16 marzo 2009

Ni olvido ni perdón



DEMANDAN A LOS BANCOS QUE FINANCIARON LA DICTADURA
Los prestamistas de la muerte

Hijos de detenidos-desaparecidos en La Plata demandarán a los bancos que financiaron la dictadura, cuya maquinaria de muerte se hubiera detenido sin esa ayuda. Los bancos contaban con precisa información sobre lo que ocurría, por lo que debieron imaginarse el dolo eventual que causarían.

Por Horacio Verbitsky
Leandro Manuel Ibáñez y María Elena Perdighe presentarán un reclamo judicial contra los bancos extranjeros que financiaron a la dictadura militar que secuestró e hizo desaparecer a sus padres, en 1976 y 1977 en la ciudad de La Plata. Un estudio porteño de abogados, con apoyo de expertos de la Universidad de Nueva York, invocará normas y antecedentes internacionales y norteamericanos, como la jurisprudencia del Tribunal de Nuremberg, que condenó a empresarios alemanes que vendieron el gas letal usado en el campo de concentración de Auschwitz, emplearon mano de obra esclava y donaron dinero a las SS, y la Convención contra el Genocidio, que contempla sanciones no sólo a los perpetradores sino también a sus cómplices. “Quiero saber quién le daba plata a la Junta Militar que gobernaba un país quebrado pero podía pagarle el sueldo a los asesinos de mi padres y comprar las máquinas para torturarlos”, explica María Elena Perdighe, de asombroso parecido con su madre, según afirman quienes la conocieron.

Complicidad corporativa

Según el tribunal de Nuremberg el responsable de un plan criminal necesita para ejecutarlo “la cooperación de políticos, militares, diplomáticos y empresarios. No puede considerárselos inocentes si sabían lo que estaban haciendo”. Los bancos que otorgaron créditos a la dictadura argentina deberían reparar los daños personales sufridos dada su “responsabilidad por complicidad corporativa”. Una fuente valiosa de información sobre el tema fue una investigación académica en curso de la directora del Programa de Derechos Humanos y Justicia Global de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York, Veerle Opgenhaffen, y del jurista argentino Juan Pablo Bohoslavsky, Hauser Fellow de la misma universidad, donde será presentada el 14 de abril. El estudio consigna que en 1976 la deuda pública externa de la Argentina era de 6.648 millones de dólares y en 1983 llegó a 31.709 millones. Las dos terceras partes (20.658,7 millones) correspondían a créditos bancarios, sin contar otros 5.441 millones en bonos, que presumiblemente también estaban en poder de los bancos. A mediados de la década de 1970 los bancos internacionales habían acumulado una enorme masa de petrodólares y presionaron a países de dudosa capacidad económica para que tomaran créditos, que en muchos casos usaron para reprimir a sus pueblos, como en el caso argentino. La caída de la demanda interna y de la actividad industrial provocados por la política de la dictadura militar hizo que el nivel de actividad de 1982 fuera 1,3 por ciento menor que en 1975. Entre 1976 y 1980 el déficit fiscal fue del 7,4 por ciento del PIB y entre 1981 y 1983 del 14,6 por ciento. Con el enfoque monetarista de aquellos años y la tablita de Martínez de Hoz, los ingresos públicos fueron menores que los gastos.

Sin embargo, el presupuesto militar creció a más del doble entre 1975 y 1983, tanto en términos absolutos (de 1278 a 2500 millones de dólares), como en porcentaje del Producto Interno Bruto (de 2,04 a 4,39 por ciento). Cuando los bancos exigieron el repago, comenzaron la crisis de la deuda y una fuerte recesión, que a su vez precipitó la transición democrática. El trabajo de los académicos reproduce una afirmación del Congreso estadounidense al analizar el rol del banco Riggs en relación con la dictadura chilena de Pinochet: “El financiamiento es la clave del terrorismo, la corrupción y otros actos delictivos”. Como reconocieron dirigentes blancos sudafricanos que durante décadas resistieron el boicot comercial: la clave es el financiamiento externo, sin el cual el aparato estatal se hubiera paralizado, incluyendo la represión.

Dolo eventual
Los artículos publicados en la prensa internacional, los informes públicos del gobierno de Estados Unidos y de los organismos de derechos humanos no dejaban dudas sobre la gravedad de la situación en la Argentina dictatorial, por lo cual los bancos no pueden alegar ignorancia acerca de los crímenes de lesa humanidad que contribuían a financiar. Lo más significativo fue la negativa del gobierno del presidente norteamericano James Carter a suministrar ayuda militar y financiera a la Argentina, debido a las violaciones a los derechos humanos y a las normas fundamentales del Derecho Internacional y su voto en contra de los créditos multilaterales solicitados por la dictadura al Banco Mundial y al Banco Interamericano de Desarrollo. En marzo de 1977 el gobierno explicó esta política en el Congreso: Estados Unidos debía usar su voz y su voto en todos los bancos de desarrollo de los que formaba parte para defender los derechos humanos, dijo la subsecretaria de derechos humanos, Patricia Derian. Como consecuencia, en 1978 también la Overseas Private Investment Corporation (OPIC), decidió no asegurar a empresas que quisieran invertir en la Argentina, debido a las serias violaciones a los derechos humanos. La Comisión Sudafricana de Verdad y Reconciliación no incluyó a las empresas privadas que sostuvieron al criminal régimen del apartheid. Pero hay casos recientes tramitados en tribunales de los Estados Unidos que desarrollan ese concepto de la responsabilidad corporativa. Esos procesos fueron presentados contra

- la empresa bananera Chiquita, que contrató paramilitares colombianos para limpiar de sindicalistas sus plantaciones; bancos y empresas de distintos países que ayudaron a la Alemania nazi a prolongar la guerra por lo menos un año más, no devolvieron los depósitos a las víctimas o usaron mano de obra esclava;

- el banco Paris Paribas por haber entregado fondos al régimen de Saddam Hussein en violación del programa de Naciones Unidas Petróleo por Alimentos;

- Yahoo, por entregar información y archivos al gobierno chino que le permitieron identificar y torturar a un activista por los derechos humanos;

- Nestlé, por comprar cacao a plantaciones que usan mano de obra infantil;

- Unocal, por participar en el tendido de un oleoducto y contratar a fuerzas de seguridad responsables de trabajo forzoso, asesinatos y violaciones en Burma;

- el banco Barclays y otras compañías multinacionales que proveyeron de créditos, transporte y otros servicios esenciales para la implementación del apartheid en Sudáfrica.

Un precedente
Los mecanismos de justicia transicional tardaron en tomar en cuenta los factores económicos que permiten a un régimen reprimir a su población, como se aprecia en el “limitado alcance del informe de la CONADEP y en los mandatos de casi todas las comisiones de la verdad posteriores. El hecho de que en este momento se desenvuelvan juicios por aquellos crímenes ofrece una oportunidad única para que la Argentina establezca un precedente, demostrando la necesidad de considerar las complicidades civiles para determinar la verdad sobre el funcionamiento de un régimen determinado”, dice el trabajo de Opgenhaffen y Bohoslavsky. En la Argentina se compensaron los indultos de 1989 y 1990 con el dictado de varias leyes que establecieron el pago de reparaciones a las víctimas del terrorismo de Estado y sus herederos, por un monto de unos 225.000 dólares por caso. Otro trabajo académico, realizado en 2005 por Christina Marie Wilson en la Facultad de Derecho de la Universidad Jesuita Fordham, también de Nueva York, analiza el destino de esas reparaciones en el caos económico que vivió la Argentina. El pago prometido se demoró y en 1997 se dispuso por decreto que las indemnizaciones se cancelaran con Bonos de Consolidación de Deuda Pública. En 2002 se pesificó su importe. Los bonos que se emitieron a cambio entraron en el proceso de renegociación de la deuda externa, en el que como los demás bonos sufrieron una quita de dos tercios de su valor. El trato que recibieron fue el mismo que el de los demás tenedores de bonos argentinos, pese a que en este caso no se trataba de inversores que corrieron un riesgo, sino de víctimas de la dictadura que recibieron esos bonos porque el Estado no pudo o no quiso pagarles en efectivo. Pero estas reparaciones, cuya devaluación el Estado explicó por sus dificultades económicas, no obstan para el reclamo a los bancos, que no tienen las limitaciones del Estado.

Según Opgenhaffen y Bohoslavsky se trata de obtener “respuestas más completas en términos de enjuiciamientos, reparaciones y otros mecanismos de responsabilidad”, lo cual actuaría como disuasivo para el comportamiento empresarial en el futuro. También “combatiría la noción de que apenas fue la experiencia de un puñado de generales que desarrollaron solos una campaña asesina y plantearía importantes preguntas acerca del papel que jugaron los actores financieros privados para ayudar y prolongar la dictadura”.

Los secuestros
Victorio Perdighe, estudiante de derecho y militante en la Juventud Peronista fue detenido-desaparecido el 16 de diciembre de 1976 en La Plata y visto en el campo de concentración “La Cacha”. Su esposa, Graciela “Chela” Sagües fue secuestrada en la misma ciudad el 22 de enero de 1977 mientras caminaba por la calle y fue vista en la comisaría 5ª de La Plata, en el Pozo de Arana, en la Brigada de Investigaciones y el Pozo de Banfield. Victorio fue asesinado durante un falso enfrentamiento y de Graciela no se supo más. Tenían una nena, María Elena. Roberto Aníbal Ibáñez, estudiante de medicina y militante de la Juventud Peronista, de 24 años, fue secuestrado por personal de seguridad que ocupaba dos autos marca Torino, la tarde del 25 de enero de 1977, mientras conducía su moto en el centro de La Plata. El mismo día fue visto en los centros clandestinos “Pozo de Arana” y Comisaría 5a. Estaba casado con Silvia Beatriz Albores y tenían un bebé, Leandro Manuel, de tres meses. Silvia, de 22 años y también estudiante de medicina fue secuestrada pocos meses después, del domicilio de sus padres en La Plata. Nunca volvió a saberse de ellos.

Los bancos
En 2000, el fallo del juez federal José Luis Ballesteros en la causa iniciada por Alejandro Olmos sobre la deuda externa mencionó en su foja 73 entre los prestamistas de YPF (que era la vía de entrada que empleó la dictadura para disimular que así se costeaba el Estado Terrorista) al Bank of America, Republic Bank of Dallas, Unión de Bancos Arabes y Franceses, Banco de la Sociedad Financiera Europea, D.G. Bank, Banco Europeo de Crédito, Unión de Bancos Suizos, Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), Citibank, Banco de Boston, Chase Manufactures, Lloyds Bank, Wells Fargo, Marine Midland, Banco di Roma, Citicorp y Banco Nación. Pero la demanda pide que sea el Banco Central el que informe quiénes fueron los financistas de la dictadura y no contempla los créditos a privados, ya que se refiere sólo a los préstamos que permitieron funcionar a la maquinaria estatal de la muerte.

10 marzo 2009

El mundo desinflado



De la guerra infinita a la crisis infinita
Atilio A. Boron
(Ponencia presentada al XI Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, La Habana, Cuba, 2-6 Marzo, 2009)

En las páginas que siguen quisiéramos exponer algunas ideas en torno a la actual crisis capitalista, sus probables “salidas” y el papel que en ella podría desempeñar una opción socialista. Dadas las restricciones de tiempo evitaremos innecesarios tecnicismos y trataremos de plantear las cosas de forma simple, pero sin caer en simplismos.

1. Comencemos caracterizando a esta crisis por la negativa, diciendo lo que esta crisis no es. Esto es importante porque el bombardeo mediático al que están sometidas nuestras sociedades presenta a los economistas y otros publicistas del establishment hablando de una “crisis financiera” o “crisis bancaria”. Poco antes, ni siquiera eso: se decía que estábamos en presencia de una crisis de las hipotecas “sub-prime”. Se pretende, de este modo, minimizar a la crisis, subestimarla, presentarla ante los ojos de la población como un incidente relativamente menor en la marcha de los mercados y que para nada pone en cuestión la salud y viabilidad del capitalismo como supuesta “forma natural” de organización de la vida económica. El paso del tiempo se encargó de demoler todas estas falacias.

2. ¿Qué clase de crisis, entonces? Si bien estamos apenas transitando su primera fase y aún cuando aquélla “no ha tocado fondo” no sería temerario pronosticar que nos hallamos ante una crisis general del sistema capitalista en su conjunto, la primera de una magnitud comparable a la que estallara en1929 y a la llamada “Larga Depresión” de 1873-1896. Una crisis integral, civilizacional, multidimensional, cuya duración, profundidad y alcances geográficos el tiempo se encargará de demostrar que será de mayor envergadura que las que le precedieron.

3. La crisis se torna visible, inocultable, por el estallido de la burbuja creada en torno a las hipotecas “sub-prime” y luego se transmite, rápidamente, a los bancos e instituciones financieras de Wall Street, y finalmente se extiende a todos los sectores y a la economía mundial. Pero la burbuja, y su estallido, es el síntoma; es como la fiebre que denuncia la presencia de una peligrosa infección. No es tanto la enfermedad (aunque podría argumentarse que la tendencia permanente en el capitalismo a formar burbujas especulativas también es un signo de insalubridad) como su manifestación externa, la que por momentos adquiere contornos ridículos o aberrantes. Ejemplo: la compra que efectúa en Marzo del 2008 el gigantesco banco JP Morgan del Banco de Inversiones Bear Stearns, el quinto en importancia en Wall Street, operación que se cierra por la irrisoria suma de $ 236 millones. Una semana más tarde el precio de esa firma se multiplicó por cinco. Pocos meses después, en Septiembre, y ante la pasividad de las autoridades económicas, se produce la bancarrota de Lehman Brothers, uno de los principales bancos de inversión de Estados Unidos. Merrill Lynch, su competidor en ese rubro, es vendido de urgencia al Bank of America en 50.000 millones de dólares.

4. Se trata, por lo tanto, de una crisis que trasciende con creces lo financiero o bancario y afecta a la economía real en todos sus departamentos. Y además es una crisis que se propaga por la economía global y que desborda las fronteras estadounidenses. Todos los esfuerzos para ocultarla a los ojos del público resultaron en vano: era demasiado grande para eso.

5. Sus causas estructurales son bien conocidas: es una crisis de superproducción y a la vez de subconsumo, el mecanismo periódico de “purificación” de capitales típico del capitalismo. No por casualidad estalló en EEUU, porque este país hace más de treinta años que vive artificialmente del ahorro y del crédito externo, y estas dos cosas no son infinitas ni inagotables: las empresas se endeudaron por encima de sus posibilidades y se lanzaron a realizar riesgosas operaciones especulativas; el Estado se endeudó irresponsable y demagógicamente para hacer frente no a una sino a dos guerras, no sólo sin aumentar los impuestos sino que reduciéndolos y, además, los particulares han sido sistemáticamente impulsados, vía la publicidad comercial, a endeudarse para sostener nivel de consumo desorbitado, irracional y despilfarrador. Era sólo cuestión de tiempo para que esta espiral de endeudamiento indefinido se detuviera catastróficamente. Y ese momento ya llegó.

6. Pero a estas causas estructurales hay que agregar otras que colaboraron en el desenlace. La acelerada financiarización de la economía, y su correlato, la irresistible tendencia hacia la incursión en operaciones especulativas cada vez más riesgosas. El capital creyó haber descubierto la “fuente de Juvencia” en la especulación financiera: el dinero generando más dinero prescindiendo de la valorización que le aporta la explotación de la fuerza de trabajo. Además, este maravilloso descubrimiento tenía la fascinación de la velocidad: fabulosas ganancias se pueden lograr en cuestión de días, o semanas a lo máximo, gracias a las oportunidades que la informática ofrece de vencer toda restricción de tiempo y espacio. Los mercados financieros desregulados a escala planetaria incentivaron la adicción del capital a dejar de lado cualquier cualquier escrúpulo o cualquier cálculo. Tal como lo recordara Michel Collon recientemente tenía razón Karl Marx cuando escribió que "Al capital le horroriza la ausencia de beneficio. Cuando siente un beneficio razonable, se enorgullece. Al 20%, se entusiasma. Al 50% es temerario. Al 100% arrasa todas las leyes humanas y al 300%, no se detiene ante ningún crimen.

7. Otras circunstancias favorecieron el estallido de la crisis. Sin duda, las políticas neoliberales de desregulación y liberalización hicieron posible que los actores más poderosos que pululan en los mercados, los grandes oligopolios transnacionales, impusieran “la ley de la selva,” tal como lo expresara Fidel en una de sus reflexiones. Mercados descontrolados, o controlados por las pasiones y los intereses de los oligopolios que lo dominan, tenían que terminar produciendo una catástrofe como la actual. Tiene razón Samir Amin cuando dice que estamos en presencia de una crisis que no fue producida por la lucha de clases sino por la prolongada acumulación de las contradicciones propias del capital.

8. Primer dato significativo de la crisis actual: una enorme destrucción de capitales a escala mundial, proceso salvaje que los economistas convencionales dulcificaron y sublimaron, como lo hiciera Joseph Schumpeter, caracterizándolo como una “destrucción creadora” de fuerzas productivas. En Wall Street esta “destrucción creadora” hizo que la desvalorización de las empresas que cotizan en esa bolsa llegase a casi el 50 %; en Europa, las pérdidas superan levemente esa marca. Ergo: una empresa que antes cotizaba en bolsa un capital de 100 millones, ¡ahora tiene 50 millones! Las consecuencias recesivas de tamaña destrucción de capitales son fáciles de identificar: caída de la producción, desempleo, derrumbe de los precios, de los salarios, del poder de compra. Es decir, el círculo vicioso de la depresión económica. Veamos el diagnóstico que realiza un observador sobre el panorama de Wall Street: “el sistema financiero en su totalidad está a punto de estallar. Ya tenemos más de $ 500.000 millones en pérdidas bancarias, y hay un billón más que está por llegar. Más de una docena de bancos están en bancarrota, y hay cientos más esperando correr la misma suerte. A estas alturas más de un billón de dólares han sido transferidos desde la FED al cartel bancario, pero un billón y medio más será necesario para mantener la liquidez de los bancos en los próximos años. Para Stathis, como para muchos otros, lo que estamos viviendo es la fase inicial de una larga depresión, y la palabra recesión, tan utilizada recientemente, no captura en todo su dramatismo lo que el futuro depara para el capitalismo.

a. Un ejemplo entre los muchos será suficiente para ilustrar esta cuestión: La acción ordinaria de Citigroup perdió el 90 % de su valor en 2008. ¡La última semana de febrero cotizaba en Wall Street a $ 1.95 por acción! Un informe elaborado por una consultora financiera de la India señala que diez años atrás una acción del Citigroup le permitía a una persona ofrecer una cena para su familia en un buen restaurant indio de Nueva York. En ese entonces, el 19 de Febrero de 1999, la acción de Citigroup cotizaba a $ 54.19; diez años más tarde, el 21 de Febrero del 2009, esa misma acción valía apenas $1.95 (¡de un dólar devaluado!) y no alcanzaba siquiera para ordenar un plato de maníes. Sobran ejemplos de este tipo.

9. Este proceso de destrucción de capitales no es neutro pues favorecerá a los mayores y mejor organizados oligopolios, que desplazarán a sus rivales de los mercados. La “selección darwiniana de los más aptos” despejará el camino para nuevas fusiones y alianzas empresariales, enviando a los más débiles a la quiebra y aumentando la centralización y concentración de los capitales.

10. Segundo dato significativo: acelerado aumento del desempleo. En un reciente artículo Ignacio Ramonet aportó los grandes números sobre el tema. Allí nos informa que la OIT estima que el número de desempleados en el mundo (unos 190 millones en 2008) podría incrementarse en 51 millones más a lo largo de 2009. Y recuerda que los trabajadores pobres (que ganan apenas dos euros diarios) serán 1.400 millones, o sea el 45% de la población económicamente activa del planeta. En esa misma nota Ramonet afirma que en Estados Unidos la recesión ya destruyó 3,6 millones de puestos de trabajo, a un ritmo nunca visto. La mitad durante los últimos tres meses. El total de desempleados ya asciende a 11,6 millones. Y firmas gigantes como Microsoft, Boeing, Caterpilar, Kodak, Pfizer, Macy's, Starbucks, Home Depot, SprintNextel o Ford Motor planean desprenderse de 250.000 asalariados en 2009. En la UE, el número de desempleados es de 17,5 millones, 1,6 millones más que hace un año. Y para 2009, se prevé la pérdida de 3,5 millones de empleos. En 2010, la desocupación escalará hasta el 10% de la población activa. En Sudamérica, también según la OIT, en 2009, se registrará un aumento de 2,4 millones de desempleados. Si bien los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay), así como Venezuela, Bolivia y Ecuador, podrían capear el temporal, varios Estados centroamericanos así como México y Perú, por sus estrechos lazos con la economía estadounidense, serán fuertemente golpeados por la crisis.

11. Por lo tanto, estamos ante una crisis que afecta a todos los sectores de la economía: la banca, la industria, los seguros, la construcción, la agricultura, la minería, etcétera y que se disemina por todo el conjunto del sistema capitalista internacional. El “contagio” se produjo de inmediato en los capitalismos desarrollados y luego pasó a diseminarse rápidamente por la periferia. Cuánto más vinculados con la dinámica de los capitalismos centrales se encuentren estos países -como por ejemplo México u otros por su condición de signatarios de TLCs con Estados Unidos- más rápida será la propagación de la crisis y más profundos y perjudiciales serán sus efectos.

12. Mecanismos principales de transmisión de la crisis son los ajustes en los planes de producción de las grandes transnacionales, que dominan casi sin contrapeso las economías latinoamericanas. Decisiones que se toman en los centros mundiales y que afectan a las subsidiarias de la periferia generando despidos masivos, interrupciones en las cadenas de pagos, caída en la demanda de insumos, etcétera. En el artículo ya citado Ignacio Ramonet observa que “Grecia ha prohibido a sus bancos que socorran a las sucursales en otros países balcánicos. EEUU ha decidido apoyar a las Big Three (Chrysler, Ford, General Motors) de Detroit, pero sólo para que salven sus plantas en el país. No ayuda a las multinacionales extranjeras (Toyota, Kia, Volkswagen, Volvo) instaladas en su territorio. Francia y Suecia han anunciado que condicionarán las ayudas a sus industrias automotoras: sólo podrán beneficiarse los centros ubicados en sus respectivos países. La ministra francesa de Economía, Christine Lagarde, declaró que el proteccionismo podía ser "un mal necesario en tiempos de crisis". El ministro español de Industria, Miguel Sebastián, insta a "consumir productos españoles".” Y Barack Obama, agregamos nosotros, promueve el “buy American! ”

13. Otras fuentes de propagación de la crisis, en la periferia, son:

a. La caída en los precios de las commodities que exportan los países latinoamericanos y caribeños, con su secuelas recesivas y el aumento de la desocupación.

b. Drástica disminución de las remesas de los emigrantes latinoamericanos y caribeños residentes en los países desarrollados. Hay que recordar que en algunos casos las remesas son el ítem más importante en el ingreso internacional de divisas, por encima de lo obtenido por las exportaciones.

c. Retorno de los emigrantes, deprimiendo aún más el mercado de trabajo, aumentando el desempleo, reduciendo los salarios y comprimiendo el nivel de consumo.

14. Pero la crisis actual muestra facetas más preocupantes que las dos grandes depresiones del siglo diecinueve y el siglo veinte:

a. En primer lugar porque la que estalló en la segunda mitad del año pasado se conjuga con una profunda crisis del paradigma energético predominante basado en el uso irracional y predatorio del combustible fósil, un recurso finito y no renovable, lo que requiere imperativamente su reemplazo. La superposición de esta crisis con la crisis general del capitalismo agrava las cosas al tornar impostergable el inicio de una costosa y difícil transición hacia un paradigma energético alternativo basado en fuentes no fósiles y renovables. Tarea enormemente costosa y de por sí, en condiciones normales, nada sencilla para realizar; mucho menos ahora, cuando urge hacerla bajo condiciones tan desfavorables como las de la crisis de nuestros días.

b. En segundo lugar porque esta crisis coincide con la creciente toma de conciencia de los catastróficos alcances del cambio climático. Enfrentar esta amenaza, que pone en juego el destino mismo de toda forma de vida en el planeta tierra, supone significativos ajustes en la estructura económica que decretarán la obsolescencia de algunas gigantescas empresas y facilitarán el surgimiento de nuevas unidades productivas. En otras palabras: se acelerará y profundizará la pugna inter-burguesa en el seno de las clases dominantes del sistema imperialista y las autoridades estatales tendrán que demostrar una firmeza extraordinaria para lograr imponer una solución al desafío ecológico.

c. Agréguese a lo anterior la crisis alimentaria, agudizada por la pretensión del capitalismo de mantener un irracional patrón de consumo que ha llevado a reconvertir tierras aptas para la producción de alimentos en campos destinados a la elaboración de agrocombustibles. El efecto de esta política ya ha sido puesto de manifiesto en los grandes aumentos experimentados por algunos items básicos de la canasta alimentaria de América Latina como el maíz, provocando una descontrolada alza de precios de la tortilla en México y otros países.

15. Pero la crisis recién comienza: Obama reconoció que no hemos tocado fondo todavía, y que “tal vez los EEUU deban elegir un nuevo presidente…” Un agudo comentarista de esta crisis, Michael Klare, escribió días pasados que “si el actual desastre económico se convierte en lo que el presidente Obama ha denominado ‘década perdida’, el resultado podría consistir en un paisaje global lleno de convulsiones motivadas por la economía.

16. No deja de ser sumamente significativo que frente al optimismo de varios gobernantes latinoamericanos que hablan de que sus economías están “blindadas” para resistir a pie firme a la crisis, el ocupante de la Casa Blanca piense que es muy posible que un verdadero desastre económico se precipite sobre el corazón del imperio ocasionando la pérdida de una década de crecimiento.

a. Los antecedentes históricos avalan ese pesimismo: en 1929 la desocupación en EEUU llegó al 25 %, al paso que caían los precios agrícolas y de las materias primas. Pero 10 años después, y pese a las radicales políticas puestas en marcha por Franklin D. Roosevelt (el New Deal), la desocupación seguía siendo muy elevada (17 %) y la economía no lograba salir de la depresión. Sólo la Segunda Guerra Mundial puso fin a esa etapa. Y ahora, ¿por qué habría de ser más breve?

b. La depresión de 1873-1896, duró ¡23 años! Los factores que
la precipitaron fue el colapso de la Bolsa de Valores de Viena, producido también por una burbuja especulativa ligada al precio de la tierra en París y las grandes construcciones que comenzaron en esa ciudad luego de la derrota francesa en la guerra Franco-Prusiana. Las reparaciones de guerra exigidas a los franceses y los grandes pagos que debían efectuar a favor de Alemania contribuyeron a crear las condiciones de la crisis, así como la especulación de tierras que se inició en Estados Unidos una vez finalizada la Guerra Civil relacionada con la construcción de grandes emprendimientos ferroviarios que originó otra burbuja que estalló en 1873.

c. Dados estos antecedentes, ¿por qué ahora saldríamos de la actual crisis en cuestión de meses, como vaticinan algunos publicistas y “gurúes” de Wall Street y sus “repetidores” en la periferia del sistema.

17. No se saldrá de esta crisis con un par de reuniones del G-20, o del G-7. Tampoco apelando a los inmensos rescates dispuestos por los gobiernos de los capitalismos metropolitanos. Si una prueba hay de su radical incapacidad para resolver la crisis es la respuesta de las principales bolsas de valores del mundo luego de cada anuncio o cada sanción de una ley aprobatoria de un nuevo rescate: invariablemente la respuesta de “los mercados”, en realidad, de los oligopolios que los controlan a su antojo, es negativa, y las bolsas vuelven a caer. No es suficiente, dicen. Necesitamos más y más. Si fuera preciso, socializar toda la riqueza producida por el planeta y destinarla a preservar la integridad de nuestros intereses y la santidad de nuestro patrimonio.

a. Según atestigua George Soros “la economía real sufrirá los efectos secundarios, que ahora están cobrando brío. A estas alturas, la reparación del sistema financiero no impedirá una recesión mundial grave. Puesto que en estas circunstancias el consumidor estadounidense ya no puede servir de locomotora de la economía mundial, el Gobierno estadounidense debe estimular la demanda. Dado que nos enfrentamos a los retos amenazadores del calentamiento del planeta y de la dependencia energética, el próximo Gobierno debería dirigir cualquier plan de estímulo al ahorro energético, al desarrollo de fuentes de energía alternativas y a la construcción de infraestructuras ecológicas. Este estímulo podría convertirse en la nueva locomotora de la economía mundial. Bonitas palabras pero, ¿que grados de viabilidad tiene una propuesta como ésta, que ataca al consumismo norteamericano, al poder de los grandes lobbies vinculados a las industrias del petróleo y automovilística, y que implica ampliar extraordinariamente las capacidades de intervención y gestión directa del estado?

18. Se abre por lo tanto un largo período de tironeos y negociaciones para definir de qué forma se saldrá de la crisis, quienes serán los beneficiados y quienes deberán pagar sus costos.

a. Conviene recordar que en1929, el armado de Bretton Woods, el diseño de la arquitectura económica y financiera internacional que resultó fundamental para la recuperación de la posguerra, llevó casi un año de arduas negociaciones, que culminaron con la Conferencia que tuvo lugar en esa ciudad de New Hampshire entre el 1 y el 22 de Julio de 1944.

b. Que tales acuerdos, concebidos en el marco de la fase keynesiana del capitalismo, coincidieron con la estabilización de un nuevo modelo de hegemonía burguesa que, producto de las consecuencias de la guerra y la lucha anti-fascista tenía como nuevo e inesperado telón de fondo el fortalecimiento de la gravitación de los sindicatos obreros, los partidos de izquierda y las capacidades reguladoras e interventoras de los estados.

19. ¿Es razonable esperar un desenlace similar a la crisis actual? Cualquier pronóstico en una situación tan volátil como ésta es sumamente arriesgado, pero de partida nomás hay que tener en cuenta que existen varias significativas diferencias entre los respectivos contextos globales de la crisis.

a. En primer lugar, ya no está la URSS, cuya sola presencia y la amenaza de la extensión hacia Occidente de su ejemplo inclinaba la balanza de la negociación a favor de la izquierda, sectores populares, sindicatos, etc. Si la burguesía europea se avino a negociar y aceptar algunas conquistas de los trabajadores no fue sólo por el empeño y la fuerza por éstos demostradas a lo largo de muchos años de lucha. También jugó un papel muy importante la sombra que la URSS proyectaba sobre todas esas negociaciones y esos compromisos.

b. En la actualidad China ocupa un papel incomparablemente más importante en la economía mundial que el que en su tiempo tuviera la URSS, pero sin una importancia paralela reflejada en la política mundial. La URSS, en cambio, pese a su debilidad económica era una formidable potencia militar y política. Gracias a ello era un “jugador” de primer orden en los principales terrenos de la política mundial. China es una potencia económica, pero con escasa presencia militar y política en los asuntos mundiales, si bien está comenzando un muy cauteloso y paulatino proceso de reafirmación de sus intereses en la política mundial.

c. Pese a estas salvedades China puede llegar a jugar un papel positivo para la estrategia de recomposición económica de los países de la periferia. Golpeada también por la crisis, Beijing está gradualmente reorientando sus enormes energías nacionales hacia el mercado interno. Por múltiples razones que sería imposible discutir aquí es un país que necesita que su economía crezca al 8 % anual, sea como respuesta a los estímulos de los mercados mundiales o a los que se originen en su inmenso –y sólo parcialmente explotado- mercado interno. De confirmarse ese viraje es posible predecir que China seguirá necesitando muchos productos originarios de los países del Tercer Mundo, como níquel, cobre, acero, petróleo, soja y otras materias primas y alimentos.

d. En la Gran Depresión de los años 30, en cambio, la URSS tenía una muy débil inserción en los mercados mundiales. Se puede decir que era prácticamente autárquica y que, por lo tanto, no podía jugar ningún rol significativo en la crisis, sobre todo en materia económica. Podía movilizar, no sin dificultades, los partidos comunistas articulados en la Tercera Internacional. No era poco, pero tampoco era suficiente. Hoy con la China es distinto: podrá seguir jugando un papel muy importante y, al igual que Rusia e India (aunque éstas en menor medida) comprar en el exterior las materias primas y alimentos que necesite, a diferencia de lo que ocurría con la URSS en los tiempos de la Gran Depresión.

e. En los 30s la “solución” de la crisis se encontró en el proteccionismo y la guerra mundial. Hoy, aunque se quisiera, el proteccionismo tropezará con muchos obstáculos debido a la interpenetración de los grandes oligopolios nacionales en los distintos espacios del capitalismo mundial. La conformación de una burguesía mundial, arraigada en gigantescas empresas que, pese a su base nacional, operan en un sinnúmero de países, hace que la opción proteccionista en el mundo desarrollado sea de escasa efectividad en el comercio Norte/Norte y las políticas tenderán -al menos por ahora y no sin tensiones- a respetar aunque sea a regañadientes los parámetros establecidos por la OMC. La carta proteccionista aparece como mucho más probable cuando se la aplique, como seguramente se hará, en contra del Sur global. Bajo estas condiciones, una guerra mundial motorizada por “burguesías nacionales” del mundo desarrollado dispuestas a luchar entre sí por la supremacía en los mercados es prácticamente imposible porque tales “burguesías” han sido desplazadas por el ascenso y consolidación de una “burguesía imperial” dueña de un proyecto de dominación mundial, que periódicamente se reúne en Davos para coordinar estrategias y técticas y para la cual la opción de un enfrentamiento militar constituiría un fenomenal despropósito. Pero eso no quiere decir que esa “burguesía imperial” no apoye, como lo ha hecho hasta ahora con las aventuras militares de Estados Unidos en Irak y Afganistán, la realización de otras operaciones militares en la periferia del sistema, necesarias para preservación de la rentabilidad del complejo militar-industrial norteamericano e, indirectamente, para los grandes oligopolios de los demás países.

20. ¿Se derrumbará el capitalismo norteamericano?

La situación actual no es igual a la de los años treintas. Pero, más allá de eso, hay que recordar una frase de Lenin cuando decía que “el capitalismo no se cae si no hay una fuerza social que lo haga caer.” Y esa fuerza social hoy no está presente en las sociedades del capitalismo metropolitano, incluido Estados Unidos. En esa época había una disputa por la hegemonía en el seno del sistema imperialista mundial: Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, Francia y Japón dirimían en el terreno militar su pugna por la hegemonía imperial.

21. Hoy, la hegemonía y la dominación están claramente en manos de Estados Unidos.

a. Es el único garante del sistema capitalista a escala mundial. Si Estados Unidos cayera desencadenaría un efecto dominó que provocaría el derrumbe de casi todos los capitalismos metropolitanos, para ni hablar de la periferia del sistema. Por eso, en caso de que Washington se vea amenazado por una insurgencia popular todos acudirán a socorrerlo, porque es el sostén último del sistema y el único que, en caso de necesidad, puede socorrer a los demás.

b. Estados Unidos es un actor irreemplazable y centro indiscutido del sistema imperialista mundial: sólo él dispone de más de 700 misiones, enclaves y bases militares en unos 120 países constituyen la reserva final del sistema. Si las demás opciones fracasan, la fuerza aparecerá en todo su esplendor. Y sólo EEUU puede desplegar sus tropas y su arsenal de guerra para mantener el orden a escala planetaria. Es, como dijera Samuel Huntington, “el sheriff solitario”. Y no hay otro.

c. Por otra parte, hay que recordar que este “apuntalamiento” del centro imperialista cuenta con la invalorable colaboración de los demás socios imperiales, o con sus competidores en el área económica e inclusive con la mayoría de los países del Tercer Mundo, que acumulan sus reservas en dólares estadounidenses. Ahora bien: ni China, Japón, Corea o Rusia, para hablar de los mayores tenedores de dólares del planeta, pueden liquidar su stock en esa moneda porque sería una movida suicida. Pero esta también es una consideración que debe ser tomada con mucha cautela y dependerá del curso de los acontecimientos.

d. La conducta de los mercados y de los ahorristas de todo el mundo fortalece la posición norteamericana: la crisis se profundiza, los rescates demuestran ser insuficientes, el Dow Jones de Wall Street cae por debajo de la barrera psicológica de los 7.000 puntos –¡descendiendo por debajo de la marca obtenida en 1997!- y pese a ello la gente busca refugio en el dólar, ¡cayéndose las cotizaciones del euro y el oro!

21. Fidel, en “La Ley de la Selva”, decía que “La crisis actual y las medidas brutales del gobierno de EEUU para salvarse traerán más inflación, más devaluación de las monedas nacionales, más pérdidas dolorosas de los mercados, menores precios para las mercancías de exportación, más intercambio desigual. Pero traerán también a los pueblos más conocimiento de la verdad, más conciencia, más rebeldía y más revoluciones".

a. Diagnóstico este que, en líneas generales, plantea también un autor de tan irreprochables credenciales conservadoras como Zbigniev Brzezinski. Cuando en un reciente reportaje radial se le preguntó si creía que podría haber conflicto de clases en Estados Unidos, respondió que “estoy preocupado porque vamos a tener millones y millones de desocupados, mucha gente pasándola realmente muy mal. Y esa situación estará presente por un tiempo antes de que las cosas eventualmente mejoren. Al mismo tiempo hay una conciencia pública de la riqueza extraordinaria que se transfirió a los bolsillos de unos pocos individuos, en niveles sin precedentes históricos en Estados Unidos. Y yo me pregunto: ¿qué puede pasar en esta sociedad cuando toda esa gente se quede sin trabajo, con sus familias dañadas, cuando pierdan sus casas? … Si el Congreso no actúa habrá un conflicto cada vez mayor entre las clases, y si la gente está desocupada y realmente golpeada, ¡demonios, hasta podríamos llegar a tener gravísimos tumultos sociales!”

22. ¿Cuáles alternativas para los pueblos?

a. Estamos en presencia de una crisis que es mucho más que una crisis económica, o financiera. Se trata de una crisis integral de un modelo civilizatorio que es insostenible económicamente, por los estragos que está causando; políticamente, porque requiere apelar cada vez más a la violencia en contra de los pueblos; insustentable también ecológicamente, dada la destrucción, en algunos casos irreversible, del medio ambiente; e insostenible socialmente, porque degrada la condición humana hasta límites inimaginables y destruye la trama misma de la vida social.

b. La respuesta a esta crisis, por lo tanto, no puede ser sólo económica o financiera. Las clases dominantes harán exactamente eso: utilizar un vasto arsenal de recursos públicos para socializar las pérdidas y reflotar a los grandes oligopolios. Encerrados en la defensa de sus intereses más inmediatos carecen siquiera de la visión para concebir una estrategia más integral.

c. En el campo popular se impone una meticulosa preparación para este nuevo período histórico signado por la crisis general capitalista. Esto ofrecerá nuevas oportunidades de lucha y abre la posibilidad, en algunos países, de conquistar si no un triunfo revolucionario al menos un avance revolucionario que mejore sustancialmente la situación de los trabajadores en la sociedad capitalista.

d. Pero también hay que ser conciente de que esta situación bien podría revertir y dar lugar a una aplastante derrota del campo popular. Sería ingenuo pensar que porque el capitalismo está en crisis su suerte está echada. Una recomposición reaccionaria del orden burgués también figura entre las posibilidades que alberga la actual coyuntura.

e. Hasta ahora las tensiones y sufrimientos provocados por la crisis se han traducido, en el mundo desarrollado, en una acelerada escalada de xenofobia y racismo. Pero el malestar social también se ha cobrado otras víctimas. En el ya mencionado trabajo Ignacio Ramonet sostiene que “(L)as turbulencias ya han causado la caída de los Gobiernos de Bélgica, Islandia y Letonia. Se han registrado manifestaciones en Francia, con una huelga nacional el 29 de enero y enfrentamientos violentos en Guadalupe. Los países más vulnerables de la UE: Hungría, Bulgaria, Grecia, Letonia, Lituania... también han registrado protestas y disturbios más o menos violentos.” En la misma línea de preocupación se encuentra el análisis, también ya referido, de Michael Klare, nos dice que ya se han sucedido episodios de violencia en Atenas, Longnan (China), Puerto Príncipe (Haití), Riga (Letonia), Santa Cruz (Bolivia), Sofía (Bulgaria), Vilnius (Lituania), y Vladivostok (Rusia) mientras que en Reikiavik, Paris, Roma y Zaragoza a Moscú y Dublín han sido testigos de importantes protestas provocadas por el creciente desempleo y los salarios en descenso.”

f. En América Latina el impacto de la crisis es inocultable. Dada la elevada extranjerización de nuestras economías y el papel crucial en que ellas desempeñan los grandes oligopolios transnacionales, las políticas de ajustes y reducción de costes que promuevan sus casas matrices son aplicadas al pie de la letra en nuestros países. Si en la gran crisis anterior, la de los años treinta, la absorción de sus impactos más negativos fue posible por el inicio de un proceso de industrialización sustitutiva esa perspectiva hoy se encuentra agotada o, en el mejor de los casos, tiene muy bajas probabilidades de éxito.

g. ¿Qué hacer, entonces? En primer lugar, recordar y aplicar los clásicos axiomas del leninismo que recomiendan, en coyunturas como éstas, intensificar los esfuerzos en materia de organización y concientización del campo popular. Las víctimas de esta situación abarcan un amplio espectro dentro del universo de las clases explotadas y dominadas, y son precisamente estas formaciones sociales las que fueron atomizadas, desorganizadas, fragmentadas por las políticas neoliberales de los últimos treinta años. La reconstitución social, política e ideológica del campo popular es, por lo tanto, un imperativo impostergable de la hora actual. En relación a lo ideológico para convencer a la sociedad de que no hay solución dentro del capitalismo para la crisis actual, sólo paliativos. La solución de fondo sólo la puede ofrecer una alternativa socialista. E insistir en lo que decía el revolucionario ruso: la única arma con que cuenta el proletariado es su organización.” Por lo tanto, será preciso dejar de lado los cantos de sirena de autores como Michael Hardt y Antonio Negri (y sus epígonos en América Latina) con su romántica exaltación de la multitud y su espontaneísmo -que rechaza toda forma de organización, jerarquía, educación política, pensamiento estratégico y táctico- ingredientes seguros de una nueva y más catastrófica derrota del campo popular. No será invocando a la inconmensurabilidad de los cuerpos y su única e irrepetible individualidad como se podrá derrotar a un imperio en decadencia y acosado por una fenomenal crisis en todos los órdenes de la vida.

h. Mientras que la “burguesía imperial” ha perfeccionado sus estructuras de hegemonía y dominación, sus dispositivos de formación de (falsas) conciencias y de disciplinamiento coercitivo criminalizando la protesta social y militarizando las relaciones internacionales, los sectores que constituyen el moderno proletariado se debaten en una profunda desorganización, de la cual pueden surgir actos aislados de resistencia anti-imperialista pero muy difícilmente propuestas efectivas de superación del estado de cosas actual.

i. Se trata, por lo tanto, de coordinar y articular las luchas de distintos grupos y sectores sociales, cada uno de los cuales se reconoce en tradiciones políticas e ideológicas y formas de organización que le son propias. Habrá también que superar un falso maniqueísmo que enfrenta a partidos con movimientos sociales y organizaciones populares: la función de integración del vasto y complejo abanico de demandas populares que realizan los partidos -ese “príncipe colectivo” al que se refería Gramsci- constituye un aporte indispensable para encarar una exitosa lucha anti-capitalista. A su vez, la enorme capacidad de los movimientos para receptar y articular las reivindicaciones puntuales y específicas de los distintos fragmentos del campo popular es un insumo irreemplazable para cualquier partido interesado en superar el orden social vigente.

j. En términos de políticas concretas se impone hacer conciente a la población de que la única lucha que puede arrojar un resultado positivo es la que se plantee una oposición frontal al capitalismo. El neoliberalismo ya se ha batido en retirada, y la crítica debe entonces dirigirse no a una de las políticas o fases del capitalismo, la neoliberal, sino a la estructura fundamental de la sociedad burguesa, cualesquiera sean las formas políticas o económicas que transitoriamente asuma.

k. En línea con lo anterior, una postura netamente anti-capitalista debe pugnar para que en la crisis actual no se produzcan despidos de trabajadores, para lo cual deberán fortalecerse sus organizaciones sindicales y populares; profundizarse los mecanismos de participación democrática, superando las insalvables restricciones impuestas por el modelo liberal y apelando a consultas populares o referendos para resolver las grandes cuestiones nacionales; se recupere el control de los recursos básicos de nuestras sociedades; se reviertan las privatizaciones y las desregulaciones puestas en práctica por el neoliberalismo; se lleve a cabo una profunda reforma tributaria que ponga fin a su escandalosa regresividad; resolver a favor del campo popular los desafíos planteados por la crisis alimentaria y del agua, mediante una profunda reforma agraria concebida en función de las necesidades de la época actual; fortalecer los mecanismos de integración supra-nacional, esquemas como el ALBA y sus instituciones y proyectos (como Petrosur, Telesur, Banco del Sur, Petrocaribe y tantos otros) que permitan constituir un núcleo de resistencia ante las tentativas de las clases dominantes del imperio de descargar el costo de la crisis en nuestros pueblos. En suma: hay políticas concretas que son factibles y se espera sean efectivas para librar con éxito la gran batalla que nos espera.

5 marzo 2009

Uno specchio liscio e pulito


Appunti per una definizione
Cos’è un italiano?
di Andrea Camilleri (24/02/09)
Il grande scrittore si interroga sull'identità degli italiani e sul carattere nazionale. La lingua e i dialetti. La fusione degli opposti e la doppiezza italiana. La visione della storia: gli italiani e il loro passato. Berlusconi e il carattere individualista dell'italiano. La prevalenza del "particulare".

Non sono uno storico, un sociologo, un antropologo, niente di tutto questo. Sono soltanto un raccontastorie, un romanziere italiano particolarmente attento, questo sì, ai suoi connazionali.

E quindi non è un caso che tutte le citazioni a supporto o a pretesto siano tratte dalla letteratura, non da testi di storia.

Perciò tutto quello che segue, e che farà sicuramente storcere la bocca agli addetti ai lavori, va preso col beneficio d’inventario.



Premessa generale
Se si prova a cambiare la domanda in cosa sia un francese o un tedesco, si può rispondere abbastanza agevolmente, magari mettendo in fila tutta una serie di luoghi comuni. Certo, anche per gli italiani sono stati coniati luoghi comuni, tipo «italiani brava gente», ma non credo che gli abissini gassati o i libici deportati siano dello stesso parere. E, senza andare troppo indietro nella storia, non penso che possano dichiararsi d’accordo nemmeno gli extracomunitari che quotidianamente sbarcano sulle nostre coste.

Quando si fece l’Europa unita, molti italiani del Nord temettero di perdere, oltre ai soldini, anche la loro identità. Beati loro, che credevano di averne una. Alcuni padani, per affermarla, si sposarono col rito celtico che nessuno sa con esattezza in cosa consista. Comunque è chiaro che i riti celtici o l’adorazione del fiume Po non hanno nulla da spartire con certi riti del Sud come lo scioglimento del sangue di san Gennaro o il Festino di Santa Rosalia. Allora, come si fa a chiamare con lo stesso nome di italiano un contadino friulano e un contadino siciliano? Mi pare che ai suoi tempi anche il cancelliere Metternich, di fronte alle aspirazioni unitarie italiane, si sia posto suppergiù la stessa domanda.

E aveva poi così tanto torto chi disse che l’Italia era solo un’espressione geografica? E il politico italiano il quale affermò che una volta fatta l’Italia bisognava fare gli italiani non ammetteva implicitamente che il senso di unità nazionale era da noi ancora del tutto assente?

Prima di andare oltre, occorre chiarire come ho inteso il termine «italiano».

Diciamo che ho preso a esempio l’italiano cosiddetto medio («ammesso e non concesso / che l’italiano medio è un poco fesso», cantava Laura Betti un quarantennio fa), vale a dire i risultati di una media statistica e ho cercato d’individuare tra di essi un comune denominatore diverso dal titolo di studio, tipo d’impiego, stipendio mensile eccetera. Ma gli uomini non sono numeri, ciascun individuo ha una propria individualità che rende non solo difficile, ma altamente improbabile la precisione del risultato globale. In altre parole, una ricerca cosiffatta di un comune denominatore rischia di non tener conto di tutto quello che può contraddire l’assunto stesso. Mi spiego meglio: non ricordo chi sosteneva che se un tale in un giorno si è mangiato due polli e un altro tale invece non ha neppure desinato, statisticamente risulterà che ne hanno mangiato uno a testa.

Allora: per fare un esempio pratico: italiani brava gente? La mia risposta è no, ma ciò non toglie che tra gli italiani ci sia tanta, tantissima brava gente.

Ad ogni modo, tratti comuni sono riscontrabili, alcuni visibili a occhio nudo, altri percepibili soltanto attraverso esami di laboratorio.

È stato durante il periodo fascista che si è messo in atto il massimo sforzo d’unificazione, con provvedimenti di migrazioni interne e d’abolizione di caratteri distintivi regionalistici. Vennero soprattutto presi di mira i dialetti il cui uso fu severamente proibito a scuola, nei luoghi pubblici, in teatro, al cinema. Ma subito dopo il Minculpop, ossia il ministero della Cultura popolare, emanò una circolare con la quale le compagnie teatrali dialettali di Gilberto Govi (genovese), dei fratelli De Filippo (napoletana) e di Cesco Baseggio (veneziana) erano esentate dalla proibizione. Si trattava di una palese contraddizione, tanto più che le tre compagnie riscuotevano un grande successo su tutto il territorio nazionale, facendo un’indiretta propaganda dei dialetti. Ma questa contraddizione mi offre l’occasione per stabilire un primo tratto comune.

L’uso dei dialetti
È fuor di dubbio che la letteratura dialettale, con Ruzante, Meli, Porta, Belli, Goldoni, Pirandello, De Filippo, abbia spesso prodotto capolavori entrati a far parte del patrimonio culturale dell’intera nazione.
Ma qual era, e qual è, l’uso dei rispettivi dialetti nel parlar comune? In un articolo degli ultimi anni dell’Ottocento, intitolato «Prosa moderna», Luigi Pirandello così scriveva: «L’uso della lingua italiana, è cosa vecchia detta e ridetta, non esiste.

A Milano si parla il dialetto lombardo, a Torino il piemontese, a Firenze il fiorentino, a Venezia il veneziano, a Palermo il siciliano e così via di seguito, ciascun dialetto ha il suo tipo fonetico, il suo tipo morfologico, il suo stampo sintattico particolare: mettete ora un siciliano e un piemontese, non del tutto illetterati, a parlare insieme. Bene, per intendersi (…) sentiranno il bisogno di appellarsi a una favella comune, alla nazionale, a quella che dovrebbe unir tutti i popoli, poiché l’Italia è unita, alla lingua italiana. (…) Ma dove trovarla, dove si parla questa benedetta lingua italiana? Si parla o si vuol parlare nelle scuole, e si trova nei libri. E il siciliano e il piemontese messi insieme a parlare, non faranno altro che arrotondare alla meglio i loro dialetti, lasciando a ciascuno il proprio stampo sintattico, e fiorettando qua e là questa che vuole essere la lingua italiana parlatain Italia delle reminiscenze di questo o di quel libro letto.

Pirandello porta l’esempio di due «non del tutto illetterati». Ma se l’esempio si fosse riferito a due illetterati? Oppure decisamente a due analfabeti? C’è un racconto di De Roberto, dal titolo La paura, che fotografa la realtà linguistica all’interno di una trincea della guerra ’15-’18: ogni soldato parla il dialetto della regione di provenienza. E tra di loro si intendono a gesti, a occhiate. Dunque uno dei comuni denominatori degli italiani è stato, almeno fino agli anni Cinquanta del secolo scorso, la diversificazione dialettale. Come spesso capita da noi, un tratto unificante è costituito da una diversità.

Posso spiegarmi meglio facendo ancora ricorso a Pirandello. Egli dichiara, in un articolo intitolato «Teatro siciliano», che risale allo stesso periodo di quello citato in precedenza: «Un grandissimo numero di parole di un dato dialetto sono su per giù – tolte le alterazioni fonetiche – quelle stesse della lingua, ma come concetti delle cose, non come particolare sentimento di esse». Semplificando: di una data cosa, la lingua ne esprime il concetto, mentre il dialetto ne esprime i sentimenti. Il comune sentire italiano, cioè a dire il provare uno stesso sentimento di gioia o di esecrazione davanti a un certo evento, nascerebbe dunque dal pensar dialettale. La concettualizzazione operata dalla lingua porterebbe invece a reazioni non omogenee. Forse, a ben considerare l’origine notarile del volgare («sao ko kelle terre» eccetera), le osservazioni pirandelliane non risultano tanto campate in aria.
L’avvento della televisione ha in un certo qual modo unificato, omologato in basso, la lingua italiana, ma non è riuscita a far scomparire del tutto le radici dialettali. Sono esse in definitiva che ancor oggi impediscono alla lingua italiana di diventare definitivamente una colonia dell’inglese. Quella contro i dialetti è stata, per fortuna, un’altra guerra persa dal fascismo (la guerra alle mosche, la battaglia del grano, la battaglia demografica, la battaglia per l’autarchia eccetera).

Già, il fascismo…
La vulgata popolare racconta che il fascismo nacque perché i treni non arrivavano in orario a causa degli scioperi dei ferrovieri e perché i reduci della guerra ’15-’18 venivano vilipesi dai «rossi» imboscati e traditori della Patria. Mussolini, interventista, combattente, socialista, ex direttore dell’Avanti!, convinse gli industriali del Nord e gli agrari dell’Emilia Romagna, preoccupati dagli scioperi e dalla nascita di una forte organizzazione operaia ispirata dal Pc d’I. nato dalla scissione socialista del ’21, che il suo movimento non era una rivoluzione (anche se così la sbandierava) ma un sostanziale ritorno alla legge e all’ordine.

Se rivoluzione era, si trattava di una rivoluzione borghese con orizzonti borghesi e quindi bene accetta all’opinione pubblica e alla più importante stampa italiana. E infatti tanto la grande quanto la piccola borghesia vi si riconobbero.

La marcia su Roma, da Mussolini, fatta in vettura-letto e abilmente propagandata con toni epici, probabilmente sarebbe finita in una bolla di sapone davanti all’esercito pronto ad aprire il fuoco se Vittorio Emanuele III non avesse spalancato le porte al fascismo non firmando lo stato d’assedio.

Nel primo governo Mussolini, tra quelli dei fascisti, spiccano molti nomi di eminenti liberali, socialisti, cattolici, democratici. Da quel momento in poi, fatta eccezione per il brevissimo periodo immediatamente seguente al delitto Matteotti, il fascismo trovò la strada in discesa e in poco tempo seppe guadagnarsi il consenso degli italiani. I pochi che resistettero furono incarcerati, mandati al confino o comunque messi a tacere.
All’italiano del fascismo piacevano parecchie cose tra le quali l’autoritarismo, il decisionismo, il «me ne frego», il machismo e soprattutto piacque l’imposizione della divisa che permetteva una sorta di livellamento tra le classi. Quando, all’inizio degli anni Trenta, il fascismo pretese il giuramento di fedeltà al partito da tutti coloro che in un modo o nell’altro erano dipendenti dallo Stato, non un magistrato, un burocrate, un poliziotto, un funzionario di qualsiasi ordine e grado si tirò indietro. Solo dodici docenti universitari opposero un netto rifiuto e furono mandati a casa.

Insomma, a un certo momento, la frequente scritta murale «Duce, tu sei tutti noi» rispecchiò la realtà italiana. Si disse che le adunate oceaniche di piazza Venezia erano il risultato di una precettazione capillare, ma non era assolutamente vero, l’italiano amava ascoltare la parola del capo sentendosi uno tra i tanti.

Oggi si può tranquillamente affermare che se Mussolini non avesse firmato il Patto d’acciaio con Hitler, costringendosi così a entrare nel conflitto, sarebbe morto di vecchiaia nel suo letto. Come accadde per Francisco Franco, che sul fronte italo-tedesco mandò pro forma una divisione o giù di lì e poi si tenne prudentemente in disparte.

Il consenso, come si sa, cominciò a calare a picco quando gli italiani si resero conto che la guerra era irrimediabilmente perduta. Ma l’intervento a fianco di Hitler venne considerato dalla maggioranza degli italiani come il tragico errore di un Mussolini mal consigliato dai suoi gerarchi e dai suoi generali. La frase più comune in circolazione era: «Ha sbagliato a fare la guerra, ma è indubbio che cose buone ne ha fatte». Insomma, una sorta d’assoluzione con tre avemarie e un paternoster per quell’unico sbaglio.

La guerra era stata invece lo sbocco naturale, fatale, irreversibile della concezione fascista della ragione del più forte (nel caso specifico l’alleato tedesco) ma questo gli italiani non lo capirono o non lo vollero capire. Con conseguenze gravi.

Nel 1945, a Liberazione avvenuta, apparve sulla prestigiosa rivista politicoculturale Mercuriol’articolo di un grande giornalista, Herbert Matthews, intitolato: «Non l’avete ucciso». In esso, prendendo spunto dall’esecuzione di Mussolini e di molti suoi gerarchi, Matthews sosteneva non solo che il fascismo non era morto, ma che avrebbe continuato a vivere a lungo dentro gli italiani. Non certo nelle forme del ventennio, ma in certi modi di pensare e d’agire.

E che l’infezione, profondamente diffusa, sarebbe durata molto, molto a lungo, decenni e decenni. Allora, a chi scrive, quelle parole sembrarono esagerate, ma bastò pochissimo per modificare questo giudizio. Quanto tempo dopo la caduta del fascismo l’Msi, che se ne proclamava l’erede, diventò una forza parlamentare? Parlino le date.
Giorgio Almirante, già segretario di redazione e attivo collaboratore dell’infame rivista La difesa della razza, propugnatrice e sostenitrice delle leggi razziali, già sottosegretario nella repubblica di Salò, fonda il neofascista Msi nel 1946, meno di un anno dopo la caduta del fascismo, e nel 1948 (!) può sedersi con altri del suo partito alla Camera.

Appena tre anni dopo la Liberazione, il neofascismo entra a far parte con pieno diritto dell’arco costituzionale. Il fascismo insomma è una fenice che non ha bisogno di ridursi in cenere per rinascere. Sessantaquattro anni di democrazia ancora non sono bastati a ripulire il sangue dell’italiano dentro il quale tuttora vivono cellule infette, pronte a trasformarsi in ogni occasione in virus pericolosi.

A parte le sempre più frequenti manifestazioni dichiaratamente fasciste, che vanno dal saluto romano negli stadi alle aggressioni tanto violente quanto immotivate a giovani di sinistra, a barboni, a extracomunitari (a proposito, quanti sono i condannati per il reato di apologia del fascismo?), il fenomeno più diffuso e certamente più pericoloso è rappresentato da certi comportamenti fascisti da parte di chi è convinto di non esserlo.

Alcuni esempi: la richiesta della destra di espellere dall’Italia i contestatori del governo israeliano per la sanguinosa invasione di Gaza è quanto di più fascista e meno democratico si possa immaginare. L’idea di prendere le impronte digitali ai bambini rom è razzista e fascista insieme. È fascismo che il governo siluri il prefetto di Roma perché non d’accordo con alcune proposte del sindaco il quale, tra l’altro, usa portare la croce celtica al collo. È fascista la volontà di Berlusconi di mettere mano alla Costituzione senza il concorso dell’opposizione. Ricorda tanto il «noi tireremo dritto» di mussoliniana memoria. E si potrebbe continuare a lungo.

Le particelle di Majorana
Quasi sempre, nella sua lunga storia, l’italiano ha dimostrato di essere esattamente come le particelle di Majorana. Il grande fisico teorico, misteriosamente scomparso nel 1938, elaborò un’ipotesi rivoluzionaria secondo la quale, adopero le parole del fisico Andrea Vacchi, «il partner di antimateria di alcune particelle siano loro stesse».

Come dire che non la coesistenza, ma l’inscindibile fusione degli opposti costituisce l’identità.

C’è uno splendido racconto di Borges nel quale un eretico e un custode della fede a lungo e ferocemente si contrappongono. Quando l’eretico infine brucia sul rogo, il suo volto, per un attimo, si rivela essere quello stesso del custode della fede che l’ha fatto condannare a quell’atroce morte. Non le due facce di una stessa medaglia dunque, ma una medaglia che ha nel recto e nel verso la medesima immagine.

Lo stesso soldato italiano che, diciannovenne, a Caporetto scelse di non combattere, lo ritrovi poco più che quarantenne a El Alamein che si batte sino alla morte. E non certo per ragioni, come dire, equivalenti: nel primo caso infatti si trattava di difendere il territorio italiano, nel secondo di mantenere una postazione italiana in territorio straniero.

Lo stesso italiano che divenne emigrante e che venne aiutato in terra straniera da coloro che l’ospitavano, col fornirgli lavoro e abitazione, oggi mal sopporta che in Italia ci sia gente pronta ad accogliere gli extracomunitari.

Lo stesso italiano che amò intensamente Mussolini, che l’applaudì freneticamente a Milano, pochi giorni dopo l’appese per i piedi al distributore di benzina di piazzale Loreto, sempre a Milano.

Lo stesso italiano che una volta stentava a campare in Friuli e mandava la moglie a far la cameriera a Roma o altrove oggi disprezza la cameriera venuta dal Sud.

Più banalmente: lo stesso italiano che divorzia dalla moglie, e che vive con l’amante dalla quale ha avuto due figli, partecipa compunto a una dimostrazione contro il divorzio e firma contro i dico.

Ma di fronte al duplice comportamento dell’italiano nei riguardi dei dettami della Chiesa si potrebbe scrivere un trattato piuttosto voluminoso. Gli esempi potrebbero continuare a centinaia.

Nell’italiano, dentro la medesima persona, possono insomma convivere contemporaneamente Galileo Galilei e Giordano Bruno, Tommaso Campanella e padre Bresciani, don Abbondio e Savonarola.

L’italiano è ritenuto all’estero persona inaffidabile in quanto spesso non mantiene la parola data o non porta a termine l’impegno preso.
E gli stranieri fanno l’esempio della nostra politica estera, capace dall’oggi al domani di mutare radicalmente corso e indirizzo e di far diventare gli alleati di ieri i nemici di oggi.

Per esempio, questo avvenne prima della guerra ’15-’18, lo stesso è avvenuto verso la fine della guerra ’40-’45. Non si tratta di scarsa serietà, a mio avviso, ma del fatto che nel momento in cui dava la sua parola d’onore, in quell’italiano, e in quel preciso momento, aveva la prevalenza il segno +, ma il suo opposto, il segno –, era pur sempre contestualmente presente e pronto a farsi avanti.

C’è nel film Il Terzo uomo un’esemplare battuta del personaggio interpretato da Orson Welles (ma il regista dichiarò che a scriverla era stato lo stesso Welles) dove viene detto che il Rinascimento in Italia ebbe origine proprio nel periodo più acuto delle guerre fratricide, dei tradimenti, degli assassini. Mentre dalla lunga, tranquilla, secolare pace degli svizzeri non è nato che l’orologio a cucù.

Questo paradossale segno di contraddizione non solo è riscontrabile con uno sguardo panoramico, ma lo si può continuare a vedere, zoommando lentamente, anche dentro un paese rinascimentale, dentro una via rinascimentale, dentro una casa rinascimentale, dentro un appartamento rinascimentale, dentro un italiano rinascimentale. E, naturalmente, anche dentro un italiano d’oggi.

Il rutto del pievano
Ossia gli italiani e il loro passato. Cantava Curzio Malaparte negli anni del consenso al fascismo: «Val più un rutto del tuo pievano/ che l’America e la sua boria./ Dietro all’ultimo italiano/ c’è cento secoli di storia». Senonché sono gli italiani a essere boriosi e non dei cento secoli di storia, che ignorano del tutto, ma dei rutti del loro pievano.

L’italiano non ha una visione totale della storia d’Italia, ha semmai una certa visione di dettaglio, limitata cioè alle minute vicende del suo vicino territorio, del suo paese d’origine, e addirittura del quartiere dove è avvenuta la sua nascita. Può tuttalpiù rapportarsi con le vicende del paese limitrofo, ma solo perché esso è il suo rivale diretto nel campionato di calcio.

L’italiano è come un marziano caduto nottetempo al centro di quattro case abitate. Gli basterà venire a sapere dove si trova la sua abitazione, la parrocchia, l’osteria, il municipio. La sua curiosità non si spingerà oltre.
Il Palio di Siena con le sue rivalità tra contrade, che arrivano a un fanatismo sconosciuto persino ai tifosi della curva Sud, è lo specchio del forte legame che unisce l’italiano al suo habitat.

E questo spiega in parte il grande successo politico della Lega Nord. All’infuori di questo perimetro, l’orizzonte dell’italiano è da miopi.

Durante la guerra ’15-’18 il maggior numero di renitenti alla leva (mi rifaccio a documenti dello Stato maggiore) e di disertori fu riscontrato tra i contadini-soldati che provenivano dal Sud, specialmente siciliani e calabresi, i quali non capivano perché dovessero andare a difendere i cavolfiori dei contadini del Nord.

Alla domanda se amava la sua patria, Brecht un giorno rispose che non aveva nessuna ragione d’amare la finestra dalla quale era caduto bambino. Gli italiani amano invece quella finestra e il terreno sottostante sul quale hanno battuto la testa.

Nel 1942, mi pare, sulla rivista Primato che dirigeva il ministro Bottai, venne pubblicata una vignetta di Amerigo Bartoli. Mostrava Benedetto Croce seduto nel suo studio intento a scrivere. Alle sue spalle Hegel sbirciava quello che Croce andava scrivendo e poi diceva: «Ciò che più ammiro in Lei, Maestro, è il senso della Storiella».

Ecco, gli italiani non hanno il senso della Storia, ma della Storiella.

Facendo un certo sforzo, riescono a prendere in considerazione la microstoria, ma da queste visioni parziali e minute non riescono a ricostruire la grande visione generale. Del Risorgimento sanno appena che lo zio Lello, fratello del nonno della madre, era quello scapestrato, quello sventato che abbandonò la famiglia per andare a farsi ammazzare da uno che manco conosceva.

L’unica storia che l’italiano conosce veramente, e a fondo, è quella del gioco del calcio. Non solo sa a memoria nomi, soprannomi, vizi, difetti, gol segnati, mogli e amanti di ogni giocatore che della sua squadra ha fatto parte dalle origini ai giorni nostri, ma anche di quelli delle squadre rivali. Per la Storia invece è un’altra storia.

Perché la Storia comporta l’uso critico della memoria e gli italiani essenzialmente tendono ad essere smemorati o ad avere la memoria corta. Se la Storia è veramente magistra-vitae, gli italiani non hanno mai frequentato quella scuola.

La memoria corta
Quella parte del cervello che ha il compito d’archiviare la nostra vita nel suo insieme (non solo i fatti accaduti nel corso dell’esistenza, ma anche le letture che abbiamo fatto, gli spettacoli visti, i concerti ai quali abbiamo assistito, le mostre alle quali siamo andati) possiede, nell’italiano, una sorta di delete automatico che entra in azione assai presto, consentendo una scarsissima autonomia alla memoria. Fatti sgradevoli già ripetutamente accaduti nel corso degli anni, quando si ripresentano, all’italiano sembrano sempre nuovi. «Non si è mai vista un’inondazione simile a Roma!».
Poi si va a guardare nelle facciate dei palazzi romani e si scopre che alcune lapidi ci mostrano che l’acqua nel Seicento o nel Settecento raggiunse livelli di gran lunga superiori a quelli attuali.

È un esempio banale, lo so. Ma mi pare che sia stato T.S. Eliot a dire che l’inferno consiste nella memoria, ai dannati viene fatto ricordare tutto, persino quanto costava un etto di margarina nel 1928.

Se l’inferno fosse veramente la memoria, l’italiano andrebbe direttamente in paradiso.

Di un evento che l’ha appassionato, soprattutto perché strombazzato dai giornali e dalle televisioni, l’italiano ne conserva il ricordo solo per qualche settimana, al massimo per qualche mese.

A meno che non si tratti di cronaca nera, allora la persistenza mnemonica è assai più lunga. Ma per una ragione semplicissima e cioè che gli italiani immediatamente si dividono in due partiti ferocemente contrapposti: gli innocentisti e i colpevolisti. Senza la minima cognizione delle carte processuali, senza essere a conoscenza dei dettagli dell’indagine, decidono a primo acchito se l’accusato è innocente o colpevole. A pelle. Al solo guardarlo.

L’innocentista, sia detto per inciso, resterà fermamente ancorato alla propria convinzione anche quando i giudici della Cassazione, di fronte a prove schiaccianti, avranno condannato all’ergastolo il colpevole.

A proposito di giudici e di giustizia. Essendo siciliano, citerò alcuni modi di dire della mia terra.

Cu havi dinari e amicizia / teni ’n culu la giustizia.
(Chi ha denari e amici / se ne può fregare della giustizia.)

Fari la giustizia a manicu di mola.
(Far giustizia in modo storto.)
Judici, presidenti e avvucati / ’n Paradisu nun ne attrovati.
(Giudici, presidenti e avvocati / in Paradiso non ne troverete.)

La furca è pi lo poviru, la giustizia pi lu fissa.
(La forca è per il povero, la giustizia per il fesso.)

La liggi per l’amici s’interpreta, pi l’autri s’applica.
(La legge per gli amici s’interpreta, per tutti gli altri s’applica.)

Lu codici è fattu da li cappeddri pi ghiri ’n culo a li coppuli.
(Il codice è fatto dai signori per andare in culo ai berretti.)

Potrei continuare a lungo. La sfiducia nella giustizia è totale, basandosi sulla convinzione diffusa che essa sia uno strumento dei ricchi (che non incappano mai nelle sue maglie) usato contro i poveri. Una giustizia di classe. E credo che in ogni regione del Sud d’Italia ci siano modi di dire similari. Colpa dell’amministrazione della giustizia borbonica, m’è capitato di leggere da qualche parte.

Le cose non stanno così: se la giustizia borbonica non fu un modello, quella italiana post-unitaria non migliorò per niente la situazione, a volte la peggiorò. L’inchiesta Franchetti-Sonnino del 1876 è in proposito assai esplicita.
Scriveva Pirandello su quegli anni ne I vecchi e i giovani: «Povera Isola, trattata come terra di conquista! (…) e i tribunali militari, e i furti, gli assassinii, le grassazioni, orditi ed eseguiti dalla nuova polizia in nome del Real Governo, e falsificazioni e sottrazioni di documenti e processi politici ignominiosi: tutto il primo governo della Destra parlamentare!

E poi era venuta la Sinistra al potere, e aveva cominciato anch’essa con provvedimenti eccezionali per la Sicilia; e usurpazioni e truffe e concussioni e favori scandalosi e scandaloso sperpero del denaro pubblico; prefetti, delegati, magistrati messi al servizio dei deputati ministeriali (…) l’oppressione dei vinti e dei lavoratori, assistita e protetta dalla legge, e assicurata l’impunità agli oppressori…».

Questo divario sull’amministrazione della giustizia al Sud e al Nord, salvo la parentesi fascista, continuò anche dopo la Liberazione, con la magistratura del Sud completamente asservita al potere, cioè alla Dc.

Si deve ad alcuni eroici magistrati siciliani in prima linea nella lotta contro la mafia, e che ci lasciarono la vita, il risveglio della solidarietà dei cittadini verso la giustizia. Ma il punto massimo del consenso si verificò al tempo di Mani Pulite, quando la magistratura milanese fece piazza pulita della corruzione partitica e, praticamente, spazzò via la Prima Repubblica.

Dalle ceneri di essa nacque inopinatamente un affarista milanese che seppe trasformarsi in uomo politico. Aveva molti conti aperti con la giustizia. E quindi, appena arrivato al potere, si è dedicato anima e corpo alla distruzione del sistema giudiziario, con continue leggi ad personam e addirittura arrivando ad affermare che i giudici sono esseri mentalmente tarati.

È singolare come, in un’occasione, abbia usato contro i giudici le stesse parole adoperate dal gran capo mafioso Totò Riina.

Ad ogni modo, dato il larghissimo seguito di cui dispone, ha abolito il divario tra Sud e Nord: l’italiano di Palermo e quello di Bergamo ora sono felicemente concordi nella sfiducia totale verso la giustizia. L’italiano che ha preso una multa per sosta vietata, oggi si sente autorizzato a dichiararsi vittima della giustizia.

Ma c’è di più
Il berlusconismo sta portando alla luce certi modi comportamentali che erano sì latenti nell’italiano, ma che un minimo di rispetto delle regole del vivere civile impediva di far venire a galla.

Berlusconi è l’esempio vivente di come uno degli uomini più ricchi del mondo possa sempre farla franca davanti alla giustizia. Questa furbizia, questa abilità, agli occhi dell’italiano diventa un grandissimo merito, un pregio, una qualità rara. E perciò un esempio da seguire appena che se ne presenti l’occasione.

Berlusconi è l’uomo che dichiara pubblicamente che le tasse non vanno pagate ove siano reputate, dal cittadino stesso, troppo elevate. E così la cifra dell’evasione fiscale, blandamente perseguita, ha raggiunto cime vertiginose.

Berlusconi è colui che afferma di essersi fatto da sé, senza l’aiuto di nessuno. Il che non è affatto vero, ma è riuscito a farlo credere. Questo ha peggiorato il carattere individualista dell’italiano.

Berlusconi, da autentico parvenu, ostenta la sua ricchezza, di ogni nuova sontuosa villa che acquista dà una sorta di comunicato ufficiale. Il messaggio sottinteso è che tutti possono diventare come lui. E infatti la corruzione nel nostro paese ha superato i limiti di guardia.

Berlusconi fa eleggere tra i suoi senatori e deputati persone condannate per collusione con la mafia o per altri reati comuni sostenendo che così facendo li salva dalla «persecuzione dei giudici». Di conseguenza, il senso morale dell’italiano è diventato solo una pallida ombra.

Berlusconi è l’uomo capace di telefonare a un alto funzionario Rai per raccomandargli un’attricetta amica di un senatore appartenente allo schieramento avverso disposto però a votare in suo favore se la ragazza avrà una parte. Nella stessa telefonata promette al funzionario che, quando questi se ne andrà dall’azienda mettendosi in proprio, egli è pronto ad aiutarlo.

Berlusconi sostiene di avere ricevuto decine di ispezioni dalla guardia di finanza senza che mai venisse trovato nulla d’irregolare. Resta il fatto che un ufficiale a capo di un’ispezione dopo pochi mesi si dimise per passare al servizio di Berlusconi e quindi diventare deputato di Forza Italia. Come lo è diventato il generale comandante della guardia di finanza dopo essere stato costretto alle dimissioni per la sua condotta non certo lineare.
Berlusconi è un maestro nell’arte della «componenda», che in origine era un pactumsceleris tra mafia, forze dell’ordine e potere politico perché ognuno traesse il proprio beneficio da una determinata circostanza.

Un esempio recente di componenda può considerarsi la conduzione berlusconiana della partita Alitalia. Respinta la richiesta dell’Air France di comprare la compagnia di bandiera in nome dell’italianità, Berlusconi ha fatto acquistare la compagnia da una cordata italiana a prezzi di saldo, con un numero di esuberi assai superiore a quelli previsti nell’offerta Air France e scaricando milioni di debiti sul contribuente italiano. Ma ha infine «composto» anche con Air France consentendole di acquisire il 25% (per ora) delle azioni.

Un detto popolare recita che il pesce comincia a puzzare dalla testa. Di conseguenza, oggi l’italiano spande un po’ di puzza attorno a sé.

Come stupirsi dunque della gaffe statunitense successa quando, ai capi di governo che si recavano in Giappone, il Dipartimento di Stato distribuì un dépliant dove l’Italia era definita «un paese corrotto»? Di questo incidente la stampa e la tv accennarono solo di sfuggita.

E parliamo d’informazione
Non so in quale credibile statistica mondiale l’Italia compare agli ultimi posti per ciò che riguarda la qualità dell’informazione. Se vivessimo in un paese governato da una dittatura, questo sarebbe ovvio. Ma noi viviamo in un regime democratico, anche se sempre di più l’attuale governo punta sul sostantivo mettendo in ombra l’aggettivo. E infatti si parla già di una sostanziale modifica della costituzione che sbocchi in una Repubblica presidenziale.

Qual è la situazione dell’informazione italiana? In mano all’attuale capo del governo c’è il gruppo che possiede le tre maggiori televisioni private. L’attuale capo del governo è proprietario di un quotidiano, Il Giornale e ne controlla altri, tra i quali Libero e Il Foglio.

L’attuale capo del governo possiede numerosi settimanali illustrati.

L’attuale capo del governo è proprietario della più grande casa editrice italiana, la Mondadori, la quale a sua volta è la maggiore azionista di altre case editrici, tra le quali la prestigiosa Einaudi.

Inoltre, una delle tre reti televisive di Stato, la seconda, è assegnata al Pdl, il partito del capo del governo. In sostanza, il capo del governo ha il controllo diretto sulle tre televisioni di sua proprietà e il controllo indiretto su una rete Rai.
Ma la sua influenza arriva anche sulla prima rete di Stato: ricordiamoci che ha chiesto e ottenuto la testa di un grande giornalista italiano, Enzo Biagi, che proprio su quella rete esprimeva le sue opinioni.

A nulla sono servite sentenze della Cassazione e richiami europei perché questo osceno conflitto d’interessi venisse risolto.

Oltretutto, il conflitto d’interessi, a quanto pare, non interessa l’italiano. Non lo turba minimamente. Anche lui avrebbe agito così, se ne avesse avuto l’opportunità. Anzi, nel suo piccolo, spesso agisce così. C’è il pensionato che non dichiara il lavoro nero che fa, c’è l’impiegato che timbra il cartellino, esce dall’ufficio, e va a fare un secondo lavoro. Anche questo in nero. Se il capo del governo fa lo stesso di quello che fa lui, ma in grande, che male c’è?

Ora si tenga presente che l’italiano è sostanzialmente un uomo incolto. In Italia si leggono pochissimi libri, da noi ci sono ancora circa due milioni di semianalfabeti e milioni di persone a malapena in grado di compitare.

Dei giornali, l’italiano legge solo i titoli. E si vanta di essere capace di farsi un’opinione su tutto da quella sommaria lettura. Perché l’italiano è un uomo soprattutto presuntuoso. E saccente.

Capace di tranciare giudizi sul restauro della Cappella Sistina senza averla mai vista. E senza avere mai in vita sua letto un libro su Michelangelo.

Capace di dire la sua sul ponte dello Stretto di Messina senza essersi mai mosso da Vigevano, senza intendersene né di ingegneria né di economia.

Capace di esprimere la sua profonda convinzione sul passante di Mestre senza avere mai messo fuori il naso da Catania e senza capirci niente dei problemi di viabilità.

Le frasi che più frequentemente l’italiano usa sono: «Se fossi io il ministro delle Finanze…» oppure: «Se fossi io il capo del governo…» oppure: «Se fossi io il presidente della Repubblica…» oppure: «Se fossi io il papa…».

E tutto questo senza contare che in Italia spesso e volentieri i titoli dei giornali dicono l’opposto del contenuto degli articoli. Quindi la televisione resta il vero, unico mezzo d’informazione. Un’informazione quasi sempre manipolata alla quale però l’italiano crede ciecamente.
Ma attenzione: di fronte allo strapotere dei mezzi d’informazione in mano al capo del governo, anche le reti televisive Rai, quelle diciamo così indipendenti e i quotidiani non di sua appartenenza, mostrano troppo spesso una certa cautela nell’informare su fatti che potrebbero spiacere al massimo detentore del potere politico e mediatico. Certi episodi vengono ignorati del tutto, altri presentati con opportuni accorgimenti che ne diminuiscano il probabile impatto negativo presso i telespettatori.

Tra i quotidiani, c’è qualche lodevole eccezione come La Stampa e la Repubblica, ma, nella sostanza, esiste un solo giornale di netta opposizione, l’Unità, dal capo del governo visceralmente detestato. Il resto, salvo una o due voci dissonanti, è coro.

Qualche parola in più circa l’effetto della televisione sull’italiano. Negli anni nei quali la Rai agì in regime di monopolio televisivo non si può in coscienza negare che essa ebbe una certa influenza sulla crescita culturale degli italiani. I dibattiti politici vedevano in genere un segretario di partito alle prese con una decina di giornalisti appartenenti a testate politicamente tra loro opposte i quali non risparmiavano domande imbarazzanti o provocatorie. Non c’era l’ossequio devoto al potere che oggi si trova espresso in trasmissioni tipo Porta a porta. I documentari che mostravano com’era l’Italia, anche se alcuni discutibili, erano sempre e comunque sceneggiati da scrittori e giornalisti d’alto livello e diretti da registi di rango o specializzati. I grandi romanzi sceneggiati, tratti per lo più da opere classiche, incoraggiavano alla lettura. L’appuntamento settimanale della prosa presentava testi d’impegno che spaziavano da Strindberg a Pirandello, da Ibsen a Sartre. Persino trasmissioni di varietà come Studio Uno avevano gusto e raffinatezza oggi inconcepibili.

La situazione mutò radicalmente con l’avvento delle tv private e soprattutto con l’unificazione operata da Berlusconi, sotto il mantello protettivo di Craxi, tra diverse emittenti che furono raggruppate in tre reti in diretta concorrenza con le tre reti della Rai.

Le televisioni private possono vivere solo se sono supportate dalla pubblicità. Ora è chiaro che chi deve pubblicizzare un prodotto cerca il più gran numero possibile di ascoltatori. E il maggior numero di ascoltatori una tv privata l’ottiene non alzando la qualità culturale delle trasmissioni, che rischierebbe di farle diventare per pochi, ma operando in direzione opposta.
La Rai commise l’imperdonabile errore di adeguarsi ai sistemi delle tv private tagliando dal palinsesto i programmi di minore ascolto, come ad esempio la prosa, vale a dire eliminando le trasmissioni più culturalmente impegnative. Nel giro di una ventina d’anni il risultato innegabile è stato che la piattaforma culturale dell’italiano si è abbassata di tantissimo, se oggi possono imperversare trasmissioni come i reality show e le soap opera.

L’italiano d’oggi è assai più ignorante dell’italiano di vent’anni fa.

Con tutte le conseguenze immaginabili.

Tra parentesi: la richiesta di spot pubblicitari sulle reti Mediaset è esponenzialmente aumentata rispetto alla Rai.

L’italiano corre sempre in soccorso del vincitore, diceva Ennio Flaiano. Ma questo non è esatto, l’italiano non corre in soccorso di un vincitore chicchessia, sceglie accuratamente su quale carro trionfale saltare all’ultimo minuto. E la scelta è dettata quasi sempre da una precisa domanda: che cosa me ne viene in tasca?

Insomma, nella decisione dell’accodarsi prevale sempre il particulare. Certo, quando Pirandello nel 1924, dopo il delitto Matteotti, prese la tessera del partito fascista, saltò sul carro di chi in quel momento era in grossa difficoltà. E lo stesso fece Giovanni Gentile quando tornò alla ribalta allorché la guerra mise il fascismo in crisi. Ma sono esempi rari e isolati. Diciamo che non fanno testo.

Nessun italiano corse in aiuto di Ferruccio Parri, l’unico presidente del Consiglio azionista dell’Italia democratica, un galantuomo di ferrei princìpi morali e politici, antiretorico, per niente incline a chiedere simpatie. I qualunquisti di allora lo ribattezzarono «Fessuccio», mentre i fascisti risorti scrivevano sulle mura di Roma: «Aridatece er capoccione nostro».

Nessun italiano è corso in aiuto di Prodi quando ha vinto le elezioni. Anzi, c’è stata una specie di concorde tiro al bersaglio di amici e nemici contro di lui.

Ci fu addirittura un partito alleato che si dichiarò «di lotta e di governo». Vale a dire che teneva prudentemente il piede in due staffe. Anzitutto Prodi non era aiutato dall’aspetto fisico. Che per l’italiano conta moltissimo. Era un uomo piuttosto dimesso, che parlava a bassa voce e con una certa difficoltà. Somigliava molto a Parri.
Vuoi mettere col sorriso accattivante di Berlusconi e col suo eloquio torrenziale condito da barzellette e da citazioni della zia monaca? Andrebbe qui ricordato opportunamente che tra i motivi del consenso a Mussolini ce ne sono stati due non indifferenti: il suo modo di protendere la mascella e la sua oratoria tribunizia.

All’italiano non importa capire a fondo il senso di ciò che gli viene detto da un balcone, da un palco, gli basta restare incantato dal suono delle parole. Lo diceva anche il grande Petrolini quando interpretava il personaggio di Nerone.

E l’italiano crede alle promesse, anche quelle che si dimostrano irrealizzabili al lume del senso comune, che ogni politico venditore di fumo è pronto a elargirgli. Dentro di sé è convinto che quel politico non sarà mai in grado di realizzare tutto ciò che promette, ma è altrettanto convinto che se quel politico riuscirà a portare a compimento solo una parte di quello che ha promesso, lui personalmente ne riceverà grossi benefici.

Prodi prometteva poche cose, Berlusconi un avvenire meraviglioso, una sorta di Eden dove si poteva commettere anche qualche peccatuccio senza timore d’incorrere nell’ira divina. Era inevitabile quindi che l’italiano corresse in soccorso di quest’ultimo.

Un problema dei tempi recenti è rappresentato dal riaffiorare nell’italiano di atteggiamenti razzisti. Lo scrittore inglese Evelyn Waugh, che nel 1935 seguì la campagna d’Etiopia, un giorno vide dei nostri soldati che fianco a fianco con operai abissini sistemavano le traversine di una linea ferrovia. Ne dedusse che gli italiani non avevano uno spirito coloniale: infatti mai un soldato inglese si sarebbe messo a sudare assieme a un indiano, un afghano, un africano in un comune lavoro.

Non aveva tutti i torti, la nostra politica coloniale ha sempre oscillato tra la repressione più feroce e il permissivismo più inconcludente. Del resto l’italiano non cantava: «Quando l’Africa si piglia/ si fa tutta una famiglia»?

Dunque l’italiano non dovrebbe essere razzista. Invece lo è.

Un’altra dimostrazione di coesistenza dei segni + e -?

Nel 1938, al tempo della promulgazione delle leggi razziali contro gli ebrei, che costituirono il preludio allo sterminio, non ci fu nessuna reazione da parte dell’italiano che sostanzialmente era d’accordo col fascismo nel ritenere l’ebreo brutto, sporco e cattivo. E questo senza bisogno di leggere il Manifesto dei 10 o riviste come La difesa della razza. Certo, ci fu una minoranza che aiutò gli ebrei in tutti i modi possibili per salvarli dalla persecuzione, ma è innegabile che la stragrande maggioranza non mosse un dito. Anzi, furono in tanti a impadronirsi delle loro proprietà e dei loro commerci.

Poi, nel dopoguerra, il razzismo venne sepolto nella dimenticanza. Tra l’altro, i firmatari dell’ignobile Manifesto dei 10, dopo un brevissimo periodo d’eclissi, tornarono alle loro cattedre universitarie.

Il razzismo è risorto, virulento, in tempi recenti, aizzato tanto dalla Lega quanto dalle frange estreme dei movimenti di destra. E supportato dal silenzio, al riguardo, di Berlusconi e dei suoi.
Mentre Fini proclama, ed è sincero, che le leggi razziali sono state il male assoluto, alcuni suoi seguaci dicono di non essere d’accordo con le sue dichiarazioni. Nel Nord imperversano personaggi, come l’eurodeputato leghista Borghezio, che incitano all’odio razziale, ma anche a Napoli si buttano le molotov contro i campi nomadi.

Oggi l’italiano, in questo finalmente concorde, è convinto che in ogni moschea s’annidi un covo di pericolosi terroristi, che i romeni siano tutti malavitosi, che gli stupratori siano sempre di colore. Resta un pochino deluso quando poi si scopre che ad uccidere, a rubare, a violentare sono stati degli italiani.

E si è arrivati all’abiezione, non si può definire diversamente, di voler prendere le impronte digitali ai bambini rom.

Oggi come oggi il volto dell’italiano non è gradevole da guardare.

L’ideale del motorino
Lo stato attuale delle cose è la prevalenza dell’ideale del motorino. Per capire ciò che intendo dire basterà guardare la circolazione stradale in una qualsiasi grande città italiana in un’ora di punta. Mentre, bene o male, anche per la presenza dei vigili urbani, le automobili rispettano le regole, si fermano col semaforo rosso, non fanno inversioni di marcia a U, non prendono i sensi vietati, i motorini dilaganti non rispettano nessuna regola. Salgono sui marciapiedi, passano col rosso, procedono contro mano, svoltano dove non dovrebbero, s’incuneano tra auto e auto, non tengono conto delle strisce pedonali.

Il loro percorso insomma è un’infrazione continua. A loro è concesso ogni arbitrio. Anche i vigili urbani fanno finta di niente, chiudono tutti e due gli occhi.

Ecco, forse l’ideale dell’italiano di oggi è essere un motorino.