapa que habìa elegido no tenìa salidas; estaba atrapado.
Suavecito, le dijo a la Nena que fuera a buscar un mosquitero grande que estaba sin uso en el galpòn y entre los dos, casi con delicadeza, cubrieron la entrada.
Cuando iluminaron el interior para ver mejor, se oyò el ruido de unas uñitas raspar con desesperaciòn contra la pared buscando una salida imposible. La luz macilenta les mostrò un surubì adulto; un pez muy bien formado, con una cabeza casi se podrìa decir elegante, pero con cuatro patitas flacas terminadas en tres dedos con uñas afiladas. Los miraba jadeante a travès de la red del mosquitero con una melancolìa y una tristeza que daba pena. Casi parecìa que estuviera por llorar. Y despuès de unos momentos, largò un gemido que se parecìa al llanto del Cachilo cuando era pequeñito y habìa perdido la mamà.
Esto desarmò por completo la entereza de ànimo de la Nena que enseguida empezò a renegar con el padre para liberarlo. Pero el viejo no quiso saber nada. Decìa que podrìa tratarse de un ser venido de otros mundos, que podrìa comerse las gallinas, que no pasarìa nada si lo dejaban un poco encerrado hasta que se hiciera de dìa. Al fin, ganò la partida y la Nena se resignò a esperar la luz del sol.



“QUERIDO CACHILO:

Querido lechoncito mìo. Por acà sigue todo igual o casi. Te cuento la novedad màs grande: Los otros dìas, entre mi viejo y yo cazamos un surubì mutante !!!. No te cuento las peripecias de còmo apareciò por nuestra casa para no hacerla larga. Pero sì quiero contarte que desde que lo vì la primera vez me pareciò un ser inteligente y digno de compasiòn por todo lo que habìa sufrido. Lo que intuì en ese primer momento, despuès me fue confirmado por sus propios relatos.
Imaginate vos, pobre pescado, desde chiquito estuvo obligado a comerse a otros peces màs chicos. Los adultos le decìan que se debìa hacer asì, le explicaron la teorìa de Darwin, le dijeron que la naturaleza debìa tener esos equilibrios. Y èl respondiò obedientemente, pese a que le daba asco y consideraba injusto ese estado de cosas. Eso de comerse unos a otros no le parecìa que fuera el mejor modo para subsistir. Dice que el Paranà tiene tanta agua…. En fin, no estaba para nada de acuerdo con esa lìnea de pensamiento ùnico que todos los demàs peces aceptaban sin chistar. Incluso, decìa, los peces màs chicos aceptaban con mìstica resignaciòn la triste suerte que les tocaba sin que les pasara por la mente rebelarse o proponer algùn cambio en ese estado de cosas.
Cuando fue màs grande empezò a probar comiendo algas y los granos que se perdìan desde los barcos que transportan las cosechas. Los demàs lo aislaron y le quitaron hasta el saludo ; asì, se convirtiò en un marginal, casi en un linyera de los pescados. Dice que no sabe cuando, pero poco a poco le empezaron a crecer las patitas y cuando andaba muy profundo se sentìa ahogar. Un dìa sacò la cabeza fuera del agua y descubriò que otro mundo era posible. Dice que ahì puso màs empeño y aprendiò a respirar como nosotros. Parece ser que los granos genèticamente modificados hicieron el resto, porque le crecieron màs las patitas y se hicieron tan fuertes que le permitieron salir del agua para hacerse un paseito por nuestro patio.
Yo lo quiero soltar, pero el viejo dice que debemos primero estar bien seguros que no se va a comer las gallinas o que vaya a ordeñar la vaca por su cuenta. Como el viejo no habla mucho con èl, no sabe que es vegetariano y yo no logro convencerlo todavìa. Asì que lo tenemos atado a la cucha del Copito, dado que el perro nunca la usa. Se ve a la legua que es muy educado: hace sus necesidades detràs de la cucha, en una palanganita que le prestè para eso. Y si està ahì detràs, haciendo pis o algo asì, y siente que alguien se acerca, enseguida grita: Ocupado ! para que no lo vean.
Tambièn es un poco tìmido. Este surubì parece tan abandonado que me parte el alma. Parece un piquetero en una reuniòn de ministros. Por una parte reivindica una dignidad casi olvidada por nosotros y por otra, no tiene todavìa los conocimientos ni la fuerza para hacerse aceptar. Se mueve como un pez fuera del agua: torpe, casi payasesco; pero con esas ganas de aprender y ese entusiasmo que no se ven en este paìs desde hace un montòn de tiempo.
Con el gato no quiere saber nada; dice que es un asunto de piel y no le tiene la màs mìnima confianza. Dice que se le ven las uñas aunque las lleve escondidas y que lo ùnico que le interesa es su proprio bienestar. Que es un egoista y un aprovechador, que sòlo le ronronea a quien le da de comer, incapaz de prodigar afectos sinceros. Quizàs tenga razòn. Despectivamente lo llama « el Presidente ».
Ahora està un poco resfriado porque hace un frìo de los mil demonios en este paìs. El clima ya no es el de antes, està todo cambiado. Serà la bomba atòmica, dice mi papà; pero no siento nada de experimentos atòmicos desde hace un buen tiempo, por lo tanto debe ser por alguna otra razòn. Quizàs el frìo se siente màs porque vivimos a mate y galletitas, no sè. La cuestiòn es que no vamos a llamar al veterinario porque no hay plata y tambièn porque se puede desatar una psicosis colectiva con el tema de los ovnis. Por eso es que ahora, no te ofendas por favor, le estoy arreglando un pullovercito tuyo que te dejaste aquì. Plata para comprar lana nueva no hay, y el tuyo le venìa de perillas. Se lo probè, le quedaba un poco grande en las patas y estrecho de cuello, por eso se lo arreglo.
Quedate tranquilo, Cachilo, vos siempre vas a ser mi lechòn preferido y te tengo siempre presente. No hago otra cosa que pensar en vos y en còmo te estàn yendo las cosas en España. Por ahora, te mando un beso enorme y un abrazo grandote del viejo. Chau.
La Nena.”

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Sensible como un chancho


Acariciando el lomo del surubì mutante, que dormìa sobre sus rodillas, arropado en un pullovercito naranja a rayas, la Nena hacìa las cuentas del almacenero para el cual trabajaba. Los pedacitos de papel arrugados, contaban las penurias de todos los vecinos que todavìa venìan con la libretita negra a comprar. Cien gramos de mortadela, un jabòn de lavar, medio kilo de pan, un kilo de fideos. En cada papelito, una compra chiquita. Què lejos aquellos tiempos en los que se necesitaban hojas de carpeta enteras para anotar la compra semanal de cada familia !
Hoy, la Nena terminaba temprano de hacer los asientos contables : siempre en el Debe, casi nunca en el Haber. Daba una mano para meter orden en ese caos que nacìa cada semana en los cajoncitos de debajo de la caja. Ella ni se preguntaba de dònde la gente sacaba tanta fuerza para seguir adelante en una ciudad sin plata y donde nadie compraba si no era al fiado, o truequeando algo, pero se maravillaba de la solidaridad que sin oropeles se manifestaba en cada uno de esos papelitos amarillentos y manchados. Cada dìa sentìa las puteadas y los puñetazos que se daban en el mostrador a la hora de cerrar, pero sentìa tambièn ese suspiro largo que seguìa a la ira y que querìa decir : "ma sì, total, alguna vez tendrà que terminar todo este despelote".
Cerrò las carpetas que ya acumulaban fiados de seis meses de antiguedad y mandò a la cucha al surubì : « Vaya, Pototo, que para usted es hora de dormir ». Guardò todo en el armario y puso una olla con agua a calentar para la cena. Encendiò el farol grande y echò màs leña en la estufa. La cocina olìa a madre, era una especie de panza en penumbras que contenìa todo el mundo. El surubì se moviò en el nido de lana y sonriò; estarìa soñando algo lindo, pensò la Nena. Despuès, tomò el sobre que habìa llegado esa mañana de España y lo rasgò, extrajo la carta que contenìa y se puso a leer:

“QUERIDA NENA:

Soy el flaco Maidana. No te alarmes, que no pasa nada grave, pero querìa hacerte dos lìneas para contarte còmo està el Cachilo. Como no te escribe desde hace un tiempito, quise hacerlo yo para que tengan noticias frescas.
Espero que por allà se las estèn arreglando bien y estèn pasando esta gran crisis sin grandes penurias. Por acà las cosas no son como las pintan, es todo muy difìcil y muy complicado. Tampoco hay grandes posibilidades de trabajo y se changuea como se puede. Y si bien cuando se trabaja, se gana, tambièn es cierto que apenas alcanza para pagar el alquiler, comer y viajar. Es decir, se gana como en el primer mundo, pero se gasta tambièn como en el primer mundo.
Pero te querìa contar del lechòn. Unas semanas atràs, yo habìa conocido una gurisa que estudiaba filosofìa y habìa buena onda. La invitè varias veces a casa y ahì conociò al Cachilo. Se pusieron a conversar animadamente apenas el chancho abandonò su disfraz de perrito de compañìa. Se hicieron amigos del alma y hubo dìas en que no me pasaban pelota. Despuès, sin invitarme, se fueron varias veces solos a manifestaciones contra el neoliberismo, a conferencias sobre la situaciòn argentina, a conciertos que juntan fondos para los piqueteros, a ver pelìculas en un cine club, a comer bocadillos y tacos a una tasca de esas, llenas de intelectuales. Me marginaron completamente.
Al fin, para hacèrtela corta, un dìa Lucìa quiso hablar conmigo muy seriamente. Me intrigò mucho que el Cachilo se rajara apurado a comprar cigarrillos a esa hora de la noche, y, dada la cara de circunstancias de la gallega, me acomodè como para recibir malas noticias. Lucìa empezò diciendo que ella era una chica del campo, simple, pero muy concreta. Que tenìa los pies bien plantados en la tierra y querìa para su vida esas cosas simples y normales que quiere toda mujer. Que yo era un gran tipo, pero…--habìa un pero—cuando descubriò en el chancho esa sensibilidad, ese compromiso con la realidad, esas ganas de luchar por las causas de los pueblos, se derritiò y no pudo refrenar sus sentimientos hacia èl. Me dijo que se habìan dado cuenta de que estaban enamorados uno de la otra cuando salieron de una conferencia discutiendo sobre còmo los medios de comunicaciòn masiva mienten y esconden la realidad. Dice que es brillante en sus apreciaciones…y, bueh !!, que yo, al final, no estaba a la altura de sus expectativas. Que necesitaba a su lado un macho que le hiciera correr la sangre en las venas. Miralo vos al Cachilo !!!
En fin, el muy puerco me soplò la mina. Le contò mil historias sobre su infancia de huèrfano, sobre los disgustos y la prepotencia que tuvo que soportar en el mercado de porcinos cuando llegò, y sobre sus esfuerzos para adquirir un cacho de cultura. No es que mintiera, no, pero adornò todo de una manera exquisita como para ablandar cualquier corazòn. Ahora cuenta los eventos que sacuden a la Argentina como si fuera un sociòlogo experto, habla de derechos humanos como si estuviera en las Naciones Unidas, sin olvidarse de una fecha ni de los nombres de los polìticos y milicos que hundieron al país. Y Lucìa lo escucha embobada. Cayò en el lazo, la gallega.
Desde hace unos dìas, estudian filosofìa juntos, discuten sobre la desigualdad entre los hombres suspirando como monjas, y se miran lànguidamente a los ojos por horas hablando del liberalismo econòmico y sus nefastas consecuencias. Escuchan a Leòn Gieco y a Serrat tomados de la mano y se dan cucharaditas de helado en la boca. Se tiran besitos a travès de la mesa y se acuerdan de mì sòlo cuando les pregunto si quieren màs paella. Cuando escucha chamarritas, al chancho se le pianta un lagrimòn; y ahì està siempre lista la gallega para consolarle las nostalgias. Lo vieras al lechòn cuando se pone mimoso ; dà asco, de pegajoso !!
Ahora Lucìa se mudò acà, pero cuando ella no està, el chancho se la pasa tirado en su canastito mirando el techo, con una sonrisa beatìfica en el rostro, rascàndose la panza y no hace nada de nada. Ya no limpia, ni hace la cama, ni lava los platos. Vive en el limbo.
Escribile, por favor. A vos te hace caso. Decile, por favor, que tome conciencia que el alquiler lo pago yo. Decile que no es democràtico marginar a quien le diò una mano cuando estuvo en las malas. Por ahora no me hace nada dormir en el sofà, pero un dìa me voy a cansar. Tengo los huesos rotos y ellos hacen mucho ruido en la cama. Al menos que le diga a Lucìa de presentarme alguna amiga. No te olvides.Gracias por anticipado.
Un saludo a todos los de Santa Elena de
el Flaco Maidana.”

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Nada se pierde

El Viejo y la Nena estaban sentados de frente al veterinario. Corrieron los vasos vacìos que auroleaban la mesa grande del comedor y la Nena se levantò con un aire de misterio. De la cucha que se ocultaba apenas a un costado del aparador, sacò al surubì mutante y lo exhibiò, con su pullovercito naranja a rayas, a los ojos estupefactos del doctor. El pez lo saludò con un tìmido movimiento de cola y un “Buenas noches” aflautado que apenas se escuchò.
--Mire, doctor, --dijo el Viejo--, somos ya gente grande y hemos vivido bastante como para asombrarnos por ciertas cosas. Lo que le estamos mostrando aquì, que quede entre nosotros, por favor. Son cosas que aparecieron espontaneamente y no queremos alarmar a la gente. Queremos que nos explique si esto es normal y posible.
Primero fueron las cartas del Cachilo; no sé si se acuerda, el lechoncito huèrfano que mandamos a España para ver si nos hacìamos de unos dòlares. No sabemos què sucediò, pero el chanchito aprendiò a leer y a escribir, y creciò mucho culturalmente. Tanto que ahora està de novio con una filòsofa. Parece que afuera siempre aprecian màs las virtudes de nuestros muchachos. Casi todos nuestros premios Nobel siempre triunfaron en el extranjero, no ? Si no, vèalo al Battistuta !!.
Pero le decìa, despuès de un tiempito apareciò el Pototo, este pobre surubì desgraciado, marginado por no querer someterse a los dictados de un pensamiento ùnico que no le ofrecìa salidas a su creatividad y a su curiosidad. Quiso ver si habìa otro mundo posible y, a pura fuerza de voluntad, se hizo crecer unas patitas; y ahora lo tiene aquì, de frente a usted, doctor. Ahora està un poco dormido porque es tarde y durante el dìa no para un minuto. Siempre de aquì para allà, peleando con el gato, jugando con el perro; pero siempre preguntando el por què de todo.
La Nena se estirò por sobre la mesa y pasò al veterinario las ùltimas fotos que llegaron desde España y que mostraban un Cachilo sonriente, abrazando en una playa a una jovencita flaca como un pejerrey. Detràs, esas cuatro lìneas chabacanas que ya se habìan hecho costumbre: “Desde este lugar sagrado, donde concurre tanta gente….Cachilo y Lucìa”
--LLegan dos o tres por semana. Parecen muy enamorados. ---comentò la Nena, con un dejo de celos.
Despuès de haber acomodado al surubì dentro de la cucha, el veterinario alzò los brazos, diò un largo suspiro, abriò la boca…y se quedò mirando el vacìo. Sin poder articular palabra, cruzò los dedos como para esconder su impotencia y sacudiò la cabeza lentamente.
--No sé què decirles,Viejo, Nena. Nos conocemos desde hace mucho tiempo para andar con vueltas. Todo esto es posible y, casi casi, me lo estaba sospechando. Serà cuestiòn del agujero del ozono, quizàs sean frutos de estos tiempos medioevales que corren…, ¿quièn puede afirmarlo?!
Florentino Ameghino se jactaba de haber enseñado a un pez a estar fuera del agua. Lo tenìa en una pecera sobre el mostrador—creo que tenìa una ferreterìa, o algo asì--, y lo mostraba por unos minutos a cada cliente que quisiera curiosear. Decìa que con cierto esfuerzo y con mucha voluntad, las especies, si son estimuladas, lograban evolucionar…para peor o para mejor. Despuès se largaba a dar càtedra y, segùn testimonios veraces, hablaba hasta por los codos sobre canibalismo o cosas por el estilo. Decìa que la humanidad, tarde o temprano iba a desparecer. Por pesimista perdiò todos los clientes y tuvo que cerrar. Despuès se dedicò a los dinosaurios, creo. Nena, dame por favor otro vasito de vermouth que me hace falta.
--No sé,--continuò—en este paìs todo sucede tan ràpido. Y es un paìs tan loco, pero tan loco…que todo es posible. Eramos el granero del mundo y miren en què terminamos. Un paìs tan rico y nos transformamos en miserables. Menem se quiere postular de nuevo para presidente y, quizàs, quien lo puede decir, no?, por ahì gana. Me toco un huevo. Perdonà, Nena, es la costumbre. Se decìa peronista y miren en lo que se transformò.
Tenemos un montòn de torturadores sueltos ; que ahora son senadores, diputados, siguen en las Fuerzas Armadas ; son polìticos y hacen discursos solemnes sobre la Patria y la Constituciòn. Otros, parecen mutantes en efervescencia : ayer, un pobre pelafustàn ; hoy, un banquero lleno de millones.
Hasta las palabras se transforman. Las guerras hoy son humanitarias ; la paz se hace a fuerza de genocidios ; en nombre de la libertad se sojuzgan pueblos enteros ; para crear riqueza se sumen millones de personas en la pobreza.
Por todo esto, Nena, Viejo, creo que si vivimos en este bendito paìs y vemos a diario todas estas transformaciones a nivel pùblico, ¿por què debemos asombrarnos por estas pavadas que ocurren silenciosas dentro de cuatro paredes y no molestan a ninguno ? Si todos estos fascistas mafiosos se transformaron en personajes èticos, respetables, capaces, honestos, patriotas y democràticos; que piden el voto del pueblo con humildad, prometiendo bienestar con una mano en el corazòn; ¿còmo nos vamos a asombrar porque un chancho estudie filosofìa, o porque un surubì quiera conocer si otro mundo es posible ?
Sin embargo, la pregunta es: ¿tambièn nosotros estamos transformàndonos ? Porque a decir la verdad, a mi ya no me salen màs sabañones desde hace muchos años. Y me siento un poquitìn agresivo ultimamente, ¿saben ? No soporto màs a ciertos tipos que antes me eran indiferentes o a los que no daba importancia. Por ejemplo, a la mañana, despuès de leer el diario, siento que me crecen los caninos y me sale espuma por la boca. Pero pasa ràpido, por suerte. Ladro dos o tres veces y se acaba.

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La buena nueva

El Viejo se alejò velozmente de la casa. Detràs, enfundado en su pullovercito naranja a rayas, lo seguìa casi sin aliento el Pototo, el surubì mutante que habìan adoptado como si fuera un perrito màs de la casa. El Viejo no podìa soportar los ataques de celos de la Nena cada vez que llegaba una carta de Barcelona contando las andanzas del cerdito Cachilo. La veìa a travès de los vidrios de la ventana arrojando violentamente trapos, toallas, repasadores y camisas viejas por todos los rincones (no cosas pesadas porque, con los tiempos que corren, no se podìan permitir de romper algo). Antes de salir, manoteò el pedazo de papel que venìa con noticias frescas desde el otro lado del ocèano y se lo puso en el bolsillo.
Ya fuera del alcance de las rabietas de la Nena, le puso la correa y el bozal al surubì y se fue caminando despacito hacia la plaza del pueblo. Se sentò en un banco soleado, cruzò las piernas con parsimonia como hacìa siempre antes de emprender algo importante, se calzò los anteojos y liò un cigarrillo. Controlò que el Pototo no se fuera a pelear con algùn gato y se dispuso a leer lo que tanto habìa alterado a la Nena.

“QUERIDOS VIEJO Y NENA:
Espero que estèn sentados porque tengo que darles la buena nueva : voy a ser papà !!! Sì, leyeron bien. Lucìa, mi muy querida filòsofa, mi gallega del alma, està embarazada !!! Se pueden imaginar el alegròn !!! Todavìa no lo puedo creer. Yo, un lechòn sudaca, voy a ser papà !!!
Todos los amigos se hicieron presentes. Toda la colectividad de argentinos en Barcelona estuvieron llamando y viniendo con regalitos en esta semana. Aunque debo decir que el Flaco Maidana, el muchacho de Santa Elena que nos tiene en su departamento, si bien se portò como un caballerito inglès, anda con una mufa de los mil demonios.
Ahora tengo que sentar cabeza, la responsabilidad es enorme y no tengo experiencia en estos asuntos. Por empezar, ya me conseguì un trabajito. Soy corredor libre de una firma que vende jamòn serrano en los restaurantes. Me tomaron enseguida porque en este ramo tengo, lo que se dice, un talento natural. Me da un poco de resquemor cuando tengo que ofrecer una degustaciòn y debo abrir los sobrecitos donde yacen estiradas y lisitas las fetas que pertenecieron a mis hermanos, …pero asì es la vida: hago de tripa, corazòn. La felicidad de los hijos vale cualquier sacrificio.
Tambièn empecè a hacerme los documentos necesarios porque es posible que con la Lucìa nos casemos en unos meses. Aquì tuve un poco de problemas porque ahora, a los extranjeros, les toman las huellas digitales, y mis pezuñas, ademàs de dejar un seño claro de biscochito chino de la suerte, no tienen los zurcos como los de ustedes humanos. Pero un sargento panzòn, cuando le contè que era argentino y que iba a ser papà, me mirò con cara de làstima, pero me arreglò todo a cambio de medio kilo del jamòn que vendo. Me hizo poner las patas en todos los cuadraditos y despuès, con un alfiler, les raspò unos circulitos concèntricos. Despuès me prestò una corbata para la foto y me pintò unas patillas andaluzas que ni les cuento. Estuvo gaucho el tipo. Incluso me invitò a su casa a cenar, pero no me fìo demasiado: la policìa siempre es la policìa; y por ahì, quièn les dice, termino a la parrilla.
Espero que no les importe, pero tuve que poner los nombres de mi papà y de mi mamà…y como no los conocì, puse el de ustedes. No tuve un papà màs comprensivo que usted, Viejo. Ni una mamà màs solìcita que vos, Nena. Los quiero mucho.
Lucìa està muy bien y muy contenta. Y si bien no tenìa en sus càlculos ser madre tan joven, se siente esplendorosa. El problema son los suyos. Fuimos un dìa a conocerlos y a que me conozcan, y no anduvo muy bien que digamos. Los padres viven en el campo, tienen una chacra donde plantan maiz, papas y crìan algunos animales. Son gente simple y un poco chapada a la antigua. Apenas me vieron, me corrieron con la escoba y me querìan encerrar en el chiquero. Por suerte los parò Lucìa.
Bueh !! Se està acabando el papel y mañana debo levantarme temprano. En la pròxima les sigo contando.
Un abrazo grandote del PAPA’ DE AMERICA !!! Cachilo.”

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Carta al Director de "Ecos"

“Estimado Director de Ecos de Santa Elena:
Soy el Flaco Maidana, tercer hijo de doña Zulema Maidana, que partiò desde Santa Elena a buscarse un lugarcito bajo el sol y un poco de trabajo y tranquilidad en estas tierras españolas. Usted no me conoce –llegò a nuestra ciudad hace poco--, pero toda la ciudad me viò crecer en la decencia y en el orgullo que tiene todo trabajador honesto. Ahora bien, dado que una carta mìa a la Nena fue publicada en su honorable diario ciudadano, y visto que las andanzas del Cachilo, este chancho que me tocò en suerte para compartir el exilio catalàn, estàn en boca de todos mis conciudadanos, tengo el temor de que sus dichos (los del chancho) y mis anteriores opiniones vengan malinterpretadas por mis amigos del pago y que terminen por delinearme una imagen que no corresponde a la realidad.
Primero, se me hace aparecer como un desilusionado celoso del antedicho chancho porque me soplò la mina. Es de aclarar que entre Lucìa y yo no habìa otra cosa que una incipiente amistad, que se basaba fundamentalmente en la necesidad mìa de llenar un vacìo de incalculable soledad (enfermedad inevitable que padecemos todos los que emigramos y a la que se suman sentimientos profundos de nostalgia y regresiòn a la infancia). Por lo tanto, el hecho que el chancho anteriormente mencionado, sin ningùn respeto por la amistad que nos unìa, le haya arrastrado el ala a la Lucìa, no podìa hacer mella en mì porque apenas nos conocìamos con la chica esa y todavìa no habìa nacido nada entre nosotros. Por lo tanto, declaro formalmente que no estoy celoso de ese chancho y mucho menos le envidio su situaciòn de amante fogoso y de futuro padre.
Segundo, se dijo los otros dìas que yo andaba con una mufa terrible y no compartì para nada la alegrìa general que invadiò a la comunidad argentina en Barcelona por la noticia de que el chancho ese y la Lucìa esa iban a tener un bebè. No es verdad esa afirmaciòn. Simplemente quiero aclarar a los amigos que me conocen desde hace tanto tiempo que estoy preocupado por el giro que estàn tomando los eventos señalados. Quisiera tener una respuesta precisa a ciertas preguntas que me rondan el mate: ¿podrìa el Cachilo sobrevivir en esta ciudad extranjera sin la ayuda de un connacional, como yo, que lo comprendiera en sus fantasìas y lo amparase de los peligros que lo acechan? Seguro que no, se lo comerìan en un instante los sin techo que pululan el centro de Barcelona.
¿Podrìa el cerdo ese manejarse relativamente bien en su relaciòn con la sociedad española actual? Creo que no, se deja llevar con demasiado entusiasmo por los eventos y no logra establecer un cierto equilibrio con la realidad. Su relaciòn con Lucìa es la prueba de lo que estoy diciendo; està basada en la chifladura de una gallega intelectualoide y snob que ve en el chancho el cùlmine de la evoluciòn de las especies; sigue, ciega y sorda, los dictados de una moda frìvola y herètica que ha dejado de lado los valores que tienen una verdadera significaciòn humana. El Cachilo, en cambio, està deslumbrado por su rapidez en asimilar todo lo nuevo que se le presenta delante de los ojos y no tiene el màs mìnimo criterio para discernir lo bueno de lo malo; asì acepta su relaciòn oprobiosa con total pureza de alma.
Otra pregunta es: ¿què clase de hijo tendràn? ¿Vendrà con colita ensortijada o serà un niño al que le gustarà ir a jugar en el barro y entre porquerìas? Porque si bien el Cachilo es un chancho bien limpito, no debemos olvidar que los instintos estàn siempre latentes.
Y la ùltima: ¿què harè yo, en medio de todo este despelote? ¿Quedarè otra vez solo en esta pieza de extranjero, mirando para afuera a travès de la ventana cuando llueve? ¿O me aceptaràn como padrino del chiquilìn? Les prometo por escrito, a esos dos desgraciados, –si usted publica èsta—que al gurì, salga como salga, le enseñarè a jugar en el agua y a pescar como si fuera el padre que no conocì y que me hubiera gustado tener.

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No somos los únicos locos

“Queridos Viejo y Nena:
Hoy es domingo y llueve de lo lindo por estas tierras andaluzas, donde vive la familia de Lucìa. Tienen un campito no muy grande, lleno de cuevas de conejos salvajes, en donde plantan un poco de todo y crìan algunos animales. En el paisaje abundan las lomitas; y el sol, cuando calienta en verano, raja la tierra. Parece todo muy duro, pero los crepùsculos son tan hermosos que dulcifican cualquier ardor del alma.
El primer dìa que me presentaron a la familia de Lucìa, se armò un alboroto de esos que ni les cuento. El hermano menor es el que se escandalizò màs e hizo tal despiole que tuvieron que llamar al cura (en estos parajes agrestres, el mèdico tarda un siglo en acudir y cobra caro, por lo tanto se recurre al cura porque resuelve dos problemas al mismo tiempo : da la extremaunciòn y te exorcisa los demonios). El sacerdote resultò un tipo macanudo porque terminò convenciendo a la familia para que abrieran sus mentes ante las novedades que traen los nuevos tiempos: debìan aceptar como algo natural que yo, un chanchito entrerriano, fuera el papà del hijo de Lucìa.
La vieja, con las palabras del cura se calmò. Y el padre, si bien no pronunciò palabra en todo el tiempo, enteràndose que yo era un chancho con todas las mejores intenciones del mundo, que pensaba en casarme, que habìa conseguido trabajo y todas esas cosas, me abrazò casi hasta asfixiarme. En ese momento màgico, casi sin aliento, sentì todo el peso de su amistad sin condiciones, leal y sincera.
A eso de las siete de la tarde estàbamos todos, Lucìa, yo, el cura, el padre, la madre y el hermano endiablado, bebiendo vino de una bota y cantando canciones anarquistas de la època de la guerra civil. El cura, borracho hasta las manos, era el màs entusiasmado: con una voz media gangosa por la curda cantaba algo asì como que iban a ahorcar al ùltimo rey con las tripas del ùltimo Papa.
En medio de la fiesta tuve que aceptar que si el bebè fuera un varoncito, debemos ponerle de nombre Neptuno y si fuera una chancletita, Clitemnestra. Es que a los anarquistas les gustan los nombres de la època griega. Lucìa estaba tan contenta que no me pude oponer. A mi me gustaban màs Ernesto o Eva, pero no pude convencerlos; estos tipos estàn tan alejados de nuestro mundo que no entienden nada de polìtica y de sus sìmbolos universales. Espero que nazca varoncito porque Clitemnestra Cachilo, no suena nada bien.
Despuès de la cena, con el viejo, el hermano y el cura, nos fuimos a la hosterìa del pueblo. Fue una caminata de casi tres kilòmetros, tropezando con todos los cascotes del planeta y cayèndonos cada dos por tres en las cunetas. Pero llegamos. El viejo abriò la puerta de un empujòn y gritò: “Compañeros ! Les presento a mi yerno. Un cerdito argentino que se las trae, coño ! Ya dejò gruesa a mi Lucìa y se piensan casar dentro de poco. Tràtenlo como a un hermano, con cariño”. Y ahì nomàs me tuvieron como media hora presentàndome a cada persona, con curriculum personal donde figuraban los parientes y amigos antiguos que, en otras èpocas, habìan emigrado hacia Argentina. Me preguntaban cada cinco minutos si era cierto aquello de las grandes distancias en nuestro paìs; si conocìa a un tal Raul Sànchez, que vivìa en Tucumàn; y si era cierto que ahora España se estaba cobrando la derrota de San Lorenzo vendiendo màs cara la nafta de Repsol.
No sé quièn tuvo la idea, pero a medianoche alguien propuso hacer una fiesta en la plaza del pueblo para festejar el acontecimiento del embarazo de Lucìa. Creo que fue el cura, porque a poco andar empezò a organizar la procesiòn y a comprometer a los màs forzudos para llevar las andas. Hubo un peloteo medio raro que todavìa no entiendo, pero los màs grandotes sonrienron felices cuando el cura aceptò que el Cristo saliera por las calles vestido con una tùnica roja y negra y con el puño izquierdo alzado.
Despuès de la procesiòn y antes que se largara la algarabìa general, me invitaron a hacer un discursito de presentaciòn. Empecè contando sobre las peripecias y desgracias que Argentina està pasando en estos momentos –y ahì comencè a notar que la gente se daba codazos y se miraban con una sonrisita sardònica en los labios—percibì que no me creìan ; luego seguì comentando mi llegada a España y mis progresos en la escuela para extranjeros; la vida que tuve que hacer como perrito de compañìa hasta que conocì a Lucìa. Hice varios retratos de los seres queridos que dejè en Santa Elena y las noticias que me llegaban del pago tan lejano: los esfuerzos de la gente para seguir sobreviviendo e inventarse un futuro; el corralito, la nueva pobreza; la adopciòn del Pototo, el surubì mutante, que me contò la Nena en una carta; en fin todo lo que concernìa mi persona. La personas, gente andaluza de pura cepa, ya se hacìan ademanes ostentosos y reìan a màs no poder. Al final, el alcalde, subiendo velozmente al estrado, me abrazò, me alzò un brazo y, mirando directamente a la gente, proclamò: “Este cerdito sudamericano es uno de los nuestros !!!” Luego me abrazò de nuevo y me dijo todo emocionado: “Bienvenido, hermano argentino. Eres el màs mentiroso de todos nosotros !!! Argentina pobre !!! Hombre, te felicito !!!”

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O cola de león, o cabeza de ratón

En un barrio dormitorio de Barcelona, por la única ventana alta y flaca de ese departamentito interno de un tercer piso, entraba de refilòn un sol amarillento que daba colores de oro viejo a cada objeto esparcido por los rincones. Gardel, desde un àngulo lejano del tiempo, con un susurro cantaba “Volver”. En la minùscula mesa del comedor, una pava, un mate cincelado, la yerbera de madera lustrada y un repasador a cuadros eran el marco que encerraba una conversaciòn ìntima entre dos varones que han vivido experiencias no comunes: Cachilo, el cerdito entrerriano, se confesaba con su compañero de exilio, el Flaco Maidana. El tono de las voces era de catedral y el chupado de la bombilla sonaba casi como el eco de un òrgano medioeval. Los dos en camiseta y en chancletas, como corresponde cuando hace un calor de los mil demonios y cuando la camaraderìa es asì estrecha que uno al otro le conoce los estados de ànimo hasta por los olores que produce.
-- Yo no sè que le pasa a Lucìa. Està cambiada. --decìa el lechòn Cachilo mirando el suelo--. Està apenas de dos meses y ya tiene una panza que parece que va a reventar. Volvimos de Andalucìa, se metiò en la cama y no se levanta ni para ir al baño. Todas las noches me vuelve loco porque quiere helados, frutas raras. El otro dìa me despertò gritando que tenìa unas ganas bàrbaras de comer gazpacho de berenjenas. A las tres de la mañana !! Ya no puedo màs. Si sigo asì, me rajan del laburo porque a la mañana temprano no acierto ni una. Es ya bastante el hecho de disimular lo mejor posible mi situaciòn de chancho sudaca y poner siempre una buena sonrisa cada vez que debo vender jamòn serrano por los restaurantes. Yo me siento un canìbal y los demàs me miran a mì con màs codicia que a la mercaderìa que llevo de muestra. Y ahì me vienen unas ganas bàrbaras de saltar solito dentro del spiedo.
El Flaco diò otra chupada al mate y lo volviò a cebar con lentitud. Con cara de cementerio, se alzò de hombros y no respondiò. Con una nueva chupada parsimoniosa invitò al Cachilo a continuar.
--Lucìa abandonò la filosofìa, --continuò el cerdo-- y ahora dice que lo ùnico que le interesa es ser mamà, cuidar el embarazo hasta en los mìnimos detalles. No se mueve, no camina, apenas si duerme; mira tele y come todo el tiempo. Me exige un montòn de cosas. Me dice que debo trabajar duro y ganar un montòn de pesetas porque el futuro de nuestro hijo no puede quedar en las manos de los polìticos de turno. Quiere un coche, un departamento con balcòn y vista al mar, lavaplatos, una señora que venga todos los dìas a hacer la limpieza y a planchar. No sé, se volviò loca de repente. De anarquista, pasò a capitalista sin redenciòn.
El Flaco hizo un ruido involuntario con la bombilla. Con un susurro pidiò perdòn por la interrupciòn cuando el Cachilo lo mirò a los ojos interrogando. Volviendo a cebarse otro mate, con un movimiento de la cabeza, invitò nuevamente al cerdito a seguir su retahila de confesiones.
--Tengo las pezuñas gastadas de tanto caminar. No gano mal, pero tampoco es para darse lujos. Ademàs, yo me habìa enamorado de una mujer que era, o parecìa, una revolucionaria. Me encandilè. Parecìa una persona que abandona la vieja piel y se lanza a la aventura de conquistarse la libertad. No importa cuànto cueste y por cuàntas vicisitudes amargas se tengan que pasar. Lo importante era la libertad. Esa posibilidad de ser uno mismo, autenticamente, con todos los defectos que uno se lleva a cuestas, pero ser uno mismo. No el reflejo de lo que los otros quieren de uno; no un esclavo de los otros o de las cosas. De ser un chanchito de campo, pasè a ser una persona. De un destino de carrè al horno con papas, pasè a un estadio superior. No es que ser un vendedor de jamòn sea una gran cosa, pero aprendì a leer y, lo mejor, a interpretar este mundo de otra manera. Yo me superè; y ella ahora està volviendo atràs. Me encuentro en una situaciòn en la cual estoy perdiendo la libertad y tampoco alcanzo la felicidad. ¿Vos còmo me ves, Flaco ? Tengo una confusiòn que ni te cuento.
El Flaco se levantò despacio, agarrò con cuidado la pavita y fue arrastrando las chancletas hasta la cocina. La llenò de agua y la puso sobre la hornalla, vaciò el mate en la pileta y, dàndose vuelta, le puso encima al Cachilo una mirada ancha como de cien años. Despuès de un rato hizo un ruido con la boca, como si se estuviera succionando una carie, y moviò la cabeza de un lado a otro.
--Ya lo sabìa yo, --dijo al fin el Flaco--, Lucìa es una buena piba, pero en esta sociedad es difìcil quedarse al margen de las tentaciones. Mucha filosofìa, mucho existencialismo en el vestir, “no quiero esto, no quiero lo otro”, tanta moda pavota. Pero todo muy necesario para enfrentar tantas mentiras, tantos engaños y espejismos. Y no hay propuestas, ese es el problema.
Cachilo, Lucia tiene miedo a la libertad. Como lo tenemos todos. Por lo tanto prefiere alienarse y jugar el juego, el ùnico juego que le permite el sistema: perseguir ese cachito de felicidad que prometen las propagandas y aceptar, porque parece que no hubiera otra soluciòn, la esclavitud programada del consumismo.
--Sì, es asì nomàs, parece.—interrumpiò el Cachilo con un gruñido que le saliò del alma--. Los otros dìas me saliò conque ahora quiere ser una mujer objeto. Anduvo todo el dìa acomodando los libros para hacerse un lugarcito en una repisa y posar como una escultura. Quiere que le saque fotos como si fuera una modelo de revistas y que le compre perfumes refinados.
--Vos me preguntàs còmo te veo –prosiguiò el Flaco—Creo ver algo conocido en tu situaciòn: el viejo chancho que no se va y una nueva identidad que te espera y que no podès todavìa definir ni encontrar. Estàs en un verdadero lìo, querido cerdito mìo, porque si no logràs luchar por tu libertad, tampoco creo que podràs alcanzar la felicidad. Ya abriste los ojos, viste y probaste; ¿quièn te engañarà ahora ?!!!. Y lo peor, es posible que luchando para alcanzar tu libertad, seràs un infeliz toda la vida. Es dura, lo sè, y no te puedo dar un consejo. Estamos todos mal; y parece que la ùnica elecciòn posible para elevarnos serìa estar mal, pero por una causa un poco màs digna que la supervivencia. La decisiòn es y debe ser sòlo tuya. O cola de leòn, o cabeza de ratòn. A tu salud, amigo mìo.
Y alzò el mate como abarcando todo el planeta. El sol ya se habìa alejado un metro convirtiendo todo el departamento en una cueva gris.

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Un centro de mesa

Don Antonio, el padre de Lucìa, entrò en el departamento dejando huellas del polvo andaluz que se trajo en las alpargatas.
--Coño, Cachilo, què hace la Lucìa en esa repisa ? Està bien ?
--Sì, don Antonio. Ya lo ve. –contestò el cerdito--. No sabe lo que estoy pasando.
--Pero ¿de cuànto està ?
--Apenas de dos meses, don Antonio.
--Coño, parece un dirigible.
Lucìa abriò apenas un ojo para saludar al recièn llegado :
--Hola, padre, ¿còmo està usted ? ¿Viajò bien ?
--Sì, hija. Tu madre te manda saludos. Pero dime, ¿què te està pasando ? ¿Por què estàs ahì arriba ?
--Quiero ser una mujer objeto, padre. ¿Le parezco que luzco bien ?
--Sì, creo que tienes buen color, pero….—la tranquilizò don Antonio; y, mirando para todos los rincones como buscando algo, continuò dirigièndose al Cachilo:
--Sì, ese es el lugar justo. Dame una mano para acomodarla sobre el aparador, quitemos de ahì ese florero.
Cachilo obedeciò prontamente.
--Cachilo,--insistiò don Antonio--, ¿no tienes alguna carpetita bordada, una mantilla con flecos ?. Si fuera roja con pasamanerìa negra, serìa ideal.
--Pero, ¿para què quiere todo eso ? --preguntò Cachilo, viendo con estupor el desbarajuste que estaba combinando el padre en el pequeño salòn. El viejo se movìa con urgencia, a zancadas amontonaba al descuido los libros y abandonaba en cualquier lugar el televisor.
--Para hacer una buena base para apoyar a Lucìa. Acà tiene mejor luz. Y al atardecer, el crepùsculo le dorarà los senos y la base del cuello. Veràs què figura !!!
--Don Antonio, disculpe, pero yo lo mandè llamar para ver si me ayudaba a sacarla de este estado de mujer objeto y me la restituìa a su estado original: una anarcoide llena de proyectos que se preocupaba por las injusticias; una mujer a la que le salìa la filosofìa por todos los poros. Yo no quiero un centro de mesa que me reprocha todos los dìas lo poco que gano.
--Espera, Cachilo, pàsame esa cortina de voile. Quìtala de la ventana, asì entra màs luz. Se la pasaremos por detràs un poco arrugadita y le quedarà como si estuviera apoyada en una nube. Veràs què linda estarà. Incluso el mueble te parecerà màs importante, màs señorial.
Lucìa no moviò un mùsculo, ni cambiò de posiciòn cuando entre los dos la cambiaron de lugar. Suspirò complacida de su nueva posiciòn cuando con el rabillo del ojo se viò reflejada en el vidrio de la ventana abierta. Don Antonio volviò del baño con el plumero y diò dos o tres desempolvadas ràpidas sobre los hombros de Lucìa antes de exclamar:
--Si te vieran en el pueblo, Lucìa. Pareces una escultura !!!.
Cachilo, sentado cabizbajo en el sofà, definitivamente deprimido, murmurò:
--No quiero una escultura por mujer. Quiero que vuelva a ser la de antes. Està involucionando, don Antonio. Y usted no me ayuda a hacerla volver a la realidad. Quisiera hablar tambièn con la mamà y con el hermano. Ya veo que con usted no me voy a entender.
--Pero ¿què dices?, cerdo burguès !!! –se enojò don Antonio--. Tu elegiste mezclarte con la gente y abandonar el barro en el que te revolcabas. No creo que transformàndote en un vendedor exitoso de jamòn hayas alcanzado un estadio superior, pero en mi casa te hemos recibido con todos los honores; respetamos tu elecciòn. La libertad de elecciòn del individuo es el primer derecho que se debe respetar. Deja a mi Lucìa que sea una mujer objeto si es lo que considera lo mejor para sì y respeta su decisiòn. No vamos a montar una asamblea popular para decidir què es lo mejor para ella.
Caìa el sol sobre Barcelona y un rayo oblicuo entrò a travès de la ventana. Don Antonio tenìa razòn, apenas le rozò los hombros, Lucìa adquiriò un volumen y una luz asombrosas. Su imagen llenò todo el ambiente como si fuera un cuadro de Goya. El padre, en èxtasis, fue hacia el estereo y puso un cassette en el que Paco Ibàñez cantaba poemas de Rafael Alberti.
--Muèvete, Lucìa, muèvete lentamente; y llena de belleza esta triste habitaciòn.

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Mishiadura

Pototo, el surubì mutante, se despertò que todavìa era de noche. Saliò de la cucha refregàndose los ojitos con sus patitas flacas para sacarse las lagañas y se fue hasta la canilla del patio para enjuagarse la boca. Luego, envuelto en su pullovercito naranja a rayas, se encaminò con pasos cansinos hasta el ceibo que estaba cerca del gallinero. Controlò el horizonte y comenzò a trepar por las ramas.
--Carajo, esto no es trabajo para mì. –protestaba con el poco aliento que le dejaba el esfuerzo.
Cuando llegò a la cima, la rayita del horizonte se clareò y las estrellas empezaron a apagarse una a una. Pototo se clareò la garganta y comenzò a cacarear con voz grave al principio. Despuès de dos o tres tentativas alcanzò un estridente kikirikì que despertò al perro, al Viejo y a la Nena. En el centro de Santa Elena, el cura escuchò el reclamo ancestral al trabajo y corriò a hacer sonar las campanas. La ciudad se levantò, cansada, pero dispuesta y estoica, a sufrir otro dìa de fatigas mal recompensadas, incertidumbres y paràlisis social.

--No tenìan que haberse comido al gallo.—protestò el surubì mutante cuando la Nena vino a ayudarlo a bajar del àrbol.
--No tenìamos otra cosa a mano y ya estaba enfermo y viejo.—respondiò la Nena.—Ademàs, lo repartimos con todo el barrio.
--Mirà què vejez me espera.—suspirò el Pototo.-- En vez de gozar una jubilaciòn digna, terminarè siendo el centro de un chupìn.

La Nena abriò las puertas del galpòn donde funcionaba el Club del Trueque y se puso a acomodar las cosas desparramadas que habìan dejado los chicos que en la noche anterior habìan concurrido al comedor popular improvisado en un rincòn del viejo granero. LLegò don Jaime, siempre madrugador, y se puso a organizar los cientos de relojes que se amontonaban en su mesita.
--No logro truequear ni uno, Nena. Desde que el cura se puso a dar la hora con las campanas, nadie usa màs un reloj. Incluso el intendente està trazando en la plaza una meridiana para construir un reloj de Sol gigante usando el campanario como aguja.
--Y aquì, ¿quièn quiere saber la hora exacta, don Jaime?. Si nunca sucede nada.
LLegò tambièn Matìas con su guitarra y se acomodò en la sillita de paja frente a la entrada.
--¿Què noticias hay hoy, Matìas?—preguntò de lejos la Nena.
--“France Press, 19 de setiembre”—empezò a canturrear Matìas, rasgueando la guitarra—“Atacaron a tiros la casa de Estela de Carlotto” “Es un atentado polìtico, dijeron algunos prominentes hombres del gobierno bonaerense” Te la doy gratis, Nena.
--Gracias, Matìas. Pero decime, què tenès en las alpargatas ? Tienen bigotes por todos lados.
--No sè bien què es, pero me ayuda. Desde hace unos dìas me salen unas raicitas de los pies y apenas me paro, empiezan a succionar minerales de la tierra. Como no hay nada para llevarse a la boca, con esto me mantengo.
--A mi papà le empezaron esas cosas hace una semana,--dijo doña Emilia, recièn llegada. –Como no se puede mover por la artritis, se està convirtiendo en un àrbolito. Hoy traje estas peras, Nena.
--Pero no es estaciòn, doña Emilia.
--Las produce mi papà. Les salen de las manos, de los codos. Y el pobre, muy sonriente, todavìa me dice : “Vaya, mijita, vaya ; y càmbielas por un pantaloncito para el gurì”. Pero voy a ver si el maestro me acepta una en cambio de la lectura en voz alta de « El conde de Montecristo ». Es que a mi papà siempre le gustaron las aventuras.
Entraron todos juntos: el peluquero con sus tijeras, la escribana con sus registros, doña Lola con sus tejidos, don Juan con su televisor a horas, el Tatito con sus tachos de pintura y sus brochas, el zapatero de la esquina. En un momento, el galpòn se convirtiò en una caja de resonancia: “¿Què quiere a cambio de esa bufandita?” “Señor pintor, ¿con què le puedo pagar la pintada de una piecita?” De pronto, todos callaron. En la ancha puerta se recortaba la imagen del loquito del lugar que, desnudo y flaco hasta los huesos, con la mirada perdida, arrastraba una gran cruz. Todos se persignaron en silencio. Una señora, con làgrimas en los ojos, se atreviò :
-- Señor, tengo estos pancitos calentitos. ¿Me los cambia por una bendiciòn ?
El loquito aceptò sòlo uno y alzò los dedos abarcando todo el lugar y a todos los presentes.
--El cielo, el agua del Paranà y esta tierra son y seràn el reino de los pobres. Que se vayan todos.—dijo solemne. Y se fue por donde vino, masticando el pancito.
Al rato, desencajado por las noticias que ya corrìan de boca en boca, se presentò el cura reclamando con gritos estentorios que no se podìa permitir en el Club del Trueque una competencia desleal, que las reglas internacionales del mercado lo prohibìan.

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Asamblea popular

El lechòn abriò la puerta y se encontrò de frente a toda la colectividad argentina de Barcelona.
--Hola, Cachilo.—saludò alegre el Flaco Maidana—Con los muchachos decidimos venir a darte una mano. Lucìa dice que quiere ser una mujer objeto, ¿no?
En el centro del aparador, la mujer de Cachilo, con toda su redondez de embarazada, resplandecìa con luz propia. En un rincòn, extasiados delante de tanta belleza, se encontraban la entera familia de Lucìa, el cura y el alcalde de su pueblo natal. Los dos grupos quedaron enfrentados en el pequeño salòn, y el cerdito Cachilo, en el centro, parecìa un referí novato en un partido de rugby.
--Che, Flaco.—abriò la discusiòn un porteño socialista.—¿Por què no formamos una comisiòn para tratar este tema?. Sin dudas se trata de un hecho individualista y pequeño burguès, pero podrìa tener repercusiones negativas sobre amplios sectores del pueblo. Tendrìamos que analizar bien todo…
--No tenemos que analizar nada !!—tronò el padre de Lucìa, libertario de toda una vida.—Es una decisiòn de ella y se debe respetar.
--No lo sé, don Antonio.—terciò el cura.—Yo llamarìa al obispo. Una imagen tan bella, bien manejada, podrìa inducir en la gente el deseo de rescatar esa espiritualidad que llevan escondidas en sus pechos y no dejan aflorar.
--Ma què espiritualidad !!—explotò el chanchito Cachilo.—Lucìa, de anarquista se pasò al neoliberismo. Todos los dìas me pide un televisor nuevo, vestidos firmados, perfumes. Ademàs, me reprocha siempre que gano poco y quiere que me convierta en un manager internacional del jamòn serrano.
--Su idea no es mala, padre.—intervino el alcalde—La llevamos al pueblo y la exhibimos en la plaza del municipio; con su intervento, le hacemos publicidad de milagrosa y en poco tiempo los peregrinos afluiràn en multitudes.
--Pero què estàn diciendo !!!—gritò desde el otro lado un cordobès.—Siempre el mismo aparato: la Iglesia y el Poder. Que se vayan todos, carajo !!! Lucìa pertenece al pueblo !!!
--Te voy a dar pueblo!!! Lucìa pertenece a su familia.—protestò la madre, alzàndose agresiva.
--Papà, quizàs el alcalde tenga razòn.—dijo el hermano menor.—Si cobràramos un poquito, un poquitìn nada màs, para que la puedan tocar, en poco tiempo levantamos la hipoteca y hasta quizàs nos sobre para un tractorcito.
---No los dejes, Cachilo.—se desaforò un riojano patilludo.—Nosotros no los defraudaremos. Si Lucìa pudiera decir dos o tres frases inteligentes para la gilada, se convertirìa en la abanderada de los pueblos. Le hacemos una buena campaña y despuès la privatizamos.
--Yo sòlo quiero que sea la de antes.—sollozò Cachilo--. No puedo màs; tengo problemas en el trabajo; debo dos meses de alquiler y tres cuotas del estereo. El banco no me dà màs crèdito. Me van a rematar todo; quedaremos en la calle.
--Ningùn problema, cerdito mìo.—lo consolò el Flaco.—Si sucede, con los muchachos aquì le organizamos un escrache al banco que va a salir en todos los diarios.
--Ma què escrache!. Tenemos que ir ahora mismo a romperles las vidrieras!.—vociferò un correntino calentòn.—Ya es hora de preparar las condiciones para la revoluciòn.
--Dejate de joder, trostkista.—le gritaron desde atràs.
--Càllense ustedes, peronistas de baja lega, que les doy con la alpargata.—respondiò el correntino, aùn màs caliente.
--Paren, che !—levantò las manos uno de Chascomùs—Esto se puede arreglar. Lento, dentro de lo que den las posibilidades, seguro, se puede arreglar.
--Tortugas !!! Chicaneros !!! Guitarreros !!!—respondieron dos entrerrianos.—Vàyanse todos, corruptos !!! Coimeros !!!.—y agachando la cabeza arremetieron al montòn.
--¿Ve, señor Cachilo ? Aquì nadie se va a poner de acuerdo. Sea pràctico !—se acercaron melifluos el alcalde y el cura, esquivando a los argentinos que se arañaban por el piso.—A usted, como futuro esposo de la “Mujer Objeto Milagrosa”, le corresponderìa un jugoso diez por ciento.
--Con mi hija no lucra ninguno, paràsitos mercenarios!!!—gritò don Antonio, abalanzàndose sobre el cura y dàndole un sopapo en la nuca.
Alfredo, el escultor de Lavallol, se hizo a un lado y se divertìa trazando bocetos de toda la escena
Los vecinos del piso de abajo, cansados de golpear el techo con el mango del escobillòn para pedir silencio, llamaron a la policìa. Un escuadròn especial, entrenado para la lucha antiterrorista, acudiò presuroso al ser informado que la grezca era protagonizada por un grupo de sudacas contra pacìficos y cristianos ciudadanos españoles.
Los policìas entraron desencajando la puerta a culatazos. Vestidos como extraterrestres, se paralizaron y enmudecieron frente a la visiòn de esa mujer objeto que, con su panza redonda como un globo, resplandecìa incòlume e indiferente sobre las ruinas irrecuperables del departamento.
--Es emocionante que se masacren por mì.—susurrò apenas Lucìa, entrecerrando los ojos, mientras dos policìas la bajaban en andas por las escaleras, como si fuera una virgen.
En la calle, un rayo de sol la iluminó desde arriba. Ante esa imagen celestial, los empleados premurosos, los repartidores de comestibles, las amas de casa y hasta el entero cuerpo de policìa, apoyaron una rodilla en tierra y se persignaron antes de verla desaparecer dentro del camiòn celular.

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El profeta de Santa Elena

Sobre una montaña de escombros, residuos de una construcciòn del gobierno abandonada hace quizàs cuàntos años, el loquito de Santa Elena estaba tratando de encastrar un pilastro para levantar un rancho que lo protegiera de la intemperie. Desalojado de sus habituales refugios por la hambruna que asolaba el pueblo, habìa decidido acercarse al Gran Rìo para no tener que fatigar tanto en la bùsqueda de la comida cotidiana: un bagrecito por dìa, pensaba, era una salvaciòn del cielo que no podìa ser desperdiciada.
En medio de su laborioso andar, se viò rodeado de una multitud. Poco a poco, silenciosamente, se fueron acercando las gentes. Atraìdas por la resonancia de la bendiciòn que habìa lanzado unos dìas atràs en el Club del Trueque que funcionaba en el galpòn de la Nena y del Viejo, querìan oir las premoniciones de ese profeta en calzoncillos que le habìa tocado en suerte al pueblo.
Se subiò entonces a un tachito medio oxidado y mirando a todos proclamò:
--Al pueblo lo que es del pueblo !!!—casi gritò.—Si el Cèsar no labura, entonces no come!!—sentenciò. Y la multitud aplaudiò.
--Pero si nosotros no laburamos, tampoco vamos a comer. No va a venir ningùn Cèsar a salvarnos. Aquì, en esta tierra bendita y fecunda, no existe ningùn salvador. Ningún cura, ningún polìtico, ningún militar, ningún funcionario, ningún caudillo está pensando en nosotros. Ninguno vendrà con rayos y truenos en una de sus manos y trigo y miel en la otra para traernos seguridad y prosperidad!!—continuò. – Aquì explotò la atòmica !!! Somos los sobrevivientes de una catàstrofe de incalculable poder destructivo. A partir de hoy, si queremos seguir sobreviviendo, debemos refundar la humanidad. Refundarla a partir de lo que somos y de lo que hemos sido. Aprendiendo de lo bueno que fuimos y enterrando todo lo malo que llevamos dentro.
Al ferretero, que tenìa ciertas ambiciones polìticas para las elecciones futuras, se le esfumaron las esperanzas. Reconociò enseguida, con ese olfato fino que tienen los comerciantes, que el loquito arrastrarìa a todo el pueblo hacia la autogestiòn. Se diò cuenta que sus ofertas vistosamente publicitadas en vidriera no alcanzarìan a combatir la devociòn que despertaban las palabras de quien hablaba tambaleàndose sobre ese tachito de lata.
--Aquì, en Santa Elena, se debe comenzar por multiplicar los panes y los peces.— dijo el loquito, alzando los brazos y mirando al cielo. Un silencio profundo acompañò la meditaciòn que durò unos minutos. Luego prosiguiò:
--Hay que organizarse para pescar màs y mejor. Quièn tenga un bote debe ponerlo a disposiciòn de los pescadores. Los que se queden en tierra, a encender los hornos y a fabricar pan ! Con el algodòn que cosechemos debemos fabricar vestidos; con el trigo, harina. Los animales seràn de toda la comunidad. Los viejos seràn los maestros y deberàn enseñar a los niños. Los mèdicos y las curanderas deben abrir consultorios gratis y trabajar en conjunto. Los farmacèuticos y los yuyeros, lo mismo—continuò--, tienen que ir preparando los remedios gratis que se necesitaràn: la ciencia y el saber popular haràn milagros !!!— A este punto, la gente aplaudìa a rabiar.
--Atenciòn !! Todos serviràn para algo, cualquier oficio o profesiòn siempre servirà para la supervivencia. Y si alguno se encuentra momentaneamente sin trabajo en lo suyo, deberà aprender un oficio nuevo que sirva a la comunidad. Igual deberà sentirse asegurado, no le faltarà un bocado para llevarse a la boca, ni vestidos para cubrirse. Pero, atenciòn. Que ninguno se engañe. Aquì no habrà jefes, ni dirigentes, ni delegados. Quien serà elegido para mandar, mandarà obedeciendo. La asamblea popular es y serà soberana. Si no estamos de acuerdo todos por unanimidad, no existirà posibilidad de tomar ninguna decisiòn. Los que la tengan clara, explicaràn hasta que entiendan a quien no entiende. Cada opiniòn personal serà respetada. Que se vayan todos. El pueblo es soberano !!!---gritò al final, alzando otra vez los brazos al cielo.
La multitud se sintiò otra vez bendecida y se persignò, arrodillàndose.
--No, no!!! –tronò el loquito.—De piè, carajo ! A partir de ahora, en esta zona del Paranà, no se arrodilla màs nadie. De piè y con la frente alta !!!. Si cuando alzo los brazos ustedes creen que yo los estoy bendiciendo y esto les hace bien, lo voy a seguir haciendo. Ustedes son buenos y no se merecen esta porquerìa que estamos viviendo; yo no sé hacer otra cosa que inventarme discursos, y si todo esto sirve para tenernos unidos, bienvenido sea. Pero no se arrodillen màs. Ante nadie, ni ante nada.
Detràs del arbusto del cual espiaba, el ùnico que siguiò arrodillado, con las manos juntas, y rezando, fue el cura del pueblo:
-- Diosito, diosito mio—decìa en voz muy baja, tanto que parecìa que le venìa desde el centro del alma. –Haz que todo salga bien. Que toda esta gente pueda unirse para trabajar en paz y pueda ser feliz. Ayùdalos aunque sigan a un loco…que, hoy por hoy, parece que es el ùnico que tiene las ideas claras.

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Objetos de devoción

Cachilo se sintiò màs lechòn que nunca: los policìas lo miraban como a un bicho raro. Lo tenìan apartado de los demàs detenidos por la trifulca que se habìa desatado para decidir la suerte de Lucìa, su compañera, que se habìa transformado en mujer objeto dìas atràs.
Sobre el mostrador de la guardia en la comisarìa, Lucìa seguìa en su pose de diosa de la fecundidad, mujer objeto dorada que exhibìa una suma indiferencia hacia las cosas bajas de este mundo. Los policìas, que antes se habìan arrodillado ante ella como si fuera la imagen misma de la madre que nunca tuvieron, como siguiendo un rito ancestral y atàvico, la tocaban respetuosamente con la punta de los dedos. Le tocaban su panza de embarazada, el pelo, los dedos de los piès. Como se toca una imagen sacra.
El cura de su pueblo natal, desde un rincòn, trataba afanosamente de comunicarse por telèfono con el arzobispo de Barcelona. Los otros detenidos, tanto la barra de argentinos amigos de Cachilo, como los parientes y conciudadanos andaluces de Lucìa, recibìan cuidados y curas. Cachilo, el ùnico sobreviviente sano de la pelea, fue derivado a un psicoanalista.

--Parece que usted, Cachilo, es un caso excepcional. Por què no me cuenta de su infancia, de su transformaciòn. ¿Què siente un lechòn entrerriano cuando entra en contacto con una filòsofa ? ¿Fue esa la causa de su evoluciòn ?
--¿Pero a usted què le importa de mi vida y de mis sentimientos ? –protestò vivamente Cachilo.—¿Por què no me dejan en paz ?.
--Es comprensible que se sienta nervioso –insistiò el psicoanalista. –Tantas emociones, tantas cosas nuevas, ¿eh ? No debe ser fàcil para un cerdito como usted trabajar como vendedor de jamòn serrano, ¿no ? Casi seguro que se siente como una especie de canìbal; ¿no, Cachilo ?
--Por favor, usted no tiene derecho –insistiò en su protesta el lechòn. –¿Què carajos quiere de mì ?
--Usted es un portento, un caso ùnico…al menos aquì, en España. Quiero estudiarlo en profundidad porque por estos lares vamos por el mismo camino de Argentina. ¿Por què ? ¿Cuàles son las causas ?.
--Lea los diarios, infòrmese. –mascullò Cachilo
--Mire, yo puedo hacer de usted una celebridad, hacerlo visitar las mejores universidades, tener conferencias por todo el mundo. Podrìamos ganar un montòn de plata juntos. El fenòmeno y su descubridor, ¿se imagina ? Usted podrìa abandonar ese trabajo y satisfacer los deseos que tiene Lucìa para pertenecer al jet set mundial. Estrecharle la mano a prìncipes, presidentes, dar conferencias en la ONU….
--No sè. Sì, bueno, por ahora, podrìamos probar, pero sòlo probar, eh. No quiero compromisos, por ahora.—dijo casi vencido, Cachilo. –¿Què quiere que le cuente ?
--Empiece por su infancia. Despuès podrìamos seguir por sus preferencias sexuales. Por ejemplo, ¿por què se enamorò de Lucìa y no se puso a correr detràs de una chancha cualquiera ?
--Pero dale con lo mismo, che!!!. Ustedes, los psicòlogos, no tienen nada mejor què hacer que meterse en la vida de los demàs ?
Se oyò una algarabìa màs allà de la puerta. Un policìa se asomò dentro la pequeña habitaciòn:
--Doctor, doctor. Lucìa se queda en Barcelona !!! –casi gritò.
El doctor y Cachilo salieron presurosos al corredor para informarse mejor. De la oficina del comisario salìan sonrientes los representantes de Barcelona y del pueblito natal de Lucìa, màs los parientes cercanos. El arzobispo de Barcelona alzò los brazos para pedir silencio y explicò:
--Creo que hemos llegado a un acuerdo proficuo para todas las partes. Lucìa, en su calidad de mujer objeto milagrosa, serà exhibida dentro de una caja de vidrio en las Ramblas. Oficialmente serà declarada “Patrona de la Policìa”, pero esto se mantendrà dentro de una estricta reserva para no espantar al pueblo creyente. Una semana al año, irà en procesiòn a su pueblito natal en Andalucìa, que se ocuparà de organizar las fiestas sacras y las iniciativas pertinentes con los peregrinos y turistas. Las limosnas depositadas se dividiràn en partes iguales entre todos los interesados : la Iglesia, la Policìa, Barcelona, el pueblito andaluz y los parientes cercanos. Cada cual tendrà asì lo suyo.
Mirò a su alrededor y descubriendo en un rincòn a Cachilo, añadiò:
--Sòlo tengo una amargura en el corazòn. A pedido de la madre, si usted, Cachilo, no toma como esposa a Lucìa, no tendrà derecho a nada. Igualmente, hemos contemplado un modesto 2% para usted si cumple con las formalidades del matrimonio dentro de una semana. Pero usted no deberà comparecer en pùblico, ni hacer declaraciones a la prensa sobre su relaciòn con Lucìa. Ella debe aparecer al pùblico como una mujer objeto inmaculada, capaz de generar por sì sola la envidia de toda mujer y el deseo de consumo en cada hombre de este mundo.
Las miradas entre el Flaco Maidana y el Cachilo, cargadas de antiguos significados, se cruzaron. Cachilo alzò una pata y se dirigiò al arzobispo y a las autoridades en general:
--Està bien, ustedes ganan. Preparen las ceremonias y me caso cuando estè todo pronto.
Grandes aplausos se levantaron en el atrio de esa comisaria de barrio catalàn. El Flaco, en medio de la confusiòn, se acercò a Cachilo:
--¿Estàs seguro, chanchito mio? –dijo en voz baja.
--Sì, dejame hacer, Flaco. Asì podremos mandar algo de guita a Santa Elena. Allà la necesitan y acà estàn tirando manteca al techo sin darse cuenta que van barranca abajo.
El psicoanalista se acercò por detràs y le palmeò el hombro con aprobaciòn.
--Ah, doctorcito, incluso usted està contento. –le sonriò Cachilo. –¿Cuàndo quiere empezar con nuestros experimentos ? Aunque, pensàndolo bien, es mejor que se ponga de acuerdo en todo con mi agente y manager. Acà se lo presento: el Flaco Maidana. Es como si fuera yo.

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Entrevista a un pensador

Periodista: Usted es un cerdo, Cachilo, y sin embargo, despuès de su conferencia en la ONU, ha desatado una polèmica inusual en estos àmbitos. Ha criticado abiertamente el poder central del planeta y ha recibido màs aplausos que ningùn otro lìder mundial haya jamàs capitalizado. ¿Serà que su condiciòn de fenòmeno lo pone por encima del bien y del mal?

Cachilo: Yo sòlo me limitè a repetir lo que miles de voces en todo el mundo reclaman a gritos y que esta solemne sala jamàs escucha. Yo no soy un sabio, ni un estadista. Ayer apenas era un modesto cerdito, vendedor de jamòn serrano en Barcelona, pero que sentìa bajo la piel, en mi corazòn, el dolor, el mismo dolor que millones de personas sienten de frente a las injusticias que este sistema nos hace vivir. No sé si estoy por encima del bien o del mal, sòlo sé que no tengo compromisos con ninguno. Poco tiempo atràs, en mi Santa Elena natal, en Argentina, me revolcaba feliz en el barro y hoy, pese a la fama conquistada, no tengo miedo de retornar a mis orìgenes. Incluso a veces lo deseo de alma.
La polèmica que se ha abierto con mis palabras no es otra cosa que un volcàn escondido que se destapò. Es que no se puede mantener siempre la presiòn acumulada sobre los pueblos. En este recinto hay personas que piensan con mucha ligereza que en este mundo sobran dos mil millones de personas y que la soberanìa de los pueblos es un anacronismo imposible de congeniar con las ansias de ganancias fàciles.

Periodista : Usted, del chanchito regalòn que fue, hoy se ha transformado en un pensador sutil. Capaz de resumir en pocas palabras conceptos complicados y casi extraños al comùn de la gente. ¿Còmo ha logrado en tan poco tiempo adquirir los conocimientos necesarios?

Cachilo: Quien ha estado revolcàndose en el barro y esperando con temor el momento de tranformarse en el plato especial en alguna mesa de campaña, recibe casi por òsmosis los conocimientos que por milenios se acumularon en la memoria de los pueblos. Nosotros, los chanchos argentinos, hemos desarrollado un instinto especial para sobrevivir a cualquier circunstancia. Quien ha visto de cerca el cuchillo del carnicero y las miradas codiciosas de los hambrientos que pululan hoy mi martirizado paìs, no puede de ninguna manera olvidar el sufrimiento de millones de personas que, de igual o distinto modo, padecen las injusticias del accionar de quienes tienen la sartèn por el mango. Yo tuve el privilegio, raro y extraño en sus circunstancias, de elevarme de nivel. Casos fortuitos y no buscados por mì, me condujeron a esta posiciòn de prestigio internacional. Debo dar gracias a la Nena, de Santa Elena, en mi Entre Rios natal, que para salvarme de la parrilla, me mandò a Europa; doy gracias a la colectividad argentina en Barcelona por no cocinarme un 25 de Mayo y que me adoptò como mascota; doy gracias al Flaco Maidana que fue mi amigo del alma; agradezco a Lucìa, mi compañera, mi mujer objeto milagrosa, porque me abriò los ojos a la Filosofìa; y agradezco a mi psicòlogo, mi descubridor, porque me diò la ocasiòn de llegar a estos altos estadios a expresarme con la voz de los humildes, a gritar la injusticia que sufren las vìctimas de un sistema corrupto que sòlo beneficia a unos pocos y sumerje en la indigencia a las tres cuartas partes de la humanidad.

Periodista: Su mujer ahora està encerrada en una caja de vidrio en las Ramblas, en Barcelona, exhibièndose como mujer objeto milagrosa. Està pasando frìo y la gente pone pocas monedas en la alcancìa. Se podrìa decir que sus sueños de pertenecer al jet set internacional se evaporaron muy rapidamente, mientras que usted, reacio a esas manifestaciones frìvolas, alcanzò en poquìsimo tiempo una fama inconmensurable. Fue recibido con todos los honores por Kofi Annàn, estrechò las manos de todos los representantes mundiales, hablò por horas delante de la asamblea màs prestigiosa del mundo. ¿Còmo explica esa situaciòn contradictoria tan manifiesta?

Cachilo: Màs prestigiosa del mundo…, lo dice usted, no es mi opiniòn. En cuanto a Lucìa, yo no tuve màs remedio que aceptar su decisiòn. Es cierto, ahora està desgreñada, mal arreglada, dentro de esa caja a la intemperie. Los otros dìas se verificò un cortocircuito en una de las luces internas y casi se le quema el pelo. Los bomberos tardaron dos horas en acudir. Maleducados sin corazòn le pintan graffitis en la vitrina y el vidrio que la cubre està opaco de tanto smog. Creo que les resultò un mal negocio. La gente ya no quiere saber màs nada sobre milagros o promesas que no invoquen el presente, y menos si vienen de la Patrona de la policìa. Lo lamento por ella. Su decisiòn, y la presiòn que ejercieron las autoridades sobre nosotros dos, se resolviò con un casamiento de apuro y nuestra inmediata separaciòn. Veremos còmo se resolverà todo cuando nazca nuestro hijo, aunque ya estàn pensando en hacerla parir en pùblico para relanzar su imagen de mujer objeto milagrosa. Serà otro fracaso ominoso, que espero no afectarà en futuro la psique de nuestro hijo.

Periodista: Ahora que ha alcanzado fama internacional, se estàn haciendo sentir los reclamos de mayor participaciòn suya sobre asuntos de interès mundial. Desde los pacifistas israelìes, hasta el movimiento no global, pasando por los Sin Tierra del Brasil, hasta los Sin Techo de los EEUU, reclaman a usted una toma de posiciòn en sus asuntos internos.

Cachilo: Sì, es cierto. Y mis palabras en la ONU no son màs que un preàmbulo de mi empeño en la lucha que llevan adelante los pueblos del mundo. Pero, para ser precisos, no vinieron sòlo ellos. Han venido a verme tambièn los directivos del Citybank; una señora del Fondo Monetario Internacional, fea como el cuco; tambièn un gordito de la Banca Mundial. Sì, hasta los poderosos me han convocado. Me pidieron un poco de comprensiòn hacia sus problemas. Dicen que si no cobran, se encontraràn en estado de bancarrota. Que la deuda externa se puede siempre negociar, que saben que los dòlares son papelitos pintados, pero que las reglas del juego obligan a tirar de la piola casi hasta que se rompa, y que siempre se puede llegar a algùn arreglo. Los del Tesoro de EEUU quieren la Patagonia y el petroleo del Golfo Pèrsico. Los chinos quieren que no haga tantas declaraciones en contra de la riqueza porque ahora ellos han lanzado una campaña donde promulgan el derecho a enriquecerse.
Ve, señor periodista, este mundo es muy complicado y cada uno tiene sus intereses. Todo el mundo llora. Quien tiene mucho dinero no duerme, està nervioso y llora, porque no sabe donde invertirlo. Quien no lo tiene, no duerme, està nervioso y llora, porque no sabe què le sucederà mañana. El progreso capitalista ha provocado pocas naciones ricas, que a su interno cobijan una poblaciòn de gordos, estùpidos y egoistas; y en la periferia del mundo, en cambio, se acumula una poblaciòn de hambrientos, a los cuales no les queda otra cosa para mantenerse que la dignidad y la solidaridad. Serà muy difìcil que esos dos interlocutores se metan de acuerdo.
Bush me ha enviado un telegrama donde me llora su necesidad imperiosa de petròleo para poder ser reelecto; quiere justificar asì su decisiòn de bombardear al pueblo iraqueno. Los europeos me piden llorando que interceda ante los africanos para que frenen la migraciòn masiva; los africanos me piden llorando que llame a los europeos a la reflexiòn para que abran las puertas del bienestar a su poblaciòn hambrienta: necesitan el flujo de remesas de los emigrantes para equilibrar sus balances de pagos. Mi amigo Kofi Annàn, en privado me pidiò llorando que interceda ante el Consejo de Seguridad para que no le rompan màs las bolas y lo dejen hacer su trabajo. Los palestinos quieren que haga de mediador para resolver su problema con Israel, pero Israel quiere que hable con el presidente de la Argentina para ver si puede recibir a todos los palestinos que ellos echaràn al mar dentro de poco. Los palestinos no se quieren ir, y menos que menos a Argentina. Dicen que estàn en su tierra desde tiempos de antes de la Biblia; pero los israelìes dicen que ellos son el pueblo electo de Dios para habitar la Palestina. Pero ahora que estudiosos ingleses descubrieron que la Biblia fue un texto inventado para unir dos reinos, que nunca se verificò un èxodo de Egipto, y que todo resultò una movida genial para manipular la voluntad de dos pueblos desunidos y es una falsedad teològica, los israelìes se apuran a meter bala para poder negociar mejor. Esta es la globalizaciòn, una gran mentira que gira el mundo a la velocidad de la luz. Otra historia inventada para mantener un sistema que se cae ya por sì solo.
Creo, señor periodista, muy profundamente lo creo, que esta humanidad, en 50 mil años de existencia no aprendiò nada de nada. No sabe aùn còmo alcanzar la felicidad, y menos aùn còmo alcanzar la libertad. Sigue siendo canìbal y nadie garantiza que las vìctimas de ayer no se transformen hoy en carniceros despiadados. Palabras hermosas han sido tergiversadas, vaciadas de su contenido. Los que se proclaman paladines de la libertad, son los carceleros de media humanidad ; los que llaman a la lucha contra el terrorismo, son los que han sembrado el terror por decenios ; los que se llenan la boca hablando de derechos humanos, son los que màs han contribuido a violarlos. La consecuencia es que la gente hoy ya no cree en la Libertad, ni en la Polìtica, ni siquiera en la Felicidad ni en la Etica. Hasta Patriotismo parece una mala palabra. ¿Quièn se atreve hoy a proclamarse Patriota? Aparece como un pelotudo si lo dice en pùblico !
La polèmica en el seno de la ONU que usted ha notado, se desatò por una sola palabra. Una palabra que en este recinto se ha pronunciado muy pocas veces y siempre con resonancias demagògicas. Esa palabra es “Solidaridad”. Los poderosos tienen terror hacia esta palabrita porque los pone de frente a un hecho al cual no estàn acostumbrados: deben meter la mano en el bolsillo, la viscera màs sensible del organismo humano según Perón, y distribuir lo que han mal ganado. Pero, peor aùn, los mete de frente a la ilegitimidad del derecho de propiedad.
Y aquì terminamos, discùlpeme, pero debo ir a tomar la leche con Mandela. Gracias por su atenciòn.

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La partida

Barcelona cada tanto se convierte en una ciudad oscura. Esos dìas llegan siempre por el otoño. Un viento frìo viene de las Azores y llena de humedad el aire hasta transformarlo en una sopa pegajosa. Y en las Ramblas se siente màs, quizàs por su cercanìa al mar, quizàs por su orientaciòn màs idònea para el sol del verano.
Dentro de la caja de vidrio mal iluminada, con sus paredes llenas de graffittis mal borrados, Lucìa, la mujer objeto milagrosa, Patrona de la Policìa, desgreñada y hambrienta, sintiò la soledad que le bajaba por los huesos. Viò a travès de las pinturas la calle desierta, las luces macilentas reflejarse en el empedrado mojado, y se decidiò a bajar de su pedestal de virgen popular mal querida para buscar algo de comer y un poco de compañìa. Los riñones ya no resistìan esa postura a lo Goya que le habìan impuesto obispos y comisarios, la panza era enorme y, a pesar que estaba sòlo de cuatro meses, parecìa a punto de reventar. Ninguno ponìa nada en la alcancìa, asì que las pocas monedas recolectadas, calculaba, le alcanzaban apenas para un cafè con leche y una medialuna. A medianoche, con esa llovizna pertinaz, no serìa fàcil encontrar un bar abierto. Arrastrò las pantuflas por toda la calle y al fin, vislumbrò un farolito en una de las laterales que le encendiò la esperanza de un bocado y de encontrar un poco de calor humano.
Abriò la puerta del bodegòn y un olor rancio de salamines hùmedos y aceitunas seculares le hiriò el olfato. Detràs del mostrador, un petizo de cejas pobladas y frente estrecha la mirò con ojitos brillosos de vino barato. En una mesita, bajo el ùnico velador amarillento, dos viejitos, ocres y grises en sus barbas, jugaban ajedrez. Se acomodò sobre un taburete y puso las monedas sobre el mostrador:
--Soy la mujer objeto milagrosa de aquì a la vuelta – dijo con voz queda – Sòlo tengo esto; me alcanza para un emparedado y un vaso de agua ?
El patròn se acercò y de un vistazo calculò el montoncito:
-- Ni para el vaso de agua – contestò laconicamente. Y se retirò al rincòn a seguir lavando vasos.
-- Tengo hambre – rogò en voz bajìsima, fijando la vista en el vacìo. –La gente no me deja nada en las alcancìas. Estoy sola y tengo hambre.
Uno de los viejitos alzò la vista del tablero y mirò significativamente al patròn. Este, obedeciendo y sin decir palabra, puso delante de Lucìa un pan, varias fetas de jamòn y un vaso enorme de agua. No tocò ni una moneda.
Mientras masticaba rabiosamente, Lucìa recorrìa con la vista el local. Carteles con invitaciones a torneos barriales de ajedrez se superponìan unos a otros; en almanaques viejos como el tiempo, los paisajes se opacaban por los puntitos negros que las moscas les habìan regalado en decenios; sillas mal reparadas con alambres y clavos mal martillados hacìan compañìa a mesitas enclenques con tapa de màrmol veteado. En la penumbra, el piso negro brillaba por la capa de grasa acumulada y en cada rinconcito se descubrìan restos de colillas y papelitos olvidados. El cielorraso tenìa la pàtina de las cosas antiguas y mostraba en los àngulos la concentraciòn de todos los cigarrillos de España. Los dos viejitos, enfundados en sendas casacas de lana pesada, iluminados de arriba por un velador de tela, amarillaban todo el rincòn como si fueran un cuadro de Velàzquez.
Lucìa se acercò a la mesita donde jugaban, arrimò una silla y se acomodò con su sànguche y su vaso de agua. Luego de unos minutos, uno de los viejitos se recostò contra el respladar y resoplò su derrota mientras su compañero, con mano artrìtica y una sonrisa sardònica, movìa la torre que daba el jaque mate.
-- Tendrìa que haber movido P5H – dijo con la boca llena Lucìa. Los dos viejitos la miraron.
-- Sì – repitiò Lucìa, --P5H. Tres movidas antes del mate. Y se salvaba con tablas.
Los viejitos volvieron a poner las piezas en su posiciòn original para probar si tenìa razòn. Concienzudamente estudiaron por casi un cuarto de hora la posiciòn y, luego, casi con un alarido, abrazaron a Lucìa y se reìan felices del descubrimiento: la mujer objeto milagrosa tenìa razòn; habrìa asì resuelto uno de los problemas màs arduos del ajedrez mundial que ni Karpov. Le pagaron otro pedazo de pan con jamòn y otro vaso de agua mientras la invitaban a repetir toda la partida y ver todas las variantes posibles. Con manos temblorosas acomodaron mil veces las piezas para recomenzar la danza de los trebejos.
Eran las tres y media de la mañana cuando abandonaron el bar y se encaminaron de nuevo, bajo la llovizna, por las Ramblas vacìas. Los viejitos le confesaron que eran jubilados de mìnima y no tenìan un lugar donde ir a dormir, y asì terminaron los tres amontonados dentro de la caja de vidrio. Feliz con tanto calor humano, Lucìa soñò esa noche con arcàngeles blancos que se movìan majestuosos sobre un tablero de ajedrez.

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Lo que el viento se llevó

Dìas atràs, policìas y obreros de la municipalidad de Barcelona habìan desmantelado la vitrina donde se exhibìa Lucìa como objeto de culto. Los sacros oficios de la iglesia local no lograron que los transeuntes oblaran ni una mìsera moneda en sus arcas destinadas a recibir las limosnas navideñas. Es que un cierto buen olfato popular matenìa alejadas a las gentes de esa imagen que fue declarada pomposa y secretamente Patrona de la policìa. Y asì, dado que no fue un buen negocio, las autoridades aprovecharon la escapada cotidiana de Lucìa hacia el bar donde se reunìa con dos ancianos a estudiar partidas de ajedrez particularmente complicadas, para demoler en horas de la noche el cubìculo que la habìa cobijado hasta ese entonces.
Ahora, en ese bar untuoso y con olor a rancio, el patròn se sacò el repasador hùmedo del brazo y fue arrastrando sus pies planos hasta la piecita del fondo. Una a una fue apagando las luces amarillentas del local, dejando solamente aquella del rincòn en el cual Lucìa y sus dos viejos se estrujaban las meninges delante de los trebejos. Despuès de la ùltima movida, Lucìa se metiò despaciosamente en la boca el ùltimo bocado de un emparedado de cantímpalo y cebolla, masticò lentamente y tragò con una cierta glotonerìa. Al beber el ùltimo sorbo del vaso de vino, mirò al patròn con agradecimiento; con una mirada tierna que pagaba màs que cualquier billete de banco ese gesto solidario de dar de comer y beber cada noche a los tres desahuciados. Terminada la partida, se alzò tenièndose la enorme barriga de embarazada con las dos manos; con pasos de gallina chueca, chancleteando pesadamente se alejò hacia la salida. Fuera, una llovizna finita cargaba el aire de una humedad malsana y una brisa que venìa del lado del puerto le entrò por el cuello abierto de la camisa producièndole escalofrìos. Se alzò el cuello del pullover raìdo y pegàndose a las paredes se encaminò por la calle desierta en direcciòn de las Ramblas. Los dos viejos le acompañaron los pasos y el rito: cada noche, casi a la misma hora, Lucìa iba a dar una ojeada nostàlgica al lugar, ahora impiadosamente limpio, donde antes se erigìa el altar en la cual la habìan endiosado como mujer objeto milagrosa.
Los ancianos la tomaron suavemente del brazo para obligarla a seguirlos. Fueron juntando algunos cartones de la basura que se amontonaba en la puerta de los negocios y se fueron a instalar en la entrada amplia de una gran tienda con vidrieras art decò. Los espejos laterales devolvieron a Lucìa su imagen real: una diosa paleolìtica de la fecundidad desgreñada y sucia, vestida con prendas màs grandes de su talla, manchadas aquì y allà de grasa y hollines varios que apenas cubrìan su vientre enorme. Una imagen distante años luz de aquella estudiante anarquista de filosofìa del año pasado, novia y esposa de un chanchito sudaca que ahora se habìa transformado en consulente de la ONU, y que, radiosamente embarazada, las autoridades constituidas habìan alzado como sìmbolo del consumo occidental y cristiano. Ahora que no daba ni ganancias ni contribuìa a la imagen vencedora del sistema, la habìan desalojado sin preaviso de su pedestal; era una santa sin trabajo ni techo, un àngel caìdo y desechado, que en estas noches navideñas estaba buscando un refugio tibio donde parir en soledad.
Acostada contra la gran puerta de madera labrada y abrigada por los cuerpos de sus dos ancianos compañeros, trataba de encontrar un sueño esquivo que no llegaba. El fastidio màs grande era el parpadear de las luminarias con que habìan adornado las calles. Estrellas, soles, cometas de colas curvas, àngeles que espiaban detràs de nubes gordas, se encendìan y apagaban con exaltante alegrìa bajo un cielo lluvioso iluminando las calles desiertas. Lucìa, con los ojos cerrados fuertemente, contaba los segundos que duraban esos momentos de penumbra, tratando de concentrarse en los movimientos que ya sentìa dentro suyo. Algo trataba de acomodarse en su interior empujando suave pero firme sus intestinos, alzando un poco su estòmago y apoyando quizàs què sobre su columna vertebral.
Empezaron los dolores a eso de las diez de la noche, justo cuando la lluvia se hizo pertinaz. Los dos viejitos se despertaron al unìsono y la taparon con màs cartones; con gestos torpes y movimientos de marionetas trataban de poner a Lucìa en una posiciòn màs còmoda; miraban hacia todos lados como buscando a alguien que de esas cosas se entendiera un poco màs y les diera una mano, pero el ùnico que se acercò fue un perro vagabundo que se sacudiò la lluvia a sus piès y se quedò a observar la escena con ojos indiferentes. Los coches, a la distancia, pasaban veloces hacia las casas donde se iniciaba a festejar la Nochebuena; en medio de la lluvia ningùn conductor viò o hizo caso a los ademanes que los dos viejos hacìan desde la vereda del boulevard. Mientras tanto, Lucìa se sentìa romper dentro. Algo se iba deshaciendo y se movìa despacio como un elefante pesado en un bazar. Instintivamente abriò las piernas y luego de cada contracciòn respiraba con afan, tratando de controlar lo que parecìa una bolsa de vidrios rotos que le venìa avanzando desde abajo. Gritò, gritò con toda su garganta; un grito gutural, esencialmente animal, llenò el cielo de luminarias que cubrìa las Ramblas. Un angelito travieso, de lamparitas rosadas, le guiñò un ojo y una cometa descomunal le parpadeò mensajes siderales que no entendiò.
Cuando abriò los ojos un momento, alcanzò a ver una luz roja que brillaba a poca distancia sobre una camioneta blanca; dos hombres en camisa blanca estaban encima de ella y murmuraban algo entre ellos. Alcanzò a escuchar las palabras “histeria”, “stress”, “miseria” antes de sumirse en una especie de sopor. Se sintiò alzada y apoyada en una camilla antes que un dolor agudo en el bajo vientre la hiciera aullar de nuevo. Entonces viò a uno de los de camisa blanca abrirle las piernas y apretarle el vientre de arriba hacia abajo. Se sintiò desinflar de golpe cuando la mano del hombre le tocò la columna vertebral. Mientras el hombre apretaba, primero de a poco, y luego con màs fuerza, como una cascada, todo el aire que habìa acumulado dentro suyo por nueve meses se esparciò en la niebla con un ruido largo y obsceno. Al final, el silencio. Sòlo silencio y esas luces intermitentes que adornaban la ciudad. No escuchò ningùn llanto de recièn nacido, no hubo ningùn hijo, no hubo ningùn nuevo habitante de este planeta; sòlo un sueño que habìa durado bastante, transformado en viento.
A las doce de la noche exactas de este 24 de Diciembre, en Barcelona, la que quiso ser mujer objeto y a la que la Iglesia, para capturar limosnas, izò en un pedestal como milagrosa; la Patrona de la Policia, la imagen que inducirìa a las masas al consumo y a la sumisión, sòlo pariò aire.

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Fábula de Navidad

El loquito de Santa Elena, a la sombra de su casilla en el basural, siguiò reparando su red de pesca mientras la Nena, el Viejo, el peluquero y doña Helga continuaban a discutir, con la Biblia apoyada en las rodillas, los ùltimos descubrimientos del Centro de Estudios Teològicos de Londres.
-- Aquì dice que Herodes se muriò cuatro años antes de que supuestamente naciera Jesùs.—dijo con voz queda el peluquero. – Entonces no es cierto que el Cristo fue un perseguido en su infancia. Estaba todo tranquilo, estaba.
-- Puede ser. – terciò doña Helga – Pero lo que sì es cierto es que la familia se tuvo que ir a Belèn por ese asunto del censo. Y nadie quiso abrirles la puerta; se tuvieron que refugiar en un pesebre.
-- Aquì dice que era un establo –intervino el Viejo -- Un establo es mucho màs grande, tiene muchos animales, herramientas…
El loquito dejò la red a un lado y se puso a escuchar en silencio espantàndose las moscas que, a esa hora de la siesta, cuadriplicaban los esfuerzos para jorobar a màs no poder las sesiones de la recièn inaugurada ESCUELA SOBRE LA REALIDAD NACIONAL fundada por los habitantes de Santa Elena. En su calidad de profeta honorario, debìa esperar que la asamblea terminara sus conclusiones para poder intervenir con su pensamiento agudo y reducir los largos discursos en conceptos claros para todos.
-- Y despuès està el tema de los Reyes Magos que siguieron una estrella brillante.—continuò la Nena.—Se comprobò que hubo una estrella que explotò y se transformò en supernova. Esa fue la estrella que siguieron los Reyes para llegar a Belèn siguiendo una antigua profecìa que decìa que un dìa asì nacerìa el Mesìas.
-- Sì, pero asì serìa una casualidad – dijo el Viejo.—Nadie, ni ahora ni nunca puede predecir el futuro y en esa època menos que menos se podìa predecir que una estrella explotaría en el firmamento.
-- ¿Y entonces ? –preguntò doña Helga, secàndose el sudor del grueso cuello, -- Ese hecho es el testimonio directo de que Jesùs era el Mesìas. Si no hay estrella, no hay Reyes Magos y no hay reconocimiento del nacimiento del Mesìas. ¿No serà que los Reyes eran desestabilizadores del poder constituido e inventaron la historia señalando a un chico cualquiera para crear ciertas condiciones polìticas en la regiòn ?
-- Bah !—dijo el peluquero.—Jesùs se proclama a sì mismo hijo de Dios cuando es ya grande y empieza a predicar. Su amigo y còmplice, ese Juan Bautista, dice ante la gente que es el hijo de Dios cuando lo bautiza. Ahì la gente dice AHHHH!, se la cree, y corre la voz de que el Mesias ha llegado. Yo tengo experiencia en còmo se organizan estas cosas. En la època de la Repùblica, en España, hacìamos lo mismo. Posiblemente Jesùs haya seguido algunos cursos de lucha psicològica que nadie conoce. De su infancia y de su adolescencia nadie dice nada; oscuridad total hasta que casi cumple treinta años. Algunos dicen que estuvo por la India y aprendiò algunas cosas del Buda. Ahì le habràn enseñado algunos trucos para atraer a la gente incrèdula, como esa de multiplicar los peces y los panes, resucitar a los muertos, caminar sobre el agua. Los hindùes son geniales para esas cosas de circo y magia.
-- Usted siempre pone las cosas en un modo tan prosaico que da asco –replicò enseguida la Nena—A mi me gusta creer que era alguien especial y que hacìa esas maravillas. Ademàs, lo importante es que Jesùs puso el amor hacia los demàs por encima de todo. Fue la primera vez en la historia que alguien hablaba de amor hacia los pobres. !!!
-- Sì, hermana, no se enoje. Yo sòlo trato de poner una cierta luz de realidad en las cosas. Aquì nos creemos todo lo que nos cuentan y no somos capaces de pensar por nosotros mismos. Vienen los curas y nos cuentas esas cosas, nosotros tenemos algunas dudas y les pedimos que nos expliquen. ¿Con què nos salen ellos ? Eh ! Siempre con ese asunto del misterio divino. Los polìticos lo mismo. Yo, en esas condiciones, no creo en nada. Por eso, para mì, Jesùs fue una maravilla como publicista y comunicador mediàtico, pero està muy lejos de ser el Mesìas que vino a salvar la humanidad. Vea còmo andamos todavìa. Y ahora el Papa quiere convencernos de que Dios està enojado con nosotros por cómo nos comportamos. Asì van las cosas. ¿Quièn entiende algo ?!!! Ademàs, està ese asunto de los hermanos de Jesùs. En este documento se habla de que Jesùs tenìa un hermano mayor. Y si tenìa hermanos, ¿dònde queda la virginidad de Marìa ? ¿Eh ?!!! Y si habla de hermanos, en plural, la sagrada familia era una familia numerosa. Con tantos hermanos, no creo que Marìa se hubiera abierto y cerrado a cada parto. Y esa historia del Espìritu Santo !!!! Vamos, no nos vamos a creer todo eso, ¿no?
--Sì, para mì hay algo raro en todo esto –intervino suavemente doña Helga –Digo yo, ¿no? ¿Dònde fue a parar el carpintero Josè ? Porque despuès no se habla màs de èl. Desapareciò en la nada absoluta. Como si nunca hubiera existido, el pobre. Si era pobre y tenìa una familia numerosa, ¿no habrà hecho como hacen muchos de por aquì, que abandonan la familia y emigran para tratar de mandar unos mangos y despuès ni mandan noticias ? Para mì que con ese asunto del Espìritu Santo el pobre se sentìa avergonzado y se rechiflò.
-- Yo quisiera hacer notar otra cosa –hablò quedamente el Viejo – Para un pueblito chiquito como Belèn en esa època, la llegada de tres Reyes Magos habrìa desatado una especie de algarabìa general en la gente. Si hoy se amasijan por ver un cantante rock, se pueden imaginar la enormidad de un evento de ese calibre. Las autoridades habrìan salido a recibirlos con bombos y platillos. Y habrìan reparado la situaciòn de necesidad de la familia de Jesùs cuando se dieron cuenta que la real visita estaba dirigida hacia èl. No lo habrìan dejado seguir en el establo, con olor a bosta y con el peligro de ser pateado por el burro. Vean, para mì, es una gran fàbula creada por alguien para conglomerar al pueblo detràs de una idea especial. Yo estoy de acuerdo con nuestro peluquero.
-- Sì, Nena, perdoname, no te enojes. –dijo doña Helga – Yo creo que Jesùs habrà sido un tipo capaz de hacer algunas cosas que podìan de algùn modo cambiar el orden constituido y por eso lo crucificaron. Pero creo tambièn que el Pedro ese no era nada tonto y aprovechò bien la situaciòn para romper con los judìos que tenìan el monopolio y abrir otra iglesia por su cuenta. No por nada ahora el Papa habla siempre de la iglesia de Pedro y pone siempre en el pedestal a la virgen Marìa. Es como si nosotros, para recordar al Che, endiosàramos a la mamà.
El loquito se sacò el dedo de la nariz e hizo una bolita con lo que le quedò debajo de la uña mugrienta. Aprovechò el silencio que se hizo e intervino para concluir:
-- Nadie podrà jamàs explicar las cosas que sucedieron en realidad porque en esa època no registraron en ningùn documento oficial los eventos que estamos estudiando. Sòlo nos quedan las versiones de lo que algunos que acompañaron a Jesùs en sus ùltimas aventuras contaron. Y asì y todo hay cuatro versiones diferentes; màs los evangelios apòcrifos, que de falsos no tienen nada. Son sòlo màs versiones de lo mismo, pero no aceptadas oficialmente por las iglesias cristianas. Por lo tanto, tenemos solamente una gran fàbula entre las manos, tergiversada muchas veces. Pero que nos podrìan dejar ciertas enseñanzas si las leemos como a nosotros nos conviene.
Una, no aceptar que ninguno venga a multiplicar los peces y los panes como si fuera un regalo de arriba. Hemos visto que cuando el personaje que multiplica los alimentos se vuelve por donde vino, el hambre golpea màs fuerte, somos màs dependientes y nos esclavizan mejor. Hemos demostrado que cuando somos nosotros mismos a multiplicar los peces y los panes, las cosas funcionan mejor, comemos todos y no le damos màs bola a nadie que venga con promesas de paraìsos después de la muerte.
Segunda, ese asunto del “levàntate y anda”. Dicen que Jesùs lo usò para resucitar un muerto, su amigo Làzaro (imagìnense cuanto deberìa oler cuando fue a abrazar de nuevo a su hermana). Nosotros hemos demostrado que cuando queremos tenemos el mismo poder: le dijimos a nuestra comunidad "Levàntate y anda !!", y la gente se moviò como nunca lo habìa hecho antes. Casi igual como si estuvièramos muertos y descubrièramos de repente que estàbamos vivos. Empezamos a caminar con nuestras propias piernas.
Tercera, el amor hacia los pobres. Demostramos tambièn aquì que hemos sido capaces de generar un movimiento de solidaridad que nunca antes se habìa visto en Argentina. No queremos màs a los ricos, no creemos màs en lo que nos dicen, queremos que se vayan todos, y que nos dejen en paz. Ellos no son solidarios. Son sólo ladrones.
Cuarta, el asunto de la crucificciòn. Creo que estamos en camino de comprender que nos trataron siempre de asustar con esa imagen torturada. El poder nos decìa: “Quièn se meta a complicar las cosas, terminarà crucificado”. Años atràs, una generaciòn fue desaparecida porque se metiò a complicar las cosas, y nos asustaron con el fantasma de los instrumentos de tortura. Hoy eso tambièn està desapareciendo y cada dìa hay màs gente que se suma a complicar las cosas.
Y quinta, ese tema de venir a salvar la humanidad. Tambièn hemos demostrado que esa fàbula se terminò. Ahora nos salvamos solos o no nos salva ninguno.
El loquito se levantò despaciosamente y con voz profètica se dirigiò a los concurrentes de la ESCUELA SOBRE LA REALIDAD NACIONAL de Santa Elena:
-- Estèn tranquilos, hoy no naciò ningùn nuevo mesìas. Ahora es mejor que se vayan a sus casas. Hace mucho calor y yo quiero dormir una siesta.

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